La esperanza es, sin duda, una palabra hermosa, por lo promisoria. La esperanza es un estado de fe y ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados con eventos futuros. Desde tiempos remotos la esperanza ha sido venerada en diversas culturas como una deidad superior que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.
Los romanos la veneraron y elevaron a muchos templos. La esperanza era, según los poetas, hermana del Sueño que da tregua a nuestras penas y de la Muerte que las termina. Y se la representa bajo la figura de una joven ninfa, con rostro sereno, sonriéndose con gracia, coronada de flores, mensajera de los frutos y de color verde como emblema de la naciente verdura que presagia la cosecha de los granos.
Segun la mitología griega, Pandora abrió la caja prohibida y todos los males fueron liberados al mundo; solo Elpis permaneció en el fondo, el espíritu de la Esperanza. La esperanza es la virtud por la cual el hombre pasa de suceder o acontecer a ser o existir, según el cristianismo.
A la esperanza se opone, por defecto, la desesperación, el signo de nuestro tiempo que es el desencanto al que hay que oponerle la esperanza, aquello que nos mueve, lo que nos marca una dirección. Ayer coincidíamos con nuestro amigo Iván Égüez en que, agobiados por el desencanto, cansados de lo que representa la vieja política, Ecuador necesita una nueva mirada. Mientras que la única ideología es la de la precariedad, el país necesita pensar para adelante. La gente está decepcionada, maltratada. En este tiempo lo único que vale es una actitud nueva, esperanzadora, que hable de otras cosas que no estén dentro de esta dinámica política perniciosa. Hay que pensar en la gente de base, porque los dirigentes están en otra posición, y esa gente se suma a la esperanza si se le muestra una cosa diferente. Esta es una situación de incertidumbre total en que las cosas no pueden ser reemplazadas con el pasado, sino con el futuro.
No hay tiempo de ser humanos. El empobrecimiento de la vida es como un desierto que avanza, dice Nietzsche. El país es un pseudo constructo tecnológico y financiero que controla una muy privilegiada minoría. La elite ecuatoriana es una elite ignorante, que desprecia la cultura política. Una elite que nos llevó a una fuerte crisis de la política y de sus formas de representación. Vivimos un momento de decadencia de la cultura. Es hora de que surja una nueva política con buenos gobernantes. El sabio conoce el corazón de los hombres, sugiere Lao Tse, al referirse al buen gobernante capaz de reivindicar la esperanza.
Ayer se conformó el binomio definitivo de UNES, un movimiento que adopta la esperanza como su promesa de campaña y lo integran Andrés Arauz, economista y Carlos Rabascall, ingeniero comercial con vocación de comunicador. Premunidos de la energía que les proporciona su juventud, armados de fe y blindados de optimismo, hablaron de recuperar la patria. Una frase que promete el cambio. Rescatar al país del pantano en que nos hundió la vieja política de la felonía, de la corrupción e incapacidad, representada por una clase política periclitada, de viejas alianzas, de viejas mañas de endémicos odios de clase.
Recuperar la esperanza. Eso es lo que se propone el binomio, cuando Arauz promete “desarrollo productivo con equidad territorial en el país y democracia con justicia independiente”. Potente promesa para “una sociedad de bienestar basada en la recuperación de un Estado de derecho”, ratificó Rabascall. En su presentación, ambos candidatos reiteraron: “Soñamos con un Ecuador con justicia social, la angustia y la desesperanza van a desaparecer, vamos a recuperar la política para devolverle al pueblo el derecho de tener el Ecuador que anhelamos y merecemos”
Esta vez la esperanza nos la muestran como una posibilidad cierta, recuperable, que augura otras certidumbres que surgen cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.