En tiempo de elecciones están de moda los debates, más aun cuando en los sondeos de opinión los entrevistados manifiestan desconocer las propuesta de los aspirantes al poder. Se colige que un debate contribuye al conocimiento masivo de las opciones electorales y sus respectivas propuestas. Pero en la práctica dista mucho de ser así.
Un debate idealmente debe contribuir a la cultura política de un país, disminuyendo los niveles de ignorancia respecto de ideas y sugerencias prácticas enfocadas en la solución de los grandes problemas nacionales. En la práctica los debates mediáticos están muy distantes de cumplir con las formalidades de un formato que cumpla con esos propósitos cívicos. Históricamente se conoce algunas modalidades de debates públicos en los que, a través de una discusión, dos o más personas opinan acerca de uno o varios temas y en la que cada uno expone sus ideas y defiende sus opiniones e intereses.
El formato Karl Popper es la modalidad de debate clásico y se basa en una contienda de dos puntos de vista argumentados: «afirmativo» y «negativo» sobre un tema polémico. El equipo afirmativo ofrece argumentos en apoyo a las propuestas, y una postura negativa discute contra ellas. Se espera que ambos equipos respondan el uno al otro los argumentos, dando lugar a un intercambio de ideas a partir de la investigación neutral, que cada grupo hizo antes del debate. En cambio, el formato de debate Abraham Lincoln y Stephen Douglas, del año 1858, se concentraba en los temas de la esclavitud, la moral y los valores. Este tipo de formato trata de controversias de índole valórica, no requiere de datos empíricos ni estadísticas, es el genuino debate ideológico entre los oradores cuyo sustento son los principios lógicos y filosóficos de cada debatiente. Otro formato de debate es el empleado por Oxford Union, de la universidad de Oxford. Se trata de un debate competitivo que presenta una moción propuesta por un lado mientras que el otro lado se opone. Es un debate esencialmente académico con exposiciones de cinco a siete minutos por participante.
Cada estilo de debate considera que un buen argumento debe aportar apoyo suficiente para aceptar la conclusión, y las premisas deben estar relacionadas con la conclusión. Una argumentación insuficiente es considerada una falacia, engaño o mentira que se esconde bajo algo, en especial cuando se pone de manifiesto su falta de verdad. Nada de lo anterior vimos en el debate organizado por el canal televisivo de El Comercio. En la exposición de los participantes -15 candidatos a la Presidencia- todos parecían estar de acuerdo, no hubo análisis contrastado para establecer un criterio de verdad. ¿Cuál se supone que fue ese criterio?
Expusieron aquello que era de su interés inmediato sobre temas de economía, pandemia, corrupción, empleo, agricultura, entre otros. Pero cada expositor no profundizó en nada, no analizó las implicaciones de los problemas que enunció, en definitiva no desentrañó las causas de la realidad que expuso. El debate se convirtió en un baratillo de ofertas, donde el qué hacer no dio lugar al cómo hacerlo: bajar impuestos y las tasas de interés, masificar la vacunación, restructurar sistemas de salud, implementar nuevas tecnologías para atención ciudadana, reformas legales para transparentar la contratación pública, cambios en la selección de jueces y fiscales, y hasta cadena perpetua a los funcionarios públicos corruptos.
La moderación del debate a cargo del personal periodístico de diario El Comercio no contribuyó a la profundización de los temas tratados en el cortísimo tiempo de exposición otorgado a cada participante. Se diría que se trató de cumplir con una formalidad de presentar a los candidatos en un supuesto ejercicio de democracia. No obstante, la analista Lucrecia Maldonado expresa su opinión sobre el organizador, del debate que se realizó este fin de semana: “El Comercio no se ha caracterizado precisamente por su imparcialidad, nunca. Es un periódico de derechas cuyos editorialistas se han distinguido por atacar constantemente a todo lo que medio huela a cercanía con el gobierno del presidente Rafael Correa Delgado”.
Sabemos que por ley electoral, el CNE debe organizar un “debate oficial” entre los aspirantes a la Presidencia de la República. Nos preguntamos si existen condiciones para presenciar algo distinto a lo que vimos en el formato de debate de El Comercio. El riesgo de que se repita un debate cuyo formalismo de un proceso que, desde el fondo se muestra viciado de parcialidad, es grande. Maldonado anticipa un criterio: “El debate organizado por el Consejo Nacional Electoral va a estar conducido por cinco editorialistas de El Comercio, ergo, cinco consuetudinarios odiadores del progresismo: Simón Espinosa, Rosalía Arteaga, Grace Jaramillo, Francisco Rocha y César Ricaurte” y se hace la pregunta que nos hacemos todos: “¿Por qué no invitan siquiera a un periodista de otra tendencia, o aunque sea neutral, para que el propuesto debate tenga algo de decencia?”.
Entristece que los debates criollos denoten el nivel mediocre que impera en el país, ante la falta de convicción en una democracia real. Un estatus que se conjuga con un nivel precario de quienes aspiran a dirigir el país. Sin contraste de fuentes, sin cultura general sobre la realidad nacional, sin profundidad en el análisis. No existe espíritu analítico, crítico, formador de una cultura política. El pueblo se pregunta: ¿Para qué tantos postulantes si entre todos no hacen uno? Vivimos la política de escaparate que acostumbra a lo banal.
Se considera, equívocamente, que las elecciones son el non plus ultra de la democracia, cuando las elecciones no cambian nada de fondo en la sociedad si nos proponen lo mismo cada cuatro años. Esta noción se vincula a la idea de que la democracia solo sirve para llegar al poder. Una vez en el poder, ni la gobernabilidad ni la rotación democrática son aceptables. Así se promueve la idea de no reconocer resultados electorales desfavorables. Cuando una elección provoca, excepcionalmente, un cambio significativo en la sociedad, las élites de poder patean el tablero y organizan golpes desestabilizadores, cooptan personajes, instituciones, cortes, consejos, etc y organizan sainetes en los que se expresa solo un sector afín de la población con el propósito de perpetuar el sistema.
Qué falta nos hace ver encuentros entre postulantes al poder en debates que contribuyan a la cultura política en un auténtico ejercicio de democracia.