Cuando Jorge Enrique Adoum escribió que una de las señas particulares del ecuatoriano era la falta de vocación de futuro, apuntaba a una verdad pocas veces desmentida. No obstante, en tiempo de elecciones asistimos a diversos ejercicios que apuntan a establecer lo “políticamente correcto”, que ofrecen visiones de un escenario inmediato, con evidente renuncia a un futuro de largos plazos, solo preocupa el presente precario.
En el debate electoral ese inmediatismo habla de encontrar acuerdos para convertir la crisis en oportunidad y surgen lugares comunes, soluciones fáciles y ofertas de baratillo. Uno de los acuerdos sugeridos es un presunto entendimiento entre la empresa y la academia. El desafío no es minúsculo, se trata de superar el pesimismo que nos envuelve en la carencia de futuro. Falta liderazgo, quien convoque y conduzca con resultados mensurables al país hacia nuevos rumbos. En la sentencia de Adoum se advierte que en la ausencia de una vocación de futuro el país renuncia a un cambio ontológico, un cambio de sentido en el devenir de la historia. Las condiciones objetivas están dadas, las contradicciones principales se agudizaron al punto que asistimos a un agotamiento del modelo. Falta que maduren las condiciones subjetivas y que los sujetos políticos muestren decisión y voluntad, dispuestos a un cambio profundo del paradigma vigente.
La descomposición social que vivimos genera pesimismo cuando no se entiende la pérdida de sentido de futuro que nos anquilosa como sociedad. Se ha iniciado la campaña electoral y no superamos los discursos cortoplacistas, solo interesa mi reducto aquí y ahora. Las propuestas de un sector social elitista agazapado en la derecha política criolla, buscan salvaguardar intereses clasistas como si fueran los intereses del colectivo social. Son propuestas repetitivas: reformas laborales para cambiar la reglas del juego en la contratación de mano de obra, minúsculos derechos para los trabajadores y derogación de leyes que imponen ciertas exigencias a los empresarios. Se cuestiona el aporte patronal de afiliación a la seguridad social del trabajador, y se sugiere menor estabilidad laboral, al tiempo que se busca acabar con una distribución justa de la riqueza eliminando el porcentaje de utilidades que por ley corresponde al trabajador. El empresario sin vocación de futuro busca precarizar las condiciones laborales priorizando la contratación a tiempo parcial, con bajos salarios básicos e inseguridad que acabe con la legalidad del trabajo formal. Pensando en sus intereses inmediatos propugna reformas tributarias para reducir impuestos a la actividad productiva, eliminar impuestos a la fuga de capitales, elevar impuestos a los consumos masivos (IVA), entre otras medidas. En la agenda empresarial se propone reformas que el sector denomina “seguridad jurídica”, que no es otra cosa que un conjunto de leyes que precarizan el trabajo. La propuesta sectorial incluye acabar con la institucionalidad que garantiza los servicios públicos en materia de salud, educación, energía y otros. Se propone el fin de los subsidios a los combustibles, gasolina y gas, y la privatización de actividades estatales para convertirlas en meros negocios particulares.
La ausencia de vocación de futuro impide ver la necesidad de cambios estructurales y no hay plataformas electorales que apunten a cambios en las relaciones de producción, socialización de los medios de producción, distribución social de la riqueza y fortalecimiento del rol del Estado. Transformaciones que se deberían reflejar en la superestructura jurídica y cultural del país. Una reforma educativa que introduzca nuevos preceptos en la formación cívica de la juventud, un cambio en el ámbito de la cultura con nuevas relaciones de producción cultural. Los cambios estructurales implican consolidar la soberanía del país en la toma de decisiones en política internacional, la nacionalización de recursos naturales estratégicos para una justa redistribución de excedentes económicos producidos en la explotación de dichos recursos en manos del Estado. He ahí la utopía social a la que renunciamos. En plena campaña electoral no se oye a los candidatos hablar de futuro.
Si bien el rumbo de los cambios puede ser largo y escarpado, solo lo garantiza la movilización social. No hay nada más factible que aquello que la voluntad popular pueda avalar. Ante la crisis del modelo, se derrumba el espejismo de la derecha que engaña a una buena parte de los ecuatorianos, no obstante que sabe aprovechar las fisuras y debilidades de su contraparte que son obvias. Tal vez la principal sea la necesidad de un movimiento social activo y desafiante, como un factor indispensable de cambio. La historia la hacen los pueblos y las transformaciones no son dádiva de nadie. La derecha tradicional tiene una insensibilidad mayúscula frente a los problemas de las mayorías, carece de pudor en el ejercicio de la política.
Si bien el neoliberalismo como lo conocemos desde hace algunos años está en retirada en el mundo, el reto es si será sustituido por un régimen de regulaciones destinadas a fortalecer el mercado como rector de la vida social o por un régimen en que la razón colectiva, de esencia democrática, se sobreponga a la razón mercantil. Es decir, un régimen que desmercantilice una sociedad traspasada en todas sus esferas por el interés económico inmediato, el egoísmo y el individualismo. Esto es lo que amerita cambiar. Para eso hace falta la vocación de futuro.