Non, rien de rien. Non, je ne regrette rien, no nada de nada, no me arrepiento de nada, versa una de las más inolvidables melodías, interpretada por Edith Piaf ya en las postrimerías de su vida. Y en esa vida de intensidades resulta ser el grito de guerra de una mujer singular que vivió una existencia que nada tuvo que ver con la vida en rosa. Los autores de Rian de Rian eran dos jóvenes desconocidos, Michel Vaucaire y Charles Dumont, que le mostraron la melodía al piano que cautivó el gusto de la interprete en seguida. Piaf estrenó el tema en noviembre de 1960 ante un público que la escuchó absorto en un teatro de París. Fue su despedida con un himno que simboliza su vida y su actitud frente a una existencia intensa.
Hoy que se cumplen 57 años de su muerte, pervive la figura de la cantante que nació en un barrio marginal de la capital francesa en diciembre de 1915, y que forjó su trayectoria artísticas en las calles y en bares, para luego grabar sus canciones interpretadas con voz sin igual. Edith Giovanna Gassion fue abandonada por sus padres a temprana edad. Su madre una cantante ambulante y su padre un acróbata no se hicieron cargo de su hija que fue entregada a su abuela materna que la alimentó con vino por no tener dinero para leche. Edith fue criada con ayuda de las prostitutas que trabajaban en el prostíbulo de la abuela.
Siendo adolescente Piaf inicia su incursión en el canto presentándose en las calles parisinas donde fue descubierta por un empresario que le ofrece trabajo como cantante en un bar. Piaf sigue los pasos de su madre interpretando, sin acompañamiento musical, canciones populares y viviendo de las monedas que recoge en una boina junto a sus pies, en la Plaza Pigalle, Ménilmontant, y en los suburbios de París. Con fuerte vocación artística reconocería que “si no cantara me habría suicidado”. Su férrea decisión la hizo formar parte, en sus años juveniles, de un circo en donde trabajaba su padre.
La trágica existencia de Edith Piaf muestra momentos de singular intensidad como el que vivió a la muerte de su pequeña hija de un primer matrimonio en 1933, Marcelle, consumida por la meningitis a sus dos años de edad. Tres años más tarde conseguiría su primer contrato discográfico con el sello Polydor y graba el tema Los niños vagabundos que fue su primer éxito.
Por sugerencia del compositor, Raymon Asso con quien tuvo una relación afectiva, adoptó el apellido Piaf -gorrión- que la inmortalizaría en la memoria colectiva mundial. Pero sus afectos iban más allá. Cuando ya había alcanzado la consagración artística conoció al boxeador Marcel Cerdan, que sería el amor de su vida y que a su muerte en un accidente aéreo la devastó para siempre. Aun con las heridas del amor y de la muerte sin restañar, Piaf se presenta en el music-hall en el teatro ABC de París con un rotundo éxito profesional ante un público que se rinde a sus pies ante su portentosa voz.
En 1941 incursiona en el cine con la película Montmartre-sur-Seine, dirigida por Georges Lacombe. En los días de la Segunda Guerra Mundial, Piaf además de cantar ayuda a los perseguidos de la resistencia francesa durante la ocupación nazi en París. Una de sus canciones se convirtió en símbolo de la resistencia, Tu es partout (Estás en todas partes) y, según sus biógrafos, la artista fue protectora de judíos perseguidos por los alemanes en Francia.
Casi al final de la guerra, en 1944 en el Moulin Rouge de París, conoce a Ives Montand, actor francés con quien mantiene una relación profesional y amorosa durante un año. Meses más tarde graba su celebre canción La vida en Rosa y cumple su sueño de debutar en los EE.UU, pero la adicción al alcohol estaba ya haciendo presa de la joven artista. Sus males físicos poco tiempo tardaron en sumarse a sus sufrimientos espirituales cuando le detectan un cáncer hepático que la obligó a vivir suministrándose altas dosis de morfina para soportar los dolores corporales.
La vida afectiva de Piaf la vincula a varios amantes, entre ellos Charles Asnavour que fue su secretario personal y letrista de algunos de sus éxitos, al actor Marlon Brando y al músico griego Georges Moustaki.
Ya en el ocaso de su vida, Piaf regresa a los escenarios con una postrer fuerza vital para dejar inmortalizados temas en la memoria de la humanidad. En 1961, ofrece uno de los mejores conciertos de su vida en el Olympia de París, teatro al borde de la quiebra, pero que era su favorito. Allí interpretó por primera vez Non, je ne regrette rien.
Dos años más tarde, el 10 de octubre de 1963, muere luego de perder la batalla contra el cáncer hepático. Se apagaba la voz del gorrión que no muestra arrepentimiento frente a la vida y que desafía a la muerte, en los versos de su inmortal melodía:
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo para mi es igual.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Esta pagado, barrido, olvidado, ya pasó.
Con mis recuerdos, yo alumbro al fuego
Mis recuerdos, mis placeres, no tengo necesidad de ellos.
Barrido mis amores con sus temblores,
Barridos todos los días, yo vuelvo a empezar de cero.