Hay tiempos duros, como el nuestro, en que la muerte no da tregua y evocar a los amigos se convierte en un triste obituario. Ha muerto Jorge Rodríguez Torres, economista de pronunciada trayectoria, miembro fundador de la Comisión Cívica de Control de la Corrupción, cuando la lucha contra este flagelo social era cosa de valientes. Conocí a Jorge cuando en mi juventud formaba parte de un programa de investigación periodística en la televisión ecuatoriana. Reveladora fuente informativa, él no trepidaba en decir las verdades y llegar hasta las últimas consecuencias de una denuncia y al fondo de los hechos en busca de la última verdad posible. Experto en diversos temas societarios, como en el área de seguros e investigación tributaria, Jorge mantuvo siempre a nuestra disposición el mejor archivo temático del país en materia económica.
En una ocasión en que me encontraba realizando un reportaje acerca del impacto que provocaría en la actividad comercial la aplicación del IVA entre pequeños comerciantes de víveres en mercados y ferias libres, Jorge me instó a ir al fondo del asunto y buscar a los grandes evasores. Todavía tengo grabada en la memoria la imagen de pantalla de su computador en que se revelaba cómo una de las marcas de gaseosas de mayor consumo nacional y mundial, que había convertido a la vida en una chispa, pertenecía a una de las empresas que más impuestos evadía mensualmente en Ecuador, sitial que compartía con una compañía de seguros y un supermercado de renombre. Cuando el reportaje estuvo terminado con respaldo de fuentes confiables y fidedignas, fue censurado por los ejecutivos del canal de televisión del cual las empresas evasoras eran sus más entusiastas auspiciantes.
Durante los años que Jorge fue mi fuente informativa, me reveló secretos de alto vuelo que muchos empresarios y ejecutivos de connotadas compañías se llevaron a la tumba. Sobre todo en el ámbito de la corrupción que este economista acucioso combatió como una causa personal y, obviamente, una cruzada nacional. En ese avatar la vida nos situó en sendas comunes cuando realicé mi trabajo editorial de llevar a cabo una investigación acerca de las causas de la corrupción en el país Decapitar a la Gorgona: la corrupción una moral de la crisis, libro-foro que recoge la reflexión de diez prominentes ecuatorianos sobre el tema.
Ecuador en ese entonces estaba considerado por organismos internacionales entre los cuatro países más corruptos de América Latina y uno de los más corruptos del mundo. La hipótesis central del libro quería confirmar aquella lapidaria afirmación que ser corrupto es consustancial a ser ecuatoriano. Sentencia que nunca compartimos y que Jorge contribuyó a descartar con sus lúcidos conceptos teóricos. En esa oportunidad Rodríguez señaló para el libro: “Lastimosamente, en todos los gobiernos hay corrupción. Vemos lo que sucede en el Congreso, todo el mundo habla en contra de la corrupción, corruptos que hablan en contra de la corrupción. Es una forma muy fácil de hacerse más rico, a través del poder. El poder corrompe. (…) Yo creo que la prensa es el medio más poderoso para combatir la corrupción; lastimosamente no acompaña para combatir la corrupción. En aquellos casos en que la prensa se ha visto imbuida con la corrupción, son casos que tienen éxito en el país. (…) En el momento en que se forme y se acepte lo que dice la Constitución de la república en donde le da el poder de veto al ciudadano, en donde el ciudadano tiene la capacidad para revocar el mandato de quienes lo gobiernan. En ese momento en que el país se organice con la sociedad civil, tendremos una sociedad más justa. El momento en que podamos tener una contraloría social, que tengamos las veedurías ciudadanas y exista un cambio de la democracia representativa por la democracia participativa, en ese momento tendremos más posibilidades de luchar contra la corrupción (…) Yo creo si bien las ideologías han perdido fuerza en el camino, porque ahora lo que vemos es una uniformidad básica en el campo ideológico, no hay una ideología que permita tener una diferencia en lo que puede significar entre el principio filosófico con el principio económico. Entre la economía y la política debemos discutir que es primero. Lastimosamente hemos puesto en muchos casos como prioridad a la economía, y la economía está directamente vinculada con quienes tienen el poder económico y el poder económico es el poder político y el poder político es el que manipula todas las acciones del Estado (…) La crisis de la sociedad se debe a un tránsito civilizatorio que no puede ser imputado a la perversidad de quienes han secularizado el Ecuador. Por que ahora hay un grupo de fanáticos religiosos que en el país dicen, estamos tan mal porque ya no se enseña religión, y la solución es que el gobierno les pague a unas personas que los señores obispos han designado para enseñen religión en los colegios públicos. A mí me parece eso un retroceso escandaloso por que en todos los países del mundo, salvo en Chile de Pinochet, esto ya no rige”.
Con manifiesta solvencia, Jorge Rodríguez, denunciaba a los agentes de la corrupción en el país entre los que identificó tanto a sectores públicos como privados, ubicando el problema en el hecho de fondo en que la economía vuelva a ser instrumento del hombre, y no lo contrario como sucede en el país: “El momento en que los escasos recursos que se tienen para generar el desarrollo son canalizados de manera distinta al desarrollo, sino para beneficiar a determinados grupos económicos, estamos trastocando el principio de una mayor igualdad, una mejor distribución, y una mejor oportunidad sobre los factores de la producción; no solo me refiero a las personas, sino al resto de los recursos que hacen viable el mejoramiento de las condiciones de vida, el centro focal de lo que es la economía, el hombre en sí mismo. Para mejorar las condiciones del hombre necesitamos una serie de instrumentos para ser más justo, más equitativo, más viable ese proceso de mejoramiento con los medios escasos que tiene el país. Esos medios escasos no son canalizados hacia los pobres, sino hacia aquellos que aprovechan usurpando el poder político y usurpando los pocos recursos que tiene el Estado para mejorar las condiciones de vida a todos los ecuatorianos».
La lucha anticorrupción es un programa económico, señalaba Rodríguez: “Es un programa económico desde el punto de vista de que la corrupción está vinculada directamente con recursos financieros. Si hacemos una valoración de cuanto perdemos por corrupción diríamos que está en el 10 % o 20% de lo que es inversión pública. No solamente en lo que se refiere al presupuesto del Estado, sino de todo el presupuesto de las entidades del sector público que son autónomas y estamos más o menos calculando que es el 50% de lo que es el PIB. (…) Si el Ecuador pudiera cambiar esa figura, podemos crecer a mayor velocidad. La corrupción está dada entonces en dinero para poder movilizar un aparato productivo que crezca y que tenga mayor equidad, que de mayor educación, mayor salud y alimentación y que haga que los ecuatorianos seamos menos violentos y que podamos exigir con mayor fuerza a los grupos de poder que hagan bien las cosas”.
Los mismos avatares de la vida nos situaron en sendas distintas y en claras ocasiones, opuestas. Jorge se adentró en sus actividades de seguros y yo me dediqué a escribir artículos periodísticos cotidianos. Nos saludábamos esporádicamente en redes sociales y él se mostraba asiduo lector de nuestra revista. El último artículo que leyó lo publiqué el lunes pasado en el que reflexionaba acerca de la muerte. Jorge lo habrá revisado en silencio, acaso como un simbólico adiós entre dos amigos. Una reflexión de la andadura en la que él se adelantó prematuramente. Paz en su tumba.