La noticia más esperada del año se produjo ayer. Arribaron al país las primeras ocho mil dosis de vacunas Pfizer contra el coronavirus para iniciar un plan piloto en fase uno, que contempla inocular a personal médico y sanitario de primera línea y ancianos de albergues en Quito Guayaquil y Cuenca. El hecho estuvo rodeado de un halo mediático importante, con una ostentosa cobertura televisada, grandes titulares y diversas especulaciones. La televisión pública -con TC Televisión a la cabeza- cubrió la llegada de las vacunas como un espectáculo mediático en el que estuvieron presente el presidente Moreno, la vicepresidenta del República y el ministro de Salud.
Las primeras autoridades de gobierno, en la convicción de que todo lo que toca la prensa se convierte en imagen, no escatimaron esfuerzos por aparecer en la foto oficial, saludar a las cámaras de televisión y enviar sendos mensajes al país. En el trasfondo de lo dicho y no dicho en la caracterización del momento, se manifestó que el evento constituye “un tributo a los muertos por Covid”. No puede serlo, puesto que las ingentes muertes son el reflejo de un mal manejo logístico de una crisis para la que no estábamos preparados, pero tampoco podemos convertir la tragedia en victoria.
¿Hacía falta tanto despliegue mediático? Sin duda que no era necesario convertir la noticia en un logro del gobierno, que hasta el propio ministro J.C. Zevallos celebró con el puño en alto. No era un acto proselitista ¿o sí? El régimen está en la obligación de precautelar la salud de la ciudadanía y al proporcionar vacunas contra una epidemia de tal magnitud no hace más que cumplir con un elemental derecho ciudadano.
El gobierno recibe las vacunas como si no hubiera participado en los orígenes de la crisis y no fuera responsable del manejo inadecuado de la emergencia sanitaria con recortes a los presupuestos de salud, despido de cientos de profesionales sanitarios y la consecuente renuncia de dos ministros de salud, descontrol de la cadena de contagios, muertes insólitas por Covid en las calles del puerto principal, corrupción estatal en la adquisición de insumos médicos en plena pandemia. Ahora, un mandatario a la intemperie climática bajo la lluvia en el aeropuerto de Guayaquil, y a la intemperie política en Quito, sin apoyo parlamentario y sin el cobijo de un pueblo que lo respalde, envía un mensaje vacío de convicción: “la luz se abre para nuestros padres y abuelos enfermos”.
La fase masiva de vacunación recién comienza a fines de marzo y se espera que hasta octubre de este año se haya vacunado a 9 millones de personas, el 60% de la población.
Ante la situación angustiante de incremento de contagios de coronavirus en los últimos días, los expertos manifiestan que “8 mil dosis de vacunas son insuficientes, porque el número de profesionales son mucho más”. Y confirman que en el país existen 138 mil médicos, de los cuáles 3 mil trabajan en estos momentos en las UCI luchado en primera línea contra el virus. De igual modo, expertos epidemiólogos se muestran contrarios a la decisión oficial de no vacunar a las personas que ya fueron contagiadas de coronavirus y señalan que en el país existe un millón 200 mil adultos mayores vulnerables a la enfermedad.
Especialistas de la academia alertan de la imperiosa llegada de más vacunas a nuestro país, pero la desconfianza, la poca transparencia y funestas experiencias de corrupción en la adquisición de implementos médicos, pruebas de diagnóstico de Covid y otros insumos terapéuticos, empañan los esfuerzos por conseguirlas.
Quisiéramos sentirnos motivados, más allá del optimismo, por lo pronto nos contagia la alegría por la llegada de las vacunas al Ecuador. Que nada opaque la esperanza en días mejores, normales, con un país sano, libre de virus, corrupción y malas gobernanzas, de cara a ese futuro que tanto decimos soñar.