El desarrollo de una vacuna contra el coronavirus, en tan solo nueve meses desde que apareció el virus, tiene asombrado al mundo científico, y lleva a pensar en las bondades de la medicina privada, muchas veces sin tomar en cuenta que el logro de Pfizer-BionTech, y otras empresas farmacéuticas que están produciendo el fármaco, es posible por el aporte económico en inversión para investigaciones, compra anticipada del producto y estímulo del Estado en los países capitalistas donde operan estos laboratorios.
El escritor científico y periodista Leigh Phillips, reflexiona en torno a la maravilla de la ciencia, que no es otra cosa que la cooperación y planificación económica social, y cuánto más podría producir y lograr un mundo igualitario. Sin duda, constata Phillips, que el momento en que la abuela británica Margaret Keenan y el ciudadano inglés William Shakespeare fueron los primeros en el mundo en recibir la vacuna, fue un instante glorioso y maravillo como pocos ha presenciado la humanidad. El asombro no solo es por la vertiginosidad en desarrollar la vacuna sino además por la capacidad de distribuirla masivamente en corto tiempo tomando en cuenta que un producto farmacéutico toma años o décadas en surgir en el mercado.
Si bien el gigante estadounidense Pfizer, y su socio alemán BionTech, se llevan el crédito, esto no es un triunfo para el capitalismo, puesto que estas empresas así como Moderna y otros favorecidos, dependieron de años de financiación del sector público para su éxito, y en todos los casos, de la investigación realizada por el gobierno o los laboratorios de universidades públicas mucho antes de 2020. Además, durante el año de la plaga estas empresas privadas confiaron en el seguimiento y financiación del proceso de desarrollo de vacunas por parte del Estado, o en el caso de Pfizer, de la compra garantizada por el Estado de millones de dosis. Por ejemplo, Washington prometió comprar la vacuna Pfizer por un valor de unos $2 mil millones y garantizó alrededor de $2,5 mil millones a Moderna para el desarrollo y fabricación de su opción; otros gobiernos del planeta establecieron acuerdos de compra y soporte de fabricación antes de los resultados de los ensayos clínicos para que la implementación pudiera comenzar tan pronto como se otorgara la aprobación regulatoria. El director de Pfizer cobró el 62% de sus acciones el mismo día que la compañía dio a conocer los resultados de su prueba de vacuna que muestra una eficacia superior al 90 por ciento, en tanto, los ejecutivos de Moderna hicieron movimientos similares, luego de su propio anuncio. La venta de acciones ocurrió a través de lo que las firmas insisten en que fue una aplicación preestablecida y totalmente conforme al libro de la Regla 10b5-1, que permite la ley de uso de información privilegiada. No obstante, esta estrategia de los dueños de las empresas mencionadas es considerada como “un comportamiento muy sospechoso, o incluso inapropiado”, sin considerar la magnitud de las dudas sobre las vacunas.
En medicina, no basta con ser ético, el profesional debe ser visto también como ético. Al margen de las sospechas éticas por el uso de información privilegiada, el rápido desarrollo de las vacunas ha sorprendido a los expertos. Todos sabían, más que nadie, cuánto tarda normalmente el desarrollo de una vacuna y que los expertos en enfermedades contagiosas, médicos y funcionarios de la salud pública han denunciado a los gigantes farmacéuticos por salirse en gran medida del negocio del desarrollo de vacunas desde hace varias décadas; de esta manera queda al descubierto que estas empresas son reacias a participar en la producción de vacunas debido al riesgo financiero involucrado y su absoluta falta de rentabilidad. Ahora lo hicieron con prontitud cuando el Estado asumió todos los riesgos y aparecen de repente vacunas de una eficacia asombrosa después de unos pocos meses.
Phillips recuerda que un caso similar ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno de los EE.UU, frustrado por la intransigencia de las empresas químicas y las empresas farmacéuticas nacientes nuevamente por temor a la falta de rentabilidad, ordenó la cooperación entre empresas, tomó la decisión de inversión en nombre del sector privado, y cubrió los costos de investigación, desarrollo y fabricación de los medicamentos. La humanidad, en esos momentos, vio aparecer diez vacunas de importancia militar y el lanzamiento masivo del primer antibiótico, la penicilina.
Antes de cantar victoria por el desarrollo de la nueva vacuna, es preciso reconocer que si bien es una luz de esperanza, esa misma esperanza se diluye gracias a la irracionalidad, ineficiencia e injusticia del capitalismo. Y más injusto aún para los países en subdesarrollo en los que habrá crueldades para los sectores rurales y urbano marginales como ha habido durante 2020 en los propios EE.UU. Se detectó casos en que equipos de protección personal y máquinas de ventilación se distribuían en función de quién podía pagar más en lugar de quién más los necesitaba y se cancelaban los pedidos, pagados en su totalidad, de equipos esenciales, a veces a mitad del envío, para ganar más dinero al servicio de jurisdicciones más ricas. No queremos pensar en la profunda injusticia y las enormes ineficiencias de lo que está a punto de suceder con respecto a la distribución nacional y mundial de las vacunas Covid-19.
Según Phillips, “las vacunas convencionales funcionan esencialmente de la misma manera que lo hicieron cuando se descubrieron en los días de Louis Pasteur. La inoculación implica la exposición a un virus debilitado o muerto, que presenta al sistema inmunológico un antígeno, una estructura molecular que forma parte de un patógeno que provoca una respuesta del sistema inmunológico. El antígeno en el que nos enfocamos, con respecto al virus SARS-CoV-2 que causa Covid-19, es la infame proteína en forma de “pico” que cubre su superficie. El sistema inmunológico entonces puede recordar y reconocer cualquier versión «viva» del patógeno si, en el futuro, intenta invadir el cuerpo. Ahora el sistema inmunológico tiene una capacidad preparada para combatirlo y derrotarlo. Dependiendo del virus, esta protección puede durar toda la vida, algunos años o incluso algunos meses, de ahí la necesidad de inyecciones de refuerzo para algunas vacunas. El principal desafío con respecto al rápido lanzamiento de las vacunas tradicionales es que deben “cultivarse” en huevos de gallina o células de insectos. Cada lote lleva varias semanas. Hay ocho técnicas de vacunas principales, que incluyen un puñado de versiones tradicionales de virus debilitados, entre las aproximadamente doscientas vacunas Covid candidatas que se encuentran actualmente en diversas etapas de desarrollo, hay cincuenta y siete que se encuentran actualmente en ensayos clínicos”.
Al momento, las vacunas Pfizer-BionTech y Moderna son las de más inmediato interés que puedan revolucionar la producción de vacunas. Son vacunas de ARN mensajero, o ARNm, cuyo concepto ha estado en desarrollo durante muchos años, financiado principalmente por el sector público. Conforme se dijo en la escuela secundaria, el ARN mensajero es una molécula que transcribe las instrucciones en el ADN. Informes técnicos señalan que “con las vacunas de ARNm, en lugar de presentar al sistema inmunológico un virus completo, que ha tardado semanas en crecer en los huevos de gallina, solo este fragmento de ARNm, incrustado en una nanopartícula lipídica (una molécula de grasa que lo ayuda a ingresar a una célula) con el instrucciones sobre cómo fabricar un antígeno viral, se inyecta en el cuerpo. Luego, el ARNm dirige a las fábricas de proteínas ribosómicas de la célula para que produzcan copias del antígeno (el pico, en este caso), sin virus. El sistema inmunológico reconoce los picos como extraños y los ataca. Luego recuerda posteriormente cómo atacar cuando se enfrenta a la realidad”. Por tanto, se requiere dosis mucho más pequeñas para provocar una respuesta inmune, lo que significa que se pueden producir cantidades mucho más rápidas que las vacunas tradicionales. La fabricación convencional de vacunas requiere un equipo a medida ligeramente diferente cada vez. La plataforma molecular de ARNm ya se había desarrollado mucho antes de la pandemia de Covid-19, lo que significaba que tan pronto como se identificara la secuencia genética para el pico, lo que sucedió pocos días después del descubrimiento de la enfermedad, la vacuna podría comenzar a producirse de inmediato. Ésta es la razón por la que el desarrollo de vacunas ha sido tan rápido.
Una desventaja de la vacuna Covid, es que, si bien algunos otros tipos de vacunas pueden mantenerse estables en refrigeradores normales, los vehículos de nanopartículas de lípidos para el ARNm deben mantenerse ultra fríos para evitar su descomposición. La molécula de ARNm también comienza a descomponerse a temperatura ambiente. La vacuna Pfizer-BionTech requiere refrigeradores que puedan mantener la combinación a una temperatura acogedora de -70ºC (-94ºF).
Este es un notable obstáculo que se produce en la cadena de frío, sensible a bajas temperaturas, donde la implementación eficiente y justa de las vacunas es un problema causado o exacerbado por la irracionalidad del mercado. Los laboratorios de investigación es posible que tengan congeladores que puedan mantener las cosas tan frías, pero no las farmacias donde se recibe una vacuna contra la gripe. La vacuna de Pfizer es enviada en cajas con hielo seco que debe reponerse en un día. Una vez que se saca de las cajas, la vacuna se puede conservar a la temperatura normal del refrigerador durante veinticuatro horas, o un máximo de dos horas una vez descongelada a temperatura ambiente. Los congeladores ultra fríos pueden prolongar la vida útil en seis meses y, en principio, están disponibles comercialmente. El problema existirá en zonas rurales y pueblos humildes más devastados por la pandemia en los que los hospitales no pueden pagar el costo de congeladores o que la entrega tardará meses. Los hospitales ricos de grandes ciudades que pueden comprar al por mayor tendrán prioridad. Esto no solo es injusto; es irracional. Si la gestión de cadenas ultra frías está fuera del alcance de los pueblos pequeños de Estados Unidos, como será la situación en el mundo subdesarrollado. El desajuste entre la necesidad y el suministro, que proporciona vacunas potencialmente menos efectivas no a quienes las necesitan menos sino a quienes tienen menos riqueza, prolonga innecesariamente la duración de la pandemia que nos amenaza a todos.
La humanidad no puede depender del mercado, ni de la supuesta sensibilidad de millonarios para hacer frente a la pandemia. Los países pobres de América Latina y África no solo enfrentan la barrera al tipo correcto de congeladores, sino a la electricidad confiable para alimentar cualquier tipo de refrigerador. Dada la tasa de reproducción -el infame número básico de reproducción, o R 0- de Covid observada en los países, y asumiendo una vacuna con una eficacia del 100 por ciento, alrededor del 60 al 70 por ciento de la población mundial necesitaría vacunarse para poder lograr una inmunidad colectiva que bloqueará la transmisión del SARS-CoV-2. Las vacunas Covid no son 100 por ciento efectivas, por lo que el número real será mayor, pero esto nos da una buena base para lo que se necesita lograr. El planeta necesita producir más de 8 mil millones de dosis para cubrir el 60 por ciento de los 7 mil millones de personas del mundo. Por citar un dato, en la última década, mil millones de niños en el mundo han sido vacunados contra paperas, sarampión, rubéola, polio, tétanos y fiebre amarilla. Es por eso que hay una gran esperanza en la vacuna de dosis única de Johnson & Johnson.
Otra de las injusticias que se cometería al distribuir la vacuna contra el Covid, es la corrupción. Médicos sobornados por pacientes adinerados para clasificados como asmáticos es, por grotesco que sea, no tanto el problema. Numéricamente, estos fraudes no deberían representar mucho. Y cuanto más estrictos sean los controles sobre tales trampas, mayor será la probabilidad de que aumenten las barreras burocráticas para el despliegue.
Los problemas de logística de distribución de la nueva vacuna son tan complicados que, precisamente, por eso es que el Estado necesita tomar relevo del caos del mercado para tratar de detener la injusticia y la falta de lógica de las vacunas a nivel mundial. Existen riesgos en la forma de manejar el tema de las patentes. En junio se informó que las empresas Gilead Sciences, AstraZeneca y Sanofi buscaban extensiones a sus patentes sobre medicamentos con posibles aplicaciones de Covid-19, como Remdesivir (cuyo precio Gilead subió hasta $ 3.000 por paciente, aunque el costo cuesta solo $ 9.00), y simultáneamente presionando para que se elimine el lenguaje de una resolución de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que hacía referencia al derecho de los países a anular las patentes durante emergencias de salud para fabricar versiones genéricas de los mismos medicamentos de manera económica y rápida. El mercado no está libre de empresarios villanos que actúan ahora de igual manera con respecto a las vacunas. Los países capitalistas ricos están tratando de bloquear la propuesta de la Organización Mundial del Comercio de Sudáfrica e India para liberar a los países miembros de los requisitos para hacer cumplir las patentes de vacunas relacionadas con Covid.
La lucha contra el Covid es en diversos frentes y una de las funciones primordiales de la sociedad es derrotar al virus lo más rápidamente posible, pero este objetivo se contradice con el propósito de los actores del mercado: la maximización del beneficio privado. Esto queda en evidencia ante el hecho que en los últimos tiempos un puñado de países ricos ya se han apoderado, a través de acuerdos de compra anticipada destinados a usuarios nacionales, de unos 600 millones de dosis de la vacuna Pfizer, casi la mitad de la cantidad que la compañía estima que puede producir para fines del próximo año.
La iniciativa Covax tenía como objetivo entregar unas 2 mil millones de dosis de vacunas para fines del próximo año, cubriendo al 20 por ciento de las personas en 91 países de África, Asia y América Latina. Algunos países ricos también se inscribieron en el Covax, creando alternativas paralelas a su favor. Si bien toda la humanidad debe ser vacunada, lo más probable es que los países de bajos ingresos tendrán que esperar hasta el año 2024 para vacunarse. Las injusticias del vacunacionalismo extenderá la pandemia por años. Para colmo, documentos filtrados de la secretaría de Covax, y publicados por The Guardian, indicarían que revelaron que sus gerentes creen que el plan tiene un riesgo “muy alto” de fracaso, ya que solo ha logrado recaudar $2.1 mil millones de los $4.9 mil millones que estima que son necesarios para cumplir con su objetivo del 20 por ciento para el 2021. Todo lo anterior indica que la planificación económica al servicio de la erradicación más rápida de la enfermedad es insuficiente si dicha planificación se mantiene a nivel nacional. Era de suponer que Covax era ese superintendente supranacional y extramercado de tal planificación global, pero no es un Estado internacional. Al igual que la OMS, no tiene suficientes recursos ni capacidad legal para hacer cumplir su plan como lo hace un Estado. Ante las injustas ilógicas del plan mundial de vacunación contra el Covid, lo mejor que podemos esperar para en un corto plazo derrotar el desigual y salvaje despliegue de vacunas es la vergüenza popular e internacional de su injusticia e irracionalidad.
Una pandemia queda sin antídoto en la conciencia ciudadana. Más allá del coronavirus, la amenaza de futuras plagas requiere una discusión profunda de cómo construir democracia global, y cómo en una real democracia, la planificación económica puede controlar las ineficiencias, irracionalidades e injusticias de los mercados.
Este es un tema que debe contagiarnos a todos, porque nadie está a salvo, hasta que todos estemos a salvo.