Los estadounidenses esta semana no han podido dormir tranquilos, su sistema democrático hace agua, genera dudas y su manifiesta incapacidad para contar los votos luego de una elección presidencial es una vergüenza, mientras la legitimidad del presidente designado por la Corte Suprema está en duda.
El martes de esta semana los norteamericanos se fueron a la cama con la idea de que su presidente sería reelecto ya que lideraba los resultados electorales en los llamados estados claves para la victoria, pero luego de unas horas, entre gallos y media noche, la visión cambio al amanecer del día miércoles cuando Biden mostró un perfil completamente opuesto y se proyectó como favorito para ganar en los territorios decisivos.
En tanto se prolongaba el conteo de votos, aumentaba la ansiedad ciudadana, y con ella la desconfianza en su sólido y tradicional modelo de democracia exportable. Los signos fueron evidentes: una inexplicable demora en el escrutinio y un primer mandatario denunciando fraude y poniendo en duda el sistema electoral de su país, al tiempo de que anunciaba juicios en las cortes supremas de justicia norteamericanas.
¿Qué había pasado en el ejemplar sistema estadounidense? Las falsificaciones surgían por doquier como ejemplo se mencionaba que, con más del 80% de los votos contados en Georgia, Trump tenía un 80% de posibilidades de ganar, según el New York Times, pero menos de cuatro horas después los datos de Georgia ya predijeron exactamente el resultado opuesto. Simultáneamente, la prensa estadounidense, que no está bajo el control de los liberales, escribe sobre numerosas irregularidades electorales.
Para el experto Malek Dudakov del canal Telegram, en siete condados de Wisconsin el número de votantes excedió el número de votantes registrados. En Milwaukee, la participación fue exactamente del 75% en 18 distritos y exactamente del 90% en 23 distritos. Los republicanos en Nevada contaron al menos 3 mil casos de fraude electoral y presentaron una demanda federal para anular los resultados de la votación en su estado. La prensa señala como la inclinación de los demócratas por el fraude fue visible en el 2016, cuando en las primarias demócratas entre Hillary Clinton y Bury Sanders, 200.000 votantes de Nueva York que apoyaban a Sanders “fueron ilegalmente eliminados de la lista y se les impidió votar”. Similares tendencias persistieron en las primarias de este año, basta recordar el fracaso del voto electrónico en Iowa o la demora de seis semanas en el conteo de votos en Nueva York.
Para la prensa estadounidense el proceso de votación de Estado Unidos está ”plagado de importantes fallos sistémicos y leyes dudosas e ineficaces”, que sólo pueden explicarse como una elección deliberada y/o como un reflejo perfecto de un imperio en ruinas, según señala el periodista Glenn Greenwald. El analista concluye en que la próxima vez que los estadounidenses escuchen de su gobierno que necesitan implantar la democracia en otros países, a través de guerras, invasiones, bombardeos u otras formas de intervención encubierta de la CIA, deben insistir en que la democracia se establezca primero en Estados Unidos.
No obstante, hay voces contrarias a la idea de que el imperio se desmorone y no lo estará en el futuro cercano, y la votación se está llevando a cabo en los Estados Unidos, conforme lo determina su sistema político y sus tradiciones: “Puedes criticar su sistema, pero no puedes decir que es inútil y está en crisis. Quien oiga estos gritos, comience a comparar su sistema con el nuestro. Y esta comparación puede no estar a favor de nuestro sistema, ese es el problema”, se puede leer en la prensa norteamericana.
Sin embargo, crece la desconfianza en las autoridades y en el propio sistema de gobienro vigente. El solo hecho de que desde la Casa Blanca se busque que el resultado de las elecciones debería ser decidido por la Corte Suprema, es prueba de que algo no funciona en el sistema democrático norteamericano ante denuncias de que se tuvieron en cuenta muchos votos emitidos ilegalmente.
La desconfianza es mutua entre el presidente y el sistema político estadounidense. De perder las elecciones, Donald Trump enfrentará problemas en un futuro próximo, porque se vuelve vulnerable a varias investigaciones sobre sus negocios cuyos pormenores siempre ha mantenido en la mayor privacidad. A eso se suma que enfrenta demandas de difamación de mujeres que lo acusan de agresiones sexuales, así como acusaciones de haber usado la presidencia en beneficio de sus negocios personales, según CNN. No obstante, el peligro mayúsculo para el presidente y que puede convertirse en pesadilla para Trump, es la investigación que sostiene el fiscal del distrito de Manhattan sobre el funcionamiento financiero de la Organización Trump, actualmente a cargo de los hijos del mandatario. La fiscalía indaga si la empresa o el propio Trump han participado en varios tipos de fraudes bancarios, de seguros, fiscal, y falsificación de registros comerciales. En tanto, la fiscal general de Nueva York, Letitia James, está indagando el manejo de varias propiedades millonarias de la Organización Trump. La defensa del mandatario argumenta que se trata de intereses políticos por la acción de Trump en la Casa Blanca. En Washington DC y Maryland los fiscales locales demandaron a Trump porque ha puesto sus beneficios financieros por encima de los intereses ciudadanos. Según la acusación, Trump violó la cláusula de emolumentos de la Constitución porque sus negocios recibieron miles de dólares de gobiernos extranjeros especialmente en usos de sus propiedades. Y como guinda del pastel, un fiscal especial, Robert Mueller, encontró de que el presidente había cometido obstrucción a la justicia en la investigación fiscal.
No son días buenos para el modelo de vida republicana y democrática norteamericano. Tampoco lo son para aquellos seguidores de sus enseñanzas y ejemplos, hoy puestos en duda por los propios estadounidenses, y para quienes el sueño americano amenaza con convertirse en pesadilla.