La derecha, cuando pierde el poder, se comporta como si se lo hubieran robado. Almudena Grandes.
Como suele ser tradición, se realizará un debate entre candidatos a la Presidencia de la República. Uno lo ha organizado el diario El Comercio, y Andrés Aráuz, el candidato del progresismo representado en el movimiento UNES (Unión por la Esperanza), ha anunciado que no asistirá al debate, y según un sector de la opinión pública, tiene razón, pues El Comercio no se ha caracterizado precisamente por su imparcialidad, nunca. Es un periódico de derechas cuyos editorialistas se han distinguido por atacar constantemente a todo lo que medio huela a cercanía con el gobierno del presidente Rafael Correa Delgado. Se sabe que tal debate será parte del juego sucio de quienes auparon el desastroso gobierno de Lenin Moreno con su silencio y su total sesgo en el momento de informar.
Aparte de esto, Andrés Aráuz y su binomio, Carlos Rabascall, se encuentran a la cabeza de las encuestas de preferencia electoral, con más del 25% de intención de voto hasta el momento. El terror de la politiquería nacional ante la posibilidad de que vuelva a establecerse un gobierno progresista, cuyo objetivo sea el bienestar de las mayorías, y no un régimen policial que salvaguarde el statu quo en beneficio de unas mal llamadas élites que siempre han medrado de la desigualdad y la corrupción, el terror de que esto suceda, decíamos, no se ha manifestado con argumentos ni razonamientos, sino con una serie de triquiñuelas y trafasías propias de un lumpen delincuencial: la súper-híper-recontra acelerada proscripción judicial de Rafael Correa para impedir su participación, todas las leguleyadas y las manipulaciones realizadas para impedir la aparición de movimientos o partidos políticos afines al gobierno anterior, todas las triquiñuelas fraguadas para entorpecer el trabajo de la ya demasiado desprestigiada función electoral, herencia del Trujillato.
Pero hoy, aparte de todo lo andado, se pone una cereza podrida encima de todo este pestilente pastel de detritus: el debate organizado por el Consejo Nacional Electoral va a estar conducido por… ¿adivinaron? Por cinco editorialistas de El Comercio, ergo, cinco consuetudinarios odiadores del progresismo: Simón Espinosa, Rosalía Arteaga, Grace Jaramillo, Francisco Rocha y César Ricaurte.
Conociendo como se conoce a los miembros más conspicuos de esta ala ideológica, no debería llamarnos la atención semejante ‘selección de personal’. Pero más allá de eso… ¿no lloraron a moco tendido diez años por la supuesta ‘censura’, ‘ley mordaza’ y ‘falta de libertad de expresión’?
¿Por qué no invitan siquiera a un periodista de otra tendencia, o aunque sea neutral, para que el propuesto debate tenga algo de decencia? Y eso por no contar a los otros quince candidatos, todos cooptados para impedir que el progresismo regrese a Carondelet. La idea es neroniana: lanzar a Arauz a batirse solo a la jaula de los leones.
Ojalá el pueblo ecuatoriano, después de todas las amargas experiencias de estos últimos cuatro años, tenga el discernimiento como para darse cuenta de quién hace trampa en el juego, y porqué. Porque triste cosa es ese aferramiento enfermizo al poder con el único afán de destruir al país que los vio nacer, al que inexplicablemente odian con toda su alma y piensan que solamente sirve para venderlo al mejor postor. Y más que triste, es algo que sobrepasa cualquier horror la artería y el juego sucio de nuestra impresentable clase política, de la prensa canalla y de las oligarquías esclavistas que sueñan con volver al tiempo en que solo votaban los hombres católicos y mestizos con una renta anual de mínimo 30 000 pesos.
No es fácil la salida a la carnicería mediática que estas fieras sin entrañas piensan ejecutar. Deben ya haberse preparado para atacar sin tregua. Al pueblo consciente le queda de salida exigir (que no pedir) equidad entre las tendencias ideológicas de los conductores del debate; apagar la tele, y votar tomando en cuenta que todo, absolutamente todo es una trampa propia no solo de seres sin integridad ni ética, sino también sin alma.