Iniciado el proceso electoral en el país amerita reflexionar en la necesidad de hacer algunas precisiones que permitan una mirada objetiva de la realidad nacional. Es frecuente que exista una tendencia a generalizar conceptos descalificadores sobre diversas actividades imprescindibles para la sociedad, como la política.
Una postura mediática que se reproduce persistentemente en la opinión ciudadana, es que “todos los políticos son corruptos o ladrones”. Una opinión que suele ser desembozada de manera indiscriminada, que no se detiene en discernir si hay algunos actores políticos que, tal vez, buscan dicha actividad para servir al país. Difícil, pero no imposible. Un argumento que estigmatiza a los viejos políticos que aparecen cada vez más distanciados de las nuevas generaciones. De allí a concluir en que es mejor ser “apolítico” hay un paso, en consecuencia que aquello es imposible, es como desprendernos del ADN.
Otra satanización frecuente nos lleva a concluir en que toda contratación pública de obras estatales se la realiza con sobreprecio, como si fuera imposible proveer al Estado sin un instinto delincuencial, y a su vez al Estado le estuviera negado actuar con transparencia. Este argumento tiene el propósito de socavar la propia organización social, lo colectivo, para hacernos creer que la acción individual, lo privado, garantiza mejores prácticas ciudadanas. Estos dos ejemplos, hablan de percepciones que ameritan ser reconsideradas en el imaginario nacional, para no asistir condicionados por prejuicios a elegir a las nuevas autoridades del país. No obstante, la población no se equivoca cuando expresa su percepción de estas prácticas fallidas. Un estudio de opinión que publicó el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, CELAG, sobre el panorama político y social del Ecuador, concluye en que la gestión del Gobierno Nacional y del primer mandatario recibió un 83,4 por ciento de desaprobación y solo un 11,8 por ciento de apoyo. Mientras la Asamblea Nacional tiene 3 por ciento de aprobación y 2 por ciento de credibilidad.
Otro factor que influye en las decisiones políticas tiene que ver con la responsabilidad ciudadana en la cogobernabilidad del país. Los gobiernos nacen de la potestad popular, pero dicho mandato debe seleccionar a los mejores hombres y mujeres para que la expresión democrática cumpla su cometido. Una vez en el poder es tarde para corregir el error de haber puesto en el gobierno a quienes no tenían principios para gobernar con probidad y justicia. Una vez en el poder, se busca enmendar tratando de reducir a la mínima expresión su gestión, achicando el tamaño del Estado, privatizando sus servicios o fusionando una institución con otra de manera arbitraria. Por lo general la reducción apunta a los poderes centrales del Estado, ajustándolos a más no poder, sea por la supresión de personal o recortes presupuestarios. Mientras tanto, los poderes seccionales -Municipios, Consejos Provinciales u otros- son mantenidos intocables, incluso engordando sus nóminas y atiborrándoles de competencias para las cuales no están debidamente capacitados. El Estado no es solo el gobierno central. Con frecuencia, en la periferia, en aquellos organismos que actúan directamente en territorio tiene lugar una obesidad innecesaria provocada porque los GADs siguen intocables, actuando de manera paralela a las instituciones del gobierno central en diversas funciones -educación, seguridad, salud, control policial vial, entre otras. Esto no sería inconveniente si solo se tratara de funciones complementarias que en la práctica no lo son, pero se sabe que esos redundantes roles municipales son financiados desde el bolsillo de los contribuyentes en imposiciones tributarias. Siendo que en una democracia real deberían ser asumidos como derechos constitucionales adquiridos y solventados desde el Estado que somos todos y que debe gobernar para todos.
El paralelismo, la duplicidad de funciones entre gobiernos centrales y seccionales es un lujo prohibido en tiempos de crisis. Y se convierte en una práctica obscena de políticos -alcaldes, ministros, asambleístas- que figuretean, compitiendo entre sí, ante los ojos del electorado para ver quien resulta mejor salvador de la patria. Esta irracional forma de ver y hacer la política tal vez estemos a tiempo de corregirla en las próximas elecciones. Para eso amerita reflexionar, electoralmente, el voto desde hoy mismo.