La democracia norteamericana, a través del acuerdo de la Cámara de Representantes intenta sentar un precedente contra el fascismo que se manifiesta en las fauces del imperio. Es probable que la decisión política de enjuiciar a Donald Trump no tenga efectos prácticos sobre el ejercicio de un presidente a punto de concluir su mandato, y que, aun después de su salida de la Casa Blanca la suspensión de sus derechos políticos le impida postularse a cargos de representación popular.
En el Senado se necesitan dos tercios para sancionar a Trump por impulsar la acción de los manifestantes en el Capitolio. Según los parlamentarios, el discurso pronunciado por Trump incitando a sus partidarios amenazó la integridad del sistema democrático. El objetivo es sentar un precedente frente al mayor asalto a la democracia de los EEUU e impedir que Trump regrese al poder. Sin embargo, el principal efecto es el antecedente que se establece contra manifestaciones fascistas en un país que se jacta de ser paradigma democrático.
El fascismo en los Estados Unidos tiene precedentes históricos en los periodos de la Guerra Fría y el Macartismo, cuando el país ve recuperarse una tendencia ideológica que se creía derrotada después de la Segunda Guerra Mundial. El sustento ideológico de un anticomunismo desenfrenado, que estimuló el asalto del Capitolio, confirman que el fascismo intenta revivir en el corazón del imperio con un Trump erguido en senil Mussolini gringo.
Historia de sus orígenes
El fascismo surge en Europa hace cien años, en 1920, como respuesta del gran capital aterrorizado por la revolución bolchevique en Rusia, ocurrida en 1917. Las ideas fascistas emergen en el discurso de los líderes capitalistas para tratar de contener lo que se veía venir: el derrumbe de un sistema de explotación que provocó una guerra para solventar su crisis, sin lograrlo. En esa época la falta de empleo y la explotación laboral fueron expresión de injusticia social extrema, entonces el remedio surgió como una fórmula de terror: la súper explotación de los pueblos y el látigo para millones de europeos que se expresó en la propuesta del grito de guerra fascista, surgida a orillas del Danubio, para ahogar en sangre a la república de Hungría. Pronto la iniciativa se extiende a Bulgaria balcánica que había puesto en marcha una Reforma Agraria que eliminaba el poder capitalista sobre las tierras. La iniciativa fue arrasada por la acción militar organizada por las clases dominantes en un golpe de Estado sangriento que exterminó a los campesinos y sus planes reformatorios. Los fascistas manifestaron entonces estar “dispuestos a matar a la mitad de Bulgaria, si fuera necesario”. Silenciadas las ideas, hablaron las balas.
Pero es en Italia donde el fascismo adquiere dimensiones poderosas con una marcha sobre Roma en octubre de 1922, inicio del derrumbe de una frágil monarquía acosada por la violencia fascista. El rey atemorizado, nombra como su Primer Ministro a Benito Mussolini. Posteriormente, el triunfo de Adolfo Hitler en las elecciones de 1932 en territorio germano, dio al fascismo una connotación mundial. En Alemania, el fascismo se bautiza Nazismo, pero las tareas eran las mismas: destruir las democracias formales capitalistas que ya no funcionaban para los intereses del gran capital. Los fascistas organizados en el Partido Nazi, vestidos de camisas pardas, pusieron al mundo al borde del holocausto y desataron la Segunda Guerra Mundial. Concluida la guerra, en 1945, el fascismo parecía derrotado, pero renace en 1947 con la Guerra Fría y el Macartismo decretado por los Estados Unidos bajo una clara orientación anticomunista como sustento ideológico.
En el 2021, el fascismo se expresa en los Estados Unidos inspirado en las mismas motivaciones de destruir la democracia formal del capitalismo norteamericano, al cual acusa de estar coludido con el comunismo. De las palabras, Trump y sus seguidores pasaron a la acción violenta y asaltaron el templo de la democracia estadounidense, el Capitolio, sede del parlamento gringo, para silenciarlo e inhibirlo en sus decisiones de dar paso al ganador demócrata de las elecciones presidenciales.
Trump se burla del juicio político instaurado en su contra por el asalto al parlamento estadounidense, pero el mundo ya ha visto cómo las risas se convierten en lágrimas, y luego las lágrimas en sangre en el corazón de la sede democrática de los Estados Unidos. Los acontecimientos del Capitolio pudieron haber tenido otro desenlace, porque “hay razones para suponer que fue preparado para un final distinto”. Solo que faltó la fuerza para cumplir el propósito, ya que el arma decisiva del fascismo es la fuerza. Solo hubo lenidad o falta de rigor policial en castigar a los manifestantes, según observadores.
El fascismo es hoy un fantasma que recorre el mundo capitalista. Ha recuperado posiciones de fuerza en Brasil de las dictaduras de 1964, en Uruguay de junio del 1973, en Chile de Pinochet, en el régimen neonazi de Fujimori en Perú, en la Argentina de Videla. Julius Fucik, periodista asesinado en la cárcel de Pankrak nos advirtió: “Hombres del mundo, velad. El fascismo está vivo”.
Ahora quiere, nuevamente, levantar cabeza en los Estados Unidos.