Los ricos también lloran, era el nombre de una famosa telenovela de los años setenta. Y ese culebrón de la cultura de masas mexicana nos quería vender la idea de que los millonarios, a pesar de su riqueza sufren, pero con plata en el bolsillo. Y sabido es que el dinero compra la felicidad, otra cosa es que no sepamos ser felices, según pregonan otros culebrones.
Ya hablando en términos sociológicos diremos que la pobreza crea riqueza, o mejor, existen pobres porque existen ricos. Y el llanto de los chiros suele ser mucho menos consolable, o aceptable, cuando el 1% de la población mundial ostenta la riqueza del 50% del planeta. Y no es, como pregonan ciertos economistas o economicistas, que hay que tener menos pobres y no menos ricos. El producto de uno, es el producto de lo otro. Y no es un asunto cuantitativo, sino de sentido. O concebimos un mundo contradictorio en la desigualad, o creamos un mundo donde impere la justicia con oportunidad para todos.
Terminar con las causas de la riqueza o de la pobreza que, para el efecto viene a ser lo mismo, requiere de una política social que extinga el impacto de la explotación humana. Una política pública que estimule la distribución justa de los bienes producidos en sociedad. Una política estatal que inhiba el enriquecimiento ilícito, porque la desigualdad percibida o real frena el desarrollo y equilibrio social. Aceptar las iniquidades cuando el paternalismo de los ricos los hace sensibilizarse con los pobres, es simplemente desvergonzado.
¿Es lo mismo riqueza producida que riqueza acumulada? se preguntan algunos economistas. ¿El PIB de un país es la producción o la acumulación de bienes? Algunos analistas responden que hay quienes, los talentosos o afortunados, crean nuevos productos y otros menos suertudos se los compran y los hacen ricos. Eso no es suerte, se llama oportunidades, y provienen de decisiones políticas que generan las condiciones para que aquello ocurra. Herencia de bienes familiares para unos nacidos en cuna de oro, desheredad para otros nacidos en cama normal. Mejor educación para algunos, peor para otros. Relaciones sociales para unos, aislamiento social para otros. En fin, un mundo hecho para unos e inalcanzable para otros. Eso no es azar, es producto de decisiones humanas, es decir, está en nuestras manos cambiarlo, sin esperar milagros.
Para conocer los índices de riqueza o pobreza social, es preciso mirar no lo producido en sociedad, sino lo acumulado colectivamente. La chequera de un rico no es indicador de progreso social. No se trata de eliminar más pobres y permitir más ricos cada día. Se trata de impedir que más ricos creen, cada día, más pobreza.
Hay muchas formas de ocultar la realidad y crear la apariencia de que las cosas son de otro modo. Una de ellas es la tecnología que pretende hacernos pasar por real lo virtual. El simulacro de igualdad es un eufemismo engañoso, que equivale a creer que el emprendimiento nos hará ricos. Que la innovación genera riqueza, que hay que ser creativos para acumular riqueza en un mundo competitivo. Nada más falso. ¿Cómo puede un ser humano competir en un mundo en el cual las reglas del juego son unas para unos, y otras para otros? Eso se llama injusticia. La falacia de que si todos emprendemos, creamos o innovamos, todos enriquecemos, raya en lo patético. Es el peor cuento que nos pueden transmitir en épocas de crisis. Y las crisis no son un mandato del cielo, son producto de las decisiones humanas.
Se dice que hay hechos que facilitan la riqueza. El peor es utilizar el poder del dinero para manipular a los políticos hacia lo que les beneficia a los ricos. Pero hay gobiernos a los que nadie les pide se identifiquen con los ricos, y se autoproclaman “el gobierno de los empresarios”, como pomposamente se calificó el régimen de Lenin Moreno. ¿Arribismo o demagogia? No falta en este gobierno quienes afirman que muchas de las políticas que generan más desigualdad, son propuestas por los comunistas. Decir que las políticas sociales generan pobreza, es simplemente una desfachatez. Ese argumento para denostar la inversión social, es la peor justificación de riqueza mal habida y peor distribuida.
Los ricos no solo lloran, también mienten. Cuando escuches llorar a un rico duélete de las dolencias de los pobres. Suelen ser lágrimas de lagartos, con dinero en el bolsillo lleno de cocodrilos.
Entre ricos y pobres, el mundo lo hacemos y deshacemos a nuestra imagen y semejanza.