A pocas horas de la elección en los Estados Unidos nadie puede vaticinar un pronóstico certero por lo reñido de una campaña en que cada candidato ha mostrado lo suyo. En este clima de incertezas hay coincidencia ente los observadores de que Trump se enfrenta a tres enemigos, a estas alturas ya insuperables, que han marcado el deterioro de su gobierno, de su imagen y, por tanto, de sus aspiraciones de ser reelegido presidente este tres de noviembre: la crisis agravada por el impacto de la pandemia de la COVID-19, que superó las 226 mil muertes en todo el país. A ello se suma la recesión económica y las masivas protestas contra el racismo y la brutalidad policial que continúan siendo violentas en los EE.UU.
No obstante, estos tres factores nefastos para las intenciones de Trump se vieron agravados por la propia actitud arrogante, insensible y hasta cínica del presidente norteamericano que frente a la crisis sanitaria minimizó las causas señalando que “es un virus chino”, y minimizó los efectos diciendo que sería “un éxito tener 100 mil muertos”, mientras que en EE.UU ya se registra más del doble. Y se suma la prepotente y racista actitud presidencial en contra de las minorías negras y la respuesta de brutalidad policial mostrada en manifestaciones masivas de rechazo al racismo blanco. Lo anterior en el contexto de una evidente recesión económica norteamericana que últimamente ha visto perder terreno a su otrora boyante economía ante sus competidores japoneses y chinos. La lectura final de la mayoría de los estadounidenses es que antes de Trump nunca estuvieron tan “indefensos, degradados e inseguros”.
Frente a este panorama el portal Real Clear Politics, que promedia las encuestas a nivel nacional, señala que en 53,4% de los norteamericanos desaprueba la gestión de Donald Trump como mandatario y que, por tanto, “la consideran errática” en el manejo de la crisis. En lo relativo a la intención de voto, señalan que el candidato demócrata debería ganar el voto popular al aventajar a su oponente por un promedio de 7.9% puntos (51,4% vs. 43,5%). De igual forma indican que de los 270 votos del colegio electoral que se requieren para ganar las elecciones, Joe Biden tiene asegurado 216 votos electorales, Trump 125 y están en disputa los 197 restantes. Fuentes cercanas a las candidaturas afirman que Biden cuenta con mayores recursos económicos que Trump, debido a una mejor recaudación para la campaña que su contrincante republicano, gracias a los grandes contribuyentes.
El singular sistema de votaciones estadounidenses permite votar de manera anticipada a la fecha de las elecciones, y en tal sentido ya han sufragado 86 millones de ciudadanos, lo que representa el 64% de todos los votos que se contabilizaron en el 2016. En el territorio nacional existen estados más competitivos y decisivos y, según las inversiones en propaganda electoral, estos son Pensilvania y la Florida -en los que según encuestas Biden aventaja a Trump. Varios estudios indican que si el mandatario no gana en Florida perderá la elección.
En ese estado latino, ambos candidatos han concentrado sus fuegos en los últimos días. Los aparatos propagandísticos tratan de captar la atención del voto latino cubanoamericano que ejerce cierta influencia en los resultados. Por tanto un tema crucial allí es la posición de los candidatos respecto de Cuba. Trump ha mostrado un enfoque “directamente confrontacional y agresivo”, mientras que Biden se muestra “menos estridente”. Sin embargo, ambos son percibidos como enemigos de la Revolución Cubana. El electorado de Miami donde residen familiares cubanos exiliados tiene claro que la política de Trump ha sido “de crueldad y un odio extremo que ha dañado profundamente los vínculos entre ambos pueblos, especialmente en los lazos familiares”. El gobierno norteamericano ha aplicado en los últimos dos años más de 130 medidas tendientes a estrangular la economía cubana, al tiempo que Trump señaló que “la libertad cubana va a ser uno de sus grandes triunfos”. Biden, no obstante, se alejó de la retórica extremista presidencial, pero mantiene el mismo discursos fracasado en materia de derechos humanos en la isla, a la que considera más distante de la democracia que hace cuatro años. Biden ha sido claro en señalar que se necesita una nueva política para Cuba, acaso un posible retorno a los intentos de acercamiento implementados por el presidente Barack Obama entre los años 2009 y 2017, especialmente en los dos últimos años cuando Biden fue su vicepresidente.
Obama, que estuvo presente en el cierre de campaña de Biden la semana anterior en Florida, señaló que “promoverá los derechos humanos en Cuba y en el mundo”. En tanto, Kamala Harris, candidata a la vicepresidencia por los demócratas, fue categórica al afirmar que ella dará marcha atrás a las políticas fallidas que Trump ha aplicado en la isla, que exigirá la liberación de los presos políticos y que las relaciones diplomáticas estarán determinadas por los derechos humanos. Se trata, sin duda, de dos posiciones tácticas distintas, que responden a diversas visiones ideológicas, pero que persiguen un mismo fin geopolítico: la reconquista y recolonización de su codiciada fruta madura y, por consiguiente, el derrumbe de la Revolución Cubana. Esa ha sido la constante durante seis décadas de revolución por parte de los doce presidentes norteamericanos que enfrentaron sin éxito el proceso revolucionario cubano y emplearon las más diversas maniobras políticas, económicas, militares y terroristas para derribar a Fidel Castro, sin conseguirlo.
El futuro de las relaciones norteamericano cubanas estará marcado por la respuesta que exprese el propio pueblo norteamericano en las elecciones de hoy. Así como las relaciones de EE.UU con el resto del mundo en un contexto de menor beligerancia, de mayor respeto al derecho internacional y de menor intervencionismo militar en los diversos escenarios del planeta. Es el propio pueblo estadounidense el llamado a maniatar a la bestia que acecha en el Pentágono.