Uno de los aspectos más silenciados, repudiados o tergiversados de la personalidad de Diego Maradona es su convicción política de ideología revolucionaria como latinoamericano que militó en las causas populares y coincidió con los principios progresistas de Fidel, Allende, Che Guevara, por mencionar a quienes admiró con decisión.
Este aspecto de su biografía es lo que hoy los plumíferos de la derecha no soportan al ídolo y lo denostan con bajeza mencionando su pasado clínico como adicto dependiente, burlándose de una condición que solo a él pudo atribuirse: ser un dios en la cancha, si es que ese es el universo donde los omnipresentes, trascendentes y ubicuos se sitúan en cada espacio del campo de juego para crearlo todo y decidirlo todo. Maradona marcó goles hasta con la mano, con la mano de dios como él dijo luego del gol convertido a los británicos, acaso el más simbólico gol de la historia del fútbol con el que un país agredido ajustaba cuentas con su agresor. Maradona estuvo allí para reivindicar a una Argentina humillada, robada por el imperialismo inglés.
Maradona denunció con valentía a las dictaduras militares de su país. No en vano el presidente Fernández depositó sobre su féretro dos pañuelos blancos, uno de las madres y otro de las abuelas de Plaza de Mayo, de hijos y nietos víctimas de la tortura con quienes el pelusa solidarizó siempre. Las relaciones de Maradona con la revolución latinoamericana es clásica. El ídolo estrechó las manos y los vínculos con líderes revolucionarios como Fidel, Chavez, Kitchener, Evo y fue el amigo correspondido, admirado en la vida y en la muerte. Los tres primeros se le anticiparon, incluso Diego muere el mismo día que murió Fidel, el 25 de noviembre, cuatro años después, luego de declarar que fue “casi un padre”, de quien llevó su imagen tatuada en la pierna zurda con la misma que marcó los goles más hermosos de la historia del fútbol en prodigiosas filigranas. Los ídolos se atraen mutuamente. Diego y Fidel lo hicieron en vida, y tal vez esa misma circunstancia hizo que ambos partieran de viaje exactamente el mismo día.
Los amos imperiales y sus vociferantes adláteres jamás le perdonarán su virtuosa irreverencia. Fue un hombre que, en materia política, nunca tuvo dudas y en cada coyuntura crítica siempre se ubicó en el lado justo de la barricada. Jamás fue contaminado por el eclecticismo posmoderno o el culto al escepticismo de tantos intelectuales y políticos de una supuesta izquierda. Sabía muy bien por donde pasaba la línea que separaba a opresores de oprimidos y tomaba partido al instante. Esta sabiduría popular unida a su agudo instinto de clase lo llevó a ejercer una defensa incondicional de la Revolución Cubana, de la Venezuela chavista, de la Bolivia de Evo, del Ecuador de Correa y de los gobiernos populares en Brasil, Uruguay y la Argentina, consciente de que las oligarquías dominantes y sus amos imperiales jamás le perdonarían. Maradona goza de un raro atributo: continuar perturbando el sueño de los opresores porque su muerte lo convierte en inmortal como ocurre con Fidel, Chávez, el Che, Perón, Allende y Néstor. Una delantera política de la que Diego es eterno titular.