Los encuestadores tan habituados a medir lo negativo sin precisar las causas de su existencia, deberían tomarse un tiempo para sondear lo positivo de una lid electoral que busca elegir al ecuatoriano que dirija los destinos del país, pero se muestran indecisos de hacerlo.
La pregunta de rigor es si contribuyen los debates a disminuir la indecisión del electorado, o las dudas acerca de las opciones son magnificadas por los sondeos de opinión. Resulta sospechoso que nos digan que la indecisión disminuye en horas previas a la votación porque contradicen las tendencias en la intención de voto. Un candidato que todo el tiempo se mantiene primero en las encuestas en los últimos días, previos a la elección, termina segundo o tercero y viceversa.
La duda persiste. Mientras las encuestas no nos demuestren que los debates bajaron la indecisión, la percepción que tiene el electorado de los candidatos se mantendrá respecto de sus discursos caracterizados por reiteraciones, disimulo frente ciertas preguntas, lapsus, frases poco felices y una marcada tendencia por aparecer apolítico, ciudadano común y corriente, etc. Se asume, inexplicablemente, que ese es el perfil del líder que necesitamos para conducir el país.
Se presume que la seducción del electorado radica en la franqueza, o desfachatez de los candidatos, como aquel que dijo que se pegaría una borrachera si gana las elecciones. La demagogia encandila y no deja ver el verdadero rostros de los postulantes a la presidencia, o acaso la memoria es frágil y olvidamos sus antecedentes. Todo esto debería decirnos una encuesta seria, científicamente realizada. Es decir, los encuestadores deberían hacer un esfuerzo por demostrar qué hace disminuir el escepticismo del electorado y disipa sus confusiones.
Los debates no son rigurosamente un debate, malamente son un escaparate para vender intenciones, intentos patéticos de convencer a los votantes, ataques personales para mostrarse críticos. La opinión de la ciudadanía respecto de la trayectoria y antecedentes de los candidatos, es otro misterio en las encuestas. Nadie pregunta qué sabe la ciudadanía del pasado de los candidatos. Se asume que todos son honestos, que todos son capaces y con la formación académica y política necesaria para gobernar el país. Ya no importa si el votante los identifica por su cualidades preexistentes. Así pasan gatos por liebres.
Y lo que es una omisión mayúscula: las encuestas no miden el nivel de la comprensión del electorado respecto del contenido de los debates, es decir, el porcentaje de electores encuestados que capta el mensaje del candidato y la parte del discurso no comprendido. Esto demuestra la intención cuantitativa de las encuestas y su desdén por profundizar en aspectos cualitativos de fondo. Mientras esto no cambie las encuestas seguirán siendo un inventario y distan mucho de ser la radiografía de la realidad, como pretenden serlo. A esta debilidad contribuyen los propios candidatos en los debates que hacen de su participación una retórica desprovista de profundidad. No es un encuentro que conduzca a la verdad, sino a un dime y direte, sin el debido rigor de una confrontación que revele las ocultas intenciones de cada candidato.
La formulación de las preguntas no fue concebida para establecer respuestas que conduzcan a una clara exposición de soluciones frente a la problemática nacional; por el contrario, buscan coger en curva a ciertos candidatos previamente seleccionados. En esto radica la carencia de transparencia del debate, su intención de parcialidad por uno u otro panelista. Presionados por la urgencia, los candidatos ofrecen cualquier cosa inviable, falsa o demagógica. No les interesa llegar a consensos, sino aparecer uno más imaginativo que otro, con mayor capacidad de simulación frente al país. Y es ahí donde despliegan un baratillo de ofertas incumplidas. Tampoco las encuestas revelan qué promesas resultan viables al electorado y cuáles son percibidas como una abierta mentira electoral. Esto conduce a una incapacidad de consenso, importa vender al candidato por sobre la propuesta, privilegiando al grupo que representa. Se trata de promover una inversión en capital de imagen, sin importar si el candidato obtendrá réditos en su carrera política o en sus negocios particulares futuros. Este es un pésimo indicio democrático que confirma la escasa formación ideológica y la ausencia de cultura cívica de los candidatos que con su personalismo solo participan en un figureteo electoral.
No resulta raro que en estos momentos la indecisión de voto sea alta, lo extraño es que la tendencia cambie de un día para otro. Y los indecisos se definan sin que medie una razón demostrable en las propias ofertas electorales. Vociferan los candidatos y callan las ideas, que no existen. No resulta extraño, entonces, que Ecuador no pueda lograr la unidad nacional frente a grandes temas.
Tampoco resulta extraño que entre los debates y las encuestas aumente la confusión ciudadana.