Cada nación tiene el presidente que se merece. ¿Merece EE.UU, un mandatario como Donald Trump? Un político que se declara vencedor prematuro y anuncia apelar a la Corte Suprema de Justicia para detener el conteo del voto anticipado al que calificó de «fraude». Lo concreto es que Trump no ha perdido y Biden no ha ganado, pese a que un reporte de un National Poll en NBC, The Wall Street Journal, hizo circular cifras sobre la base de un escrutinio que ubica a Biden con 52% y a Trump con un 42%.
Trump ni Biden son casos fortuitos de la política norteamericana, sino que ambos reflejan cambios significativos en el quehacer político estadounidense. En apariencia, las elecciones en los EE.UU muestran que los latinos dan la espalda a los demócratas y que el llamado voto oculto vuelve a votar sin ser percibido por las encuestas. Esa mayoría silenciosa que vota emocionalmente por Trump, demostrando que la racionalidad y la política no son nunca equivalentes, al menos en los Estados Unidos. Eso explica cómo Trump logra aglutinar millones de adeptos en mítines anticonfinamiento, argumentando que así salva la economía y al país.
La economía, que ha sido la bandera de campaña de Trump, le favoreció al momento de hacer creer que si maneja bien la crisis sanitaria, habría de hacer lo mismo con la crisis económica. Y en esa maniobra mostró carácter y decisión verbal rompiendo con la oferta electoral tradicional de mesura, cálculo y menor riesgo. Trump se jugó una carta de audacia al apostar a lo incierto y ganar con suerte. Es la osadía del ganster que le tuerce la nariz a los hechos apelando a la mentira de la falsa promesa y vence al destino predeterminado, con argucias. Incluso contradiciendo a las encuestas que vuelven a fallar, dado los ajustados resultados electorales de este momento.
¿Qué hace posible que en este escenario Trump opte de nuevo por el poder?
Trump es un político que rompe esquemas tradicionales y mantiene consternadas a las élites políticas con la ansiedad propia de no saber cómo manejar la situación de incerteza que genera el mandatario norteamericano con su actuación. Desde su irrupción en política contradijo la lógica de su propio Partido Republicano donde es considerado un “cuerpo extraño”. Trump no es lo suficientemente religioso ni conservador para los cristianos fundamentalistas que juegan un papel importante en el partido.Trump fue elegido presidente, a pesar de que la élite política establecida no lo quería. Según analistas, su candidatura presidencial fue posible por una revuelta inédita de los miembros y electores del partido Republicano contra sus líderes. Los otros candidatos provenientes del clan Bush, de los cristianos evangelistas, los neo-libs, o el Tea Party, se habían desacreditado por su integración o apoyo al gobierno de George W. Bush, que precedió al de Obama. La rebelión de los votantes tradicionales republicanos se dirigió no solo contra sus líderes, sino también contra algunos de los “valores” tradicionales del partido. En ese sentido, se hizo posible la candidatura de Trump y fue virtualmente impuesta a la dirección del partido.
En la bancada demócrata algo similar sucedió, cuando la imagen de Obama se había deteriorado luego de ocho años de liderazgo. El nuevo líder de esta rebelión fue Bernie Sanders, que se proclamó “socialista”. Como Trump en el lado republicano, Sanders era un nuevo fenómeno en la historia reciente de los Demócratas. Sanders contradijo tanto a Clinton, como a Obama, presidentes que “combinan un toque de bienestar social con políticas económicas fundamentalmente neoliberales”. Se trata de políticas económicas directamente intervencionista del Estado con un fuerte carácter “Keynesiano”. Sanders incluso ofreció apoyo Trump para implementar “seguro social para todos”.
Los migrantes un factor decisivo
EEUU es un país fundado por colonos y poblado por oleadas de inmigración. La difícil integración migratoria en un todo social, junto a grupos étnicos y religiosos, solo se da luego de una evolución del sistema politico norteamericano. No obstante, siempre está presente la incidencia en el gobierno de líderes de diferentes comunidades de inmigrantes. Simultáneamente, en los EE.UU las sectas religiosas como las organizaciones gansteriles demuestran ser un vehículo para que los grupos excluidos accedan al poder. No es casual la relación de las élites políticas y económicas estadounidenses con las mafias del hampa en la dinámica comercial, legal e ilegal, del país. Se trata de tráfico de influencia entre familiares, amigos, o allegados a políticos importantes mediante “tratos” que tanto republicanos como demócratas ofrecían en su momento a representantes de diversas comunidades e intereses particulares.
En los EE.UU la votación de migrantes o de comunidades étnicas es importante y tienden a negociarse permanentemente. Sin embargo, los negros que eventualmente lograban espacios de integración política, vieron fallar esos mecanismos democráticos y tuvieron que soportar la presión racista capitalista. Debieron organizarse políticamente para disputar acceso a la igualdad, y es así que Martin Luther King y el Movimiento de Derechos Civiles iniciaron las revueltas en los guetos negros en los años sesenta. Sin esa respuesta y la presencia de los Black Panters no habría sido posible la presidencia de Obama. El voto negro se dirige tradicionalmente al voto demócrata, los republicanos ponen un contrapeso étnico con el voto latino que les favorece entre exiliados cubanos. Trump se vio apoyado por los “supremacistas blancos”, y aunque no sea un racista a ese extremo escuchó sus recomendaciones, a cambio de que crearon un bloque electoral a su favor. Según expertos, en la base de todo esto existe un proceso de “comunitarización de la política burguesa norteamericana”, como un paso más en la segregación del llamado melting pot.
La crisis económica
En la actualidad, EE.UU es una potencia en declive, aun cuando sigue siendo económica, tecnológica y militarmente un líder mundial. Pero el gobierno de Trump ha llevado al país a una incerteza de futuro. Y ese declive de alguna forma simboliza el declive del sistema capitalista. Frente a este declive, y a las crecientes divisiones raciales, religiosas, étnicas y de clase, Trump quiere unir a la nación tras su clase dirigente en nombre de un nuevo americanismo. Pero el mundo se pregunta si Trump tiene una verdadera política que ofrecer en respuesta al declive norteamericano. Si no es el caso, si su alternativa es puramente ideológica, no es probable que dure mucho otro eventual gobierno republicano. Y frente a las alternativas juega apostando como un jugador frente a la ruleta.
Trump quiere reducir significativamentea el bienestar social. En el ataque a la clase obrera, puede contar con el apoyo de toda la clase dominante. Sin embargo, la promesa de violencia de Trump junto a una actitud de aventurerismo irresponsable, es la otra gran característica de su gobierno. Una de sus especialidades es amenazar a las empresas que operan internacionalmente con represalias si no hacen lo que él quiere. No hay clemencia, sin embargo, para los inmigrantes ilegales. Planeó construir un muro para contener a los mexicanos, pero además promete hacérselo pagar a ellos. A la exclusión se añade la humillación. Lo que EE.UU necesita, dice Trump al mundo, son más armas y más tortura. Trump ha llevado a los EE.UU y al mundo a los años treinta en que bastos sectores sociales se sienten engañados y optan por respuestas violentas, pero bajo la constante amenaza de intimidación del gobienro republicano. Y es ahí cuando la violencia se hace política, cuando la sociedad se descompone sin reservas. El resultado es una enorme ofensiva política y económica de sectores conservadores en una especie de guerra capitalista contra el resto de la humanidad, cuyas víctimas no son solo los menos favorecidos sino amplios sectores dominantes de la sociedad. ¿Es esto lo que merece EE.UU y el mundo?