¿La muerte de dos niños inocentes tiene sentido? Esta pregunta acaso tenga respuesta. La muerte de los hermanos Restrepo -Carlos Santiago y Pedro Andrés- tiene el sentido de un crimen que devela una estructura estatal fallida.
Devela la existencia de una sociedad descompuesta, carente de humanismo. No habrá sido en vano el sacrificio de esos niños al develar el carácter criminal del poder imperante que cegó sus vidas inocentes. Su muerte devela la vigencia de un gobierno con sed de sangre, que no exorciza la democracia simulada que lo engendró.
El crimen de los hermanos Restrepo devela que de algún modo perverso hemos vivido confinados en nuestro país, sin respeto a los más elementales derechos humanos. Que hemos vivido bajo la antítesis de democracia que silenció el crimen.
Devela aquello de verdad que la memoria denuncia en esa pieza de dignidad familiar que es Con mi corazón en Yambo, de María Fernanda Restrepo. Devela que quienes escribimos cada 8 de enero acerca de la historia de los niños Restrepo, lo hacemos desde otra memoria, no la memoria poética que nos permite recordar solo lo que amamos, como nos sugiere Kundera. Lo hacemos desde la memoria prosaica que nos prohíbe olvidar lo que aborrecemos. Es una memoria doliente que denuncia una justicia fallida que quedó inconclusa. Cierto es que los asesinos tienen nombre y que su ajusticiamiento es una deuda que mantenemos como sociedad.
Qué falta nos hace esa justicia que hace sentido al crimen de los niños Restrepo: instaurar la verdad para un pueblo que repudia un crimen imperfecto, del que conocemos a sus autores. Una justicia que falta nos redima del pecado social del crimen de Estado. El crimen del gobierno de León Febres Cordero, consecuencia de la violación sistemática a los derechos humanos y desapariciones. El régimen que con pretexto de combatir a la subversión cometió toda clase de arbitrariedades. Los niños Restrepo fueron arrestados sin fundamento legal, torturados y asesinados por agentes de la policía ecuatoriana en cumplimiento de la política del terror impuesta por ese gobierno.
A 33 años de los hechos, el caso no ha sido cerrado en la memoria, no se lo hará mientras el espacio de tierra que Pedro Restrepo tiene reservado para sus hijos junto a la madre, Luz Helena Arismendi, no cobije la inolvidable humanidad de Carlos Santiago y Pedro Andrés. Que con el tiempo no muera la verdad, que el caso Restrepo perviva en nuestra memoria doliente, imperdonable.