Desde tiempos inmemoriales el hombre se avocó a narrar sus pasos por la historia. Registrar los hechos, no con el mero catastro o inventario de la realidad, sino para identificar causas y efectos de la acción humana. Una historia escrita con sangre, cuando no tallada en la propia humanidad de los vencidos por los victoriosos, dejando en claro de que la violencia es la gran partera de la historia. La que alumbró nuevas épocas, la que parió con fórceps a la nueva sociedad. Y en ese avatar encontramos hombres y mujeres que frente a la historia, ese conjunto de hechos acontecidos en el pasado de la humanidad, echaron mano a la historiografía, el conjunto de técnicas y métodos utilizados para describir los hechos históricos acontecidos y registrados. Existen quienes desde lo poético o desde la política, dieron cuenta del acontecer histórico, cada cual según el cristal con que se lo mire.
Desde la antigüedad los historiadores se situaron del lado de los cronistas para narrar su tiempo. Heródoto, nacido en Halicarnaso -actual Bodrum, pequeña ciudad turca del Asia Menor-, fue un historiador y geógrafo que vivió entre el año 484 y el 425 a. C. Es tradicionalmente considerado como el padre de la Historia en el mundo occidental y fue el primero en componer un relato razonado y estructurado de las acciones humanas. «Es más fácil embaucar a muchos juntos que a uno solo», solía decir.
En Roma existieron diversos historiadores como Tito Livio, Plinio el viejo, que fue un historiador que escribió una monumental historia del Estado romano en ciento cuarenta y dos libros. Es célebre la relación que entabló Tito Livio con el emperador Augusto. Diversos autores han dicho que la historiografía de Livio legitimaba y daba sustento al poder imperial, lo que se demostraba en las lecturas públicas de su obra; sin embargo pueden apreciarse -según estudiosos- en la obra de Tito Livio, críticas hacia el imperio de Augusto que refutan tal condición de legitimidad.
Hace más de 5.000 años, en China ya se conocía la técnica de la fundición del cobre, y más tarde, durante la dinastía Shang, se utilizaban instrumentos de hierro y se fabricaban objetos de cerámica blanca y policromada; el arte de tejer la seda se había desarrollado y había surgido la técnica jacquard, la más antigua del mundo. Durante esta época, tuvo lugar un florecimiento sin precedentes en el campo del pensamiento, y surgieron grandes filósofos e historiadores, como Lao Zi, Confucio y Mencio, así como Sun Wu, gran maestro del arte de la guerra. Todos ellos, y otros más, ejercieron una profunda influencia en el posterior desarrollo histórico. Era una sociedad esclavista basaba en la existencia de trabajadores no asalariados y desprovistos de cualquier tipo de derechos, que eran tratados como mercancía. Entre las sociedades esclavistas del mundo antiguo podemos citar a Egipto, los pueblos de la Mesopotamia Asiática, Grecia, y sobre todo Roma, que por sus extensas conquistas sometió a casi todo lo que hoy conocemos como Europa y el norte africano. Sabios de la talla de Platón o de Aristóteles, que nos sorprenden por su grandeza moral, aceptaron sin embargo la existencia de esclavos.
Posteriormente el Feudalismo, dio origen a una sociedad dividida en estamentos, es decir que no había movilidad social y el que nacía pobre moría pobre. Existían tres estamentos: los caballeros (los que luchaban), los sacerdotes (los que rezaban) y los campesinos (los que trabajaban). Los campesinos eran el sostén económico de los sacerdotes y los caballeros. Ese orden social fue exportado al continente americano y esa historia se remonta a principios del siglo XVI con múltiples relatos de la conquista y los intentos españoles de descubrir cómo revertir la decadencia de su imperio. Surgen las versiones de una historiografía narrada según los intereses monárquicos y otra comprometida políticamente con las nuevas naciones soberanas que buscaron moldear la identidad nacional.
Desde inicios del siglo XVI, los españoles escribieron relatos de las exploraciones, conquistas, evangelización religiosa y el imperio de ultramar de España. Los autores van desde conquistadores, oficiales de la corona y personal religioso hasta poetas que cantan los hechos de los que son testigos. El desarrollo inicial de la idea del patriotismo local hispanoamericano, separado de la identidad española, se ha examinado a través de los escritos de varias figuras claves, como Gonzalo Fernandez de Oviedo y Valdés. Bartolomé de Las Casas, Antonio de Herrera y Tordecillas, Fray Juan de Torquemada, Francisco Javier Clavijero que lidiaron con escribir su propia historia imperial y de las Américas españolas.
En contraparte, historiadores ecuatorianos como Federico González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño, Mariana Ochoa Loaiza. Jorge Salvador Lara, Juan de Velasco, Jorge Nuñez Sanchez y Juan Paz y Miño Cepeda, entre otros, realizan una labor de investigación considerando la visión y los intereses locales.
Hay hombres -decía Hegel- que reflejan el espíritu de su tiempo. Y lo propio del espíritu no se reduce a la capacidad de conocer o de razonar, sino que implica también la capacidad de superar los límites de su finitud y abrirse al otro, que incluye a otros seres espirituales finitos, pero sobre todo al espíritu infinito, el Absoluto o Dios. En este autor alemán en el que convergen dos grandes tradiciones de la filosofía occidental, la griega y la moderna, la primera consecuencia de esto es su intento de unir lo objetivo y lo subjetivo, lo colectivo y lo individual, dando como resultado el concepto hegeliano de Absoluto, Idea o Espíritu realizado. Lo Absoluto es llamado también por Hegel “Espíritu”, en cuanto determinado por su propio devenir: “Toda la generación del universo, la historia, es en última instancia el autodevenir de lo Absoluto, realización de la Idea razón, que es el principio rector de la historia, no como algo que la rija desde fuera, sino como lo que la historia es en sí misma. Es el Espíritu realizándose, en tanto que lo que tiene que ser existe efectivamente, en tanto que lo que es racional es efectivamente real y lo que es efectivamente real es racional”.
En esa pléyade se inscribe Jorge Nuñez Sánchez, historiador y periodista que se hace acreedor a la Gran Cruz a la Excelencia Académica de la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias. En el 2008, el Municipio de Quito le entregó la condecoración Gran Collar Federico González Suárez, por su destacada labor académica. En el 2010 obtuvo el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, la más alta distinción en ese campo otorgada por el Gobierno Ecuatoriano. Jorge Núñez Sanchez recibe el reconocimiento del país por su obra escrita desde la ciencia, desde el materialismo histórico, premunido de un método de investigación científico más allá de su intuición o vocación intelectual.
Autor de una extensa obra investigativa en el campo de la historia política y musical del país, Nuñez Sanchez silencia su voz en un momento clave de la historia del país cuando más falta hace su visión lúcida del territorio nacional, con singular amplitud de miras. Un testimonio -según describe la historiadora Jenny Londoño, su esposa- escrito como “un gran trabajo que hizo Jorge durante su vida, sobre todo con un deseo inmenso de que trascendiera al resto de América Latina. Sobre todo lo que él escribía en el ámbito histórico sobre los sectores más empobrecidos, sobre los trabajadores, sobre toda esa gente valiosa de su país que no había sido destacada por otros historiadores que solamente se dedicaron a reseñar personajes de la oligarquía. La tarea de él ha sido esa: rescatar al Ecuador profundo. Esa es una forma de hacer historia distinta, nueva. De una historia más completa que ha sabido recoger la presencia de todos esos sectores que fueron profundamente olvidados por la vieja historia».
En su nota de pesar el historiador Juan Paz y Miño, expresa: “Queda, para la historia, la obra de este amigo y compañero de tantas jornadas, que estudió e investigó con profundidad la trayectoria del Ecuador y de Nuestra América Latina. Jorge supo vincular su labor intelectual con una posición democrática y progresista, que identificó su vida. Se mereció el respeto nacional e internacional».
Jorge Núñez Sánchez, testigo protagónico de la historia, no se conformó al constatarla y narrarla, la vivió junto a su pueblo para dar voz a los humildes. La memoria histórica del país mucho debe a su espíritu y quehacer indagador que, como decía Hegel, encarnó el espíritu de su tiempo.