El 2020 fue un año diferente. Un año marcado por la muerte, por la inercia que nos dejó inmóviles, en silencio y soledad, en el dolor de perder lo más querido. Un año que hay que cambiar, no solo porque en el calendario se inicia el próximo, sino porque estamos en la obligación de un cambio de vida en medio de tanta desgracia.
Se ha dicho que este año nos cambió la vida para siempre, pero siempre la vida cambia. Tal vez este año demostró que la vida puede cambiar en segundos, y que de nuestra actitud depende cómo superar los retos que se presentan, que adaptarse es tan importante como anticiparse, y que la vida es un proceso de aprendizaje, muchas veces tardío.
Una reflexión de Mario Benedetti puede ilustrar mejor esta idea: “No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento”.
Toca a su fin un año difícil, termina una década convulsa que prometió cambios que abortaron en el camino o que, contrariamente, detuvo el reloj o lo regresó a horas más extremas. ¿Qué sigue? Es la pregunta que se hacen muchos con curiosidad o, incluso, con entusiasmo. Así somos los seres humanos con una capacidad de resiliencia superior, adaptación a nuevas e imprevistas circunstancias. Se habló de un cambio climático que hoy vivimos, cada día, en la “normalidad” de sus efectos con escasez de agua, contaminación o incremento de la temperatura ambiental. También enfrentamos cambios sociales en los reclamos de diversos sectores de la población, demandando condiciones de igualdad y justicia, de poner fin a la violencia de género, de respeto a cada identidad, voces que se alzaron en contra del racismo y la discriminación social. Vivimos tiempos de cambio.
Este año que inicia habrá cambios marcados por la esperanza de mejores días. Con la fe puesta en la ciencia que nos acompañe en la lucha contra los virus mortales. Ponemos fe en el conocimiento tecnológico, pero desconfiamos de nuestras decisiones políticas que muchas veces impiden que la sabiduría del hombre y la mujer esté al servicio de todos.
El año que termina nos puso a elegir entre la vida y la producción de bienes, y en esa disyuntiva quedaron en el camino un millón y medio de personas en el mundo, que sucumbieron por efecto del coronavirus. De los sobrevivientes, muchos perdieron el empleo, sus negocios, y, en el peor de los casos, miembros de su familia. Quienes sobrevivimos debemos un voto de gratitud a esos hombres y mujeres que nos acompañaron en la primera línea de resistencia.
Hoy nos corresponde voltear la página de esta historia funesta. Ese es el cambio que enfrentamos: vencer la muerte, superar la vida. ¿Cómo será la existencia en la nueva futura normalidad, estará marcada por el estoicismo que nos reclama Benedetti?
En pocos meses lo sabremos, de momento la sabiduría que nos brindó este año indica que no se debe ser indiferente a las necesidades colectivas, que en sociedad tenemos que convivir en las diferencias. Que debemos ser resilientes y conjugar el verbo luchar, cada día. Que es preciso ahorrar recursos y energías, aprovechar las oportunidades y utilizar las ventajas encontradas en el camino de esta época cambiante. No es dable quedarse igual que siempre, no capitalizar las lecciones de este año que concluye.
Hagamos del próximo un año diferente. Marquemos esa diferencia en la solidaridad con nuestros semejantes, en la justicia colectiva que nos adeudamos como sociedad, en lo amigable con la naturaleza que dejamos pendiente. Evoquemos lo amado y perdido el 2020. Acaso lo recuperemos en la evocación del futuro, para siempre. Esa es la forma cierta de vencer la muerte. Saludemos la vida, como dice Neruda: decidí enamorarme de la vida, es la única que no me va a dejar sin antes hacerlo yo.
Si este año fue diferente, el próximo tiene que ser diferente a este.