Se dice a menudo que los buenos somos más, pero los malos son más activos en sus fechorías, en sus prácticas de corrupción y en su forma de declararse enemigos del Ecuador. Hoy, desde hace dos años se conmemora el Día del Orgullo Ecuatoriano, promovido por la Corporación Mucho Mejor Ecuador, que se instituyó con la idea de estimular la voluntad de los ciudadanos para impulsar al país, “apoyando el esfuerzo de los empresarios y motivando a los consumidores a adquirir productos nacionales de calidad”.
La pregunta es si podemos sentirnos orgullosos de ser ecuatorianos, más allá de las motivaciones mercantiles, y la respuesta es afirmativa, pero condicionada. Este deber ser, el afán de “impulsar lo mejor de Ecuador”, es una celebración difundida por medios de comunicación, artistas, actores, marcas nacionales, con la que se anhela “continuar construyendo la idea de tener un día para dejar huella”. Una huella que contraste con otra marca. La del país sumido en la mediocridad a gran escala. Abocado a la dinámica de algunos de obtener todo mal habido e injustas ventajas, costumbre que constituye un delito de lesa humanidad por el impacto que causa en los otros ecuatorianos.
Si observamos el significado de la palabra orgullo, ese “exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales una persona se cree superior a los demás”, vemos que es una autoafirmación. Un sentimiento de satisfacción hacia lo cercano a uno, que se considera meritorio y que debemos ponderar como amor propio. Ese sentir que tan fácilmente sale de nuestros labios y hace que nuestro corazón lata fuertemente, muchas veces de manera exagerada. En Ecuador acostumbramos a oscilar entre los extremos de la carencia de autoestima nacional y de una idealización excesiva, y repetimos como letanía que “sí se puede”, como si hubiéremos nacido impedidos de hacer cosas por el simple hecho de ser ecuatorianos. La cultura de la minusvalía nos inhibe y esa misma carencia de energía nos hace sobredimensionar ciertos rasgos propios.
Jorge Enrique Adoum, en sus Señas Particulares nos recuerda que el ecuatoriano carece de vocación de futuro. Esa sola condición nos limita sentir orgullo del devenir histórico del país. ¿Orgullo del pasado? Poco o nada la historiografía ecuatoriana consigna situaciones inspiradoras de autoestima. Incluso, un sarcasmo corrosivo nos retrata episodios históricos caricaturizados como, por ejemplo, la gesta de un héroe niño en una batalla independentista. Otra seña particular que destaca Adoum en los ecuatorianos es la “tendencia a encontrar culpables de todo en los demás”. Una candorosa falta de sentido autocrítico, generalmente arraigada en los políticos criollos incapaces de observar sus errores que reiteran, burdamente, en los mismos despropósitos de siempre. Un rasgo ideológico, tanto de la bancada de izquierdas como de la derecha.
Unida a esta falta de entereza, padecemos esa ceguera oscura que nos impide reconocer ciertas perlas en el fango, que hace tan difícil identificar y retribuir con el reconocimiento a magníficos ecuatorianos en su grandeza como Espejo, Montalvo, Alfaro, Guayasamín, o una Manuela Saenz, Nela Martinez, o en la actualidad un Richard Carapaz, o porqué no, a ese humilde hombre o mujer anónimos que luchan cotidianamente por sobrevivir y hacer sobrevivir a los suyos bajo la más rotunda adversidad.
Tampoco es bueno que nos sigan estigmatizando como uno de los peores países del mundo. Todo reduccionismo es malo en el intento de tener una visión realista del territorio en el que hemos nacido o que nos ha acogido. Como en la vida misma, la diversidad es propia de Ecuador. Diversidad que demuestra que los buenos siendo más, debemos ser más activos que los malos en aceptarnos, tal cual, para superarnos diariamente.
El orgullo es, en definitiva, el prisma a través de cual nos miramos a nosotros mismos. Ese filtro, como todo artefacto óptico, suele distorsionar la realidad y nos hace ver como real lo que es autopromoción o simple buena intención. Mal hacemos en mistificar, para bien o para mal, la condición de ser ecuatorianos. No se trata de idealizar al país, nos hace falta una visión objetiva de lo que realmente somos. Un país contradictorio en tantos sentidos que, no obstante, nos hace sentir a muchos ese orgullo que tiene que ver con la pertenencia y la identidad, necesarias para construir ese algo colectivo que nos hace falta.