Cuando los estudiantes de la Universidad Ecotec, de la ciudad de Guayaquil, eligieron a Abdón Ubidia como “el personaje con mayor relevancia en el área de la cultura”, reconocían al autor capaz de conquistar un público difícil, cambiante, exigente, parricida. El galardón que se cristaliza en una doble placa de cristal con una inscripción y un plato de fina madera trabajada, representa el reconocimiento a una trayectoria literaria relevante. El reconocimiento nos provocó una triple alegría, porque Abdón Ubidia es un ser tridimensional. El premio reconocía al escritor de cabecera, al filósofo de barrio y a nuestro eterno vecino.
En una reseña breve hay que decir que Abdón Ubidia, como escritor en la década de los sesenta formó parte del movimiento cultural Tzántzico y sus primeros cuentos se publican en 1965 y en 1968 en la revista Pucuna. En 1978 aparece en Bogotá el libro de cuentos Bajo el mismo extraño cielo, donde incluye la novela Ciudad de invierno. Con esa obra, Ubidia se hizo acreedor al Premio Nacional de Literatura José Mejía Lequerica, el mismo que volvió a ganar en 1986 con su novela Sueño de lobos. Una de las temáticas centrales en la narrativa de Ubidia ha sido la ciudad de Quito, con sus paisajes urbanos y los cambios producidos con el paso de los años. Tres de sus novelas exploran estos cambios a lo largo de tres décadas: Ciudad de Invierno (1978), novela corta que analiza el boom petrolero de los 70 y sus efectos en el proceso de urbanización de la ciudad; Sueño de lobos (1986), que narra la época de apatía y decepción social de los 80; y La Madriguera (2004), que retrata la sociedad quiteña de fin de siglo en medio de la crisis financiera de 1999. Esta última le valió el Premio Joaquín Gallegos Lara a la mejor novela del año. En el área del relato corto cultivó los géneros de ciencia ficción y fantasía, en particular con su serie Divertimentos, con la idea de presentar varias temáticas relacionadas al pensamiento científico y filosófico contemporáneo a un público juvenil. Otras obras suyas son Callada como la muerte, Tiempo, El cristal con que se mira, El Palacio de los Espejos, Antología del cuento ecuatoriano, entre otras. El 9 de agosto de 2012, Abdón Ubidia recibe el Premio Nacional Eugenio Espejo, considerado el mayor galardón cultural ecuatoriano, en reconocimiento a su trayectoria literaria.
Se trata también del filosofo del barrio que, junto a Habermas, en los ensayos Referentes (2000) reflexiona acerca de la cultura en la posmodernidad y constata que en una época de veladuras dirigidas y misterios elegantes hay quienes sostienen que hemos abandonado la realidad, que el mundo se ha vuelto una pura representación. Estamos de nuevo solos en el mundo sin dioses, dice Ubidia, y frente a esa orfandad nos propone referentes en valores universales que muchos han declinado, pero en nosotros está el que queramos o no encontrarlos o convalidarlos, más allá de la maraña de símbolos engañosos que los ocultan o difuminan.
Y en el barrio, Abdón es nuestro eterno vecino, con el que compartimos vivencias, primero en El Batán, luego en la Mariscal, donde junto a Ruby Larrea, su mujer, se forjó entre nosotros una amistad a prueba de pandemias y demonios.
Conversamos con Abdón, vía virtual como se estila ahora. ¿Qué he hecho para merecer este premio?, se pregunta Ubidia, y el mismo responde: «hacer lo que me gusta hacer, y luego, mantener un compromiso con varios aspectos de la cultura del país. Siempre he estado cerca de los movimientos culturales, he hecho trabajos que tienen que ver con la literatura popular oral, y aparte, una obra literaria». Lo significativo es cómo un escritor de otra generación cautiva a la juventud. Aquello tiene una doble condición de reconocimiento.
-He tenido mucha suerte que algunos de los libros míos de la serie de Divertimentos -dice Ubidia– han sido estudiados en los colegios y han sido leído por estudiantes. Hay una edad maravillosa con la que yo me identifico, y esa es la edad de la formación. Yo creo que soy un adolescente contumaz, en la medida en que sigo pensando en que el mundo va a mejorar que, tal vez, contra todas las evidencias, haya un futuro que defender.
Ubidia se ha acercado a los jóvenes y ha tenido una “respuesta hermosa”, en algunos colegios los alumnos han hecho maquetas de los cuentos fantásticos de Ubidia. En países, como México, en pueblos remotos, los alumnos han leído los libros de Ubidia y le han hecho homenajes.
-Con la literatura uno no gana dinero, pero gana cariño, ilusión, amistad, viajes, y sobre todo, este tipo de reconocimientos que alegran la vida, señala el autor.
Una alegría que se conjuga con la honestidad de una obra hecha sin concesiones, según el dictado de una voz interior irrenunciable.
–Tengo que escribir lo que honestamente se me ocurre y trabajar para obtener un producto literario que se compadezca con esa honestidad, cueste lo que cueste, decir todo lo que honestamente nos nace del alma, sobre todo con afán de justicia, de solidaridad. Nos unen tantos años de amistad, mi querido Leonardo, que tú sabes exactamente cómo pienso, qué es lo que defiendo, qué es lo que odio. No puedo mentir, no puedo escribir lo que no siento. Si hay un momento de absoluta honestidad, de confesión profunda, es en el acto de escribir.
Ubidia ha estado recluido en cuarentena, un tiempo productivo para un autor prolífero, un ser humano inquieto que aprendió a bailar estos días junto a su mujer pintora, que aprendió a dibujar con la mano izquierda.
-Bailo con Ruby y también solo. Practico todos los ritmos caribeños de orquestas cubanas. Es una maravilla la alegría de vivir.
Lo imaginamos alegre, sonriendo con un libro en la mano o caminando por la Mariscal filosofando el barrio, recreando la ciudad, nuestro eterno vecino.