El pueblo chileno se apresta este domingo 25 de octubre a protagonizar una de las jornadas políticas más importantes de su historia: un plebiscito que consulta al pueblo si quiere otro país y quiénes deben concebirlo; es decir, si se debe cambiar o no la Constitución dictatorial vigente desde los años ochenta y quién debe redactar la carta magna, los mismos partidos que la impusieron o una constituyente compuesta exclusivamente por ciudadanos.
La decisión plebiscitaria es trascendental no solo por el contenido de la consulta, sino porque esta vez se le pide al ciudadano pensar en el país, más allá de sus legítimos intereses cotidianos. Intereses que, en su totalidad, han sido conculcados como el derecho al trabajo, a la libertad de opinión, a la educación gratuita y de calidad, a la seguridad social estatal, a pensiones de jubilación dignas, en definitiva, el derecho a la vida, y que su solo irrespeto inspira el cambio constitucional en Chile.
En Chile, país en el cual es imposible nacer apolítico, cada chileno tendrá este domingo el destino de la nación en sus manos. Y lo hace en medio de la más profunda crisis de representatividad, incluso, siendo consultado si quiere o no ser representado por políticos profesionales para realizar el cambio constitucional, es decir, la razón y forma de ser del país. Y los chilenos están exigiendo mayoritariamente, según sondeos, que sí se cambie la Constitución de origen dictatorial y que sean los propios ciudadanos quienes lo hagan redactando los términos de dicho documento constituyente. Y los chilenos lo exigen, conforme su eslogan que reza en el escudo nacional: Por la razón o la fuerza. Porque la fuerza no tiene origen como la violencia, sino en la naturaleza humana, no en bajos instintos políticos o delincuenciales como argumentan los opositores al cambio constitucional. La violencia tiene sus razones en la injusticia, en la exclusión, por eso los chilenos reclaman cambios por la razón o la fuerza. Porque primero fue impuesta la fuerza dictatorial para imponer razones impopulares, privilegios de casta en un país racista y excluyente como no hay otro en el planeta.
Violencia oficial y mediática
Chile es un país habituado a las campañas del terror desplegada en los medios informativos y los chilenos tienen clara consciencia de que la prensa miente en la construcción de un clima y percepciones terroristas, cuya resonancia comunicacional del vandalismo que se ha impuesto en estos días es heredado de la dictadura. Los términos “criminales”, “vandalismo”, “terror”, “violentistas”, “violencia”, “extremistas”, “grupos violentistas”, fueron las palabras más usadas en estos días por el ministro del Interior y Seguridad Pública, Víctor Pérez, ex funcionario de la dictadura. Mientras que las imágenes, notas y editoriales de los medios de comunicación monopólicos, están dedicados de manera prioritaria a episodios vandálicos, vinculándolos a la revuelta social y ciudadana del 18 de octubre y a las manifestaciones de protesta popular. En el relato del oficialismo y sus medios proclives se eclipsó, no se analizó ni proyectó la masividad de la expresión social y ciudadana ocurrida el domingo pasado. Se trata de un relato heredado. El gobierno, la derecha y los medios conservadores están repitiendo el tono discursivo de los setenta y los ochenta que apuntaba a establecer que el problema de Chile era la violencia, el vandalismo, los extremistas, los criminales y el desorden. Es el mismo esquema político-comunicacional de la dictadura que encaja en los diseños de terrorismo oficial mediático y miedo social que hace al menos una década comenzó a implementar el poder fáctico conservador a nivel regional e internacional, aunque en una versión no muy sofisticada en Chile. Esta fórmula seguirá como prioridad en la agenda del oficialismo, en la idea no sólo de instalar un eje de tensión y violencia, sino de justificar las acciones represivas de Carabineros y eventualmente de las Fuerzas Armadas.
La represión es el instrumento que el Estado utiliza en Chile, a través de sus Fuerzas Armadas y de Orden para acallar las disidencias, el malestar, la impotencia y las demandas sociales. Estar de acuerdo o no en condenar la violencia, no la exime de su gravitación universal ante acontecimientos decisivos en la historia de los pueblos. El descontento actual de los chilenos, tiene de sobra razones ante los abusos, la inequidad, la explotación, las ganancias desmedidas del capital sobre el trabajo, la falta de democracia, que son el caldo de cultivo para la desesperación, la rabia y el desquite inorgánico de gente afectada, víctima o simplemente consciente de la permanente vulneración de derechos de los poderosos sobre los más indefensos. Sin justicia no hay paz, no debe haberla. La violencia debe ser combatida con mayor equidad y justicia social, con una cultura social que reduzca al mínimo las posibilidades de enfrentamiento.
La prensa en Chile miente porque silencia las manifestaciones pacíficas “en barrios, comunas, territorios, gente organizada, vecinos, integrantes de comandos y partidos políticos, miembros de organizaciones sociales, vecinales, sindicales, juveniles, culturales, que están realizando banderazos, caravanas de autos, bicicletadas, intervenciones culturales y gráficas, casa por casa, repartición de volantes e información en lugares públicos, colocación de lienzos y gráfica en las viviendas, oficinas y departamentos, batucadas, actos en plazas y espacios públicos, encuentros vía on line, distribución de textos e imágenes por redes sociales, y todo tipo de actividades para ir a votar el próximo domingo 25 de octubre y marcar Apruebo y Convención Constitucional”. El próximo domingo los chilenos tendrán en sus manos la opción de cambio. En el lugar de votación el ciudadano recibirá dos papeletas, una de color blanco, dirá ¿Quiere usted una nueva Constitución?; ahí se puede marcar Apruebo o Rechazo. Otra de color beige, dirá ¿Qué tipo de órgano debiera redactar la nueva Constitución?, donde las opciones serán Convención Constitucional o Convención Mixta.
Frente a estas interrogantes, el pueblo chileno impondrá sus derechos, razones justas que están siendo expresadas, en todos los tonos, en un país que tiene la oportunidad de ser otro, por la razón o la fuerza.