Ha muerto esta semana un hombre fundamental para la cultura, y en particular para la cinematografía latinoamericana: Fernando Pino Solanas, representante cultural argentino ante la UNESCO en París, designado por el gobierno de Alberto Fernández. Solanas había regresado a vivir en la capital francesa luego de permanecer un largo exilio en Europa durante la última dictadura militar argentina. La ironía del destino marcó un desenlace fatal para un hombre que jamás imaginaría que un virus como el covid cuyo origen se relaciona con el desastre ambiental que él denunció durante décadas, pondría fin a su vida prolifera de agente cultural, artista y activista social en la que destacó como hombre ilustrado y comprometido con la creación de una sociedad más justa e incluyente.
Solanas, cineasta militante, tempranamente se dio a conocer con su realización La hora de los Hornos (1968), una pieza de cine documental político de reconocido recorrido internacional. Según el cineasta chileno Patricio Guzmán, “a partir de La hora de los hornos todo cambió para el cine documental. Desde ese momento la subjetividad ganó un lugar central que permitió que muchos cineastas desarrolláramos nuestras carreras sin tener que brindar respuestas a la demanda de supuesta objetividad, que se le pedía hasta entonces al documentalismo”.
La obra de Solanas fue el arranque del cine político y militante latinoamericano, a partir del cual se expande un cine testimonial de carácter ideológico en el continente que comienza un periplo entre los espacios que dejan las dictaduras latinoamericanas en sindicatos, encuentros barriales o sedes políticas clandestinas. Se trata de un cine denuncia que va más allá del documental para convertirse en herramienta de concientización popular en la lucha diaria contra el poder dictatorial. Los encuentros clandestinos donde se exhibía este cine de 16 milímetros en ciudades y barrios argentinos, constituye una militancia artística de primer orden y resuelta valentía de grupos orgánicos de realizadores y proyeccionistas que, en medio de regímenes militares, difundían el trabajo de cineastas como Solanas en jornadas itinerantes de proyección fílmica y discusión política.
En 1976 la dictadura militar argentina amenaza a Solanas y tiene que salir al exilio y se radica en París. En esa ciudad realiza un trabajo fílmico por el Año Internacional de los Discapacitados, La mirada de los otros, un testimonial del racismo y la exclusión sobre la condición de los minusvalorados. El filme estrenado en Cannes obtiene reconocimiento internacional. A su regreso a Argentina, Solanas produce en 1985, El exilio de Gardel, una forma de rescatar en la memoria de los argentinos una figura simbólica de un Buenos Aires evocado con nostálgica sobriedad.
En 1992 Solanas realiza un recorrido por Latinoamérica en el filme El Viaje, bajo una mirada siempre critica de la denuncia. Se opone a las privatizaciones emprendidas durante los años noventa por el gobierno de Menen en Argentina y el régimen responde con un atentado a la vida de Solanas que resulta atacado a tiros por sicarios que lo dejan mal herido. Solanas incursiona en la política activa y es elegido diputado en los periodos de 1993-97 y 2009-2013. Cuatro años más tarde es candidato a la presidencia de Argentina. Entre los años 2004 y 2018 produce una serie de filmes que evidencian su preocupación por la lucha ambientalista, entre los que destacan Memoria del saqueo (2004), Tierra sublevada: Oro impuro (2009) y Viaje a los pueblos fumigados (2018).
Su deceso se produce en París donde residía desde el año 2019 y constituye una irrecuperable pérdida para el mundo de la cultura, la creación artística y la lucha política latinoamericana. Pino Solanas deja una impronta estética e ideológica profunda en la historia de nuestro cine continental.