Siempre el despertar de un sueño deja la sensación de algo perdido, la imagen fugaz de lo que no fue. Para millones de norteamericanos la ampulosa frase publicitaria de Trump, “Make América Great Again” -hagamos grande a América de nuevo- se convirtió en pesadilla cuando prometió que “cien mil muertos por Covid sería un triunfo de los EE.UU”, hoy el país del norte contabiliza 400 mil muertos por el virus y millones de contagiados encabezando las listas mundiales. Estados Unidos está en decadencia, la pandemia aceleró la disputa hegemónica del siglo XXI en favor de las potencias emergentes y un mundo multipolar. La interrogante que todos nos hacemos, ¿podrá Biden revertir la decadencia norteamericana?
No es una tarea fácil. Trump dejó como herencia al gobierno de EE.UU en una situación de aislamiento internacional sin precedentes. Como animal herido, el país se cierra sobre sí, con conflictos incluso con sus viejos amigos europeos y, ante la alianza entre China y Rusia, la potencia del norte observa cómo pierde terreno geopolítico en territorios otrora de su influencia como Latinoamérica, Europa y el Pacífico.
Como puntualiza el sociólogo Emir Sader, “Biden incluyó en su campaña el rescate de Estados Unidos de su aislamiento internacional. Lo que representa mucho más que eso: el intento de revertir el ya largo proceso de decadencia estadounidense”. Y la decadencia comienza cuando, al final del bloque socialista, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia a escala mundial. Y aquello coincide con el fin del ciclo desarrollista, momento en que el neoliberalismo se perfila como el modelo económico predominante. El vertiginoso expansionismo neoliberal a nivel global camufló “la incapacidad del nuevo modelo para conquistar bases de apoyo y estabilidad política, privilegiando los intereses del capital financiero”, como bien apunta Sader. Se puso fin a la era de la reducción de la desigualdad y el país regresó a un período de “profunda y extensa concentración del ingreso”.
La creciente euforia neoliberal vino acompañada por la impotencia del modelo para reactivar el crecimiento económico de la nación y generar empleo. Estados Unidos vuelve a revivir en el 2008 la terrible crisis de 1929 y empuja a la economía mundial a una recesión que no acaba hasta el inicio de la nueva crisis surgida el año pasado.
La decadencia de EE.UU emerge al ritmo de la tendencia capitalista. La nación del norte deja de privilegiar la industria en manos de las corporaciones multinacionales del negocio automotriz y centra su desarrollo en el capital financiero, alejado del crecimiento industrial y los mercados internos. Un fenómeno que se da simultáneamente con el aislamiento internacional provocado por la pérdida de liderazgo político e ideológico, en consecuencia que China iba expandiendo, sin prisa pero sin pausa, nuevas relaciones internacionales poniendo por delante su poderío económico que vino a consolidar al salir airosa de la recesión del 2020.
Biden tiene algunas asignaturas pendientes. En lo económico debe levantar la imagen de su país imponiéndose un estratégico plan económico que permita la recuperación de la nación norteamericana y paliar así la profunda recesión provocada por la pandemia. En lo político, regreso de los EE.UU al reconocimiento de los Acuerdos de París, con esa decisión marca diferencias con su antecesor y envía nuevas señales al mundo y da un paso en firme para recuperar presencia en el bloque europeo y Japón, aliados estratégicos. La señal de Biden también motiva a México y Cuba a nuevas relaciones con la nación norteamericana, dos países que sufrieron todo el tiempo los embates trumpistas.
No obstante, los escollos que enfrenta Biden no son minúsculos y no se generan solo en la depresión económica de la nación, sino además por el desafío que representa la expansión influyente de China y su aliado ruso, presente en todos los rincones de mundo. La crisis pandémica inclina la balanza a su favor e interpone nuevos obstáculos a los Estados Unidos. A pesar de su apertura, Biden no cuenta con amplio espacio de maniobra frente a sus rivales, cuya relación se caracteriza por “el conflicto y la convivencia”, en un ambiente incómodo para los EE.UU. Eso se evidencia por la lógica económica china antineoliberal, que está permitiendo su constante recuperación en las últimas décadas.
La travesía de Biden es a contravía, más aun cuando Trump prometió “regresar de cualquier forma” y no renunciará a una oposición interna beligerante al nuevo gobierno. Tal vez la tarea más complicada de Biden es borrar en el imaginario colectivo mundial la imagen de una potencia vulnerable, puesta en evidencia en la invasión al Capitolio, símbolo del poder democrático de los Estados Unidos en plena crisis pandémica ante la cual el país sucumbe. Una incidencia directa sobre la imagen onírica de democracia y ejemplo que proyectaba en el mundo como el American Dream del cual el mundo ya despertó.