El formato se lo permite, Bayly con su semisonrisa socarrona, se estrena en la televisión ecuatoriana con la desfachatez que le permite su estatus. Bayly desde las alturas de la fama pretende ver a Ecuador como el país inferior que le debe pleitesía como estrella de televisión. No se molestó en venir a realizar sus programas aquí en vivo, en territorio nacional, y mandó un enlatado grabado en Miami.
Es que el rol que le asigna el marketing es el de representante de esa cultura e ideología de popstar, de gente linda que se codea con las rancias élites sociales y políticas del continente sudaca. Y ahí sí se puede ser irreverente, enfant terrible, niño mimado acostumbrado a escandalizar con su estilo de vida. Sintiéndose provocador en su definición homosexual, usa sus preferencias íntimas como un desafío social. Su libro No se lo digas a nadie, además de abrirle las puertas del closet, es un grito tras el cual ampara su condición génito-afectiva. A Bayly poco o nada le interesa el que dirán, al fin y al cabo lo que hace lo hace por dinero, y el instinto mercantil mercenario forma parte de los gajes de un oficio que incluye, sin problemas, el repudio de buena parte del público sudamericano. Al final del día, su desparpajo televisivo le da para resarcirse como exponente de la prensa basura y uno de sus más conspicuos cultores. Odiador, tendencioso e insultador sin causa.
En su primer programa de estreno en Ecuador, Bayly hizo gala de obscenos atributos políticos usando su espacio para denostar a Rafael Correa y descalificarlo humana y políticamente. Un atribulario Bayly desenfundó toda su artillería verbal contra el ex presidente calificándolo de “viuda de Chavez”, “mentiroso dictador”, “vengativo cruel”, “vedette que se ha quedado sin cabaret”.
Bayly despotricó cual pudibundo, perdulario, vocero de la derecha ecuatoriana contra Correa a quien embadurnó de adjetivos descalificadores de todos los calibres. Y se tomó un tiempo para expresar su complacencia con la justicia ecuatoriana “que ha enviado un mensaje de rectitud y probidad al haber condenado a 8 años de cárcel a Rafael Correa” Paralelamente, a renglón seguido, alabó al presidente Lenin Moreno por haber “salvado a Ecuador del abismo chavista”, sin embargo se dio tiempo de dar un pronóstico electoral en el que “será posible que Ecuador elija a Andrés Arauz, pero no deseable”.
Al término del programa estreno de Bayly nos queda un sabor a poco, a repetición de lo mismo. Diatribas ya conocidas y escuchadas a diario en los informativos televisivos nacionales. Un guión desprovisto de imaginación con formato de campaña electoral en el que el anchor hizo las veces de candidato a ganarse la simpatía de los ya convencidos. Lo novedoso es que la perorata televisiva la hace un extranjero que infiere en la política nacional sin ser residente en el país. Una novedad en las leyes migratorias ecuatorianas.
Dentro de ese todo vale, la contraparte contractual de la presencia de Bayly en Ecuador hace gala de lo suyo, sin importar la imagen de un canal que sabe lo que hace, habituado a la emisión de espacios de consumo masivo concebidos para un target medio y bajo. Es la lógica mercantilista que lo anima, total el fin justifica a este medio. Hacer un buen negocio para las partes invirtiéndose recursos que bien pudieron ser destinados para ayuda a palear la crisis de TC Televisión. !Qué va! Todo se vale en el bando de los propagandistas que defienden argumentos baladíes de las candidaturas de derecha en plena campaña electoral.
Poco costó al programa de Bayly posicionarse como telebasura, en opinión del público en redes sociales, incluso antes de salir al aire en el país. Telebasura, un neologismo aplicado a determinados formatos de televisión, definido por la Real Academia Española como “conjunto de programas televisivos de contenidos zafios y vulgares”. Una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo y la desinformación, el sensacionalismo y el escándalo.
El negocio del TC Televisión y de Bayly no busca educar e informar, para volcarse de lleno al objetivo de divertir, entretener, sin importar el contenido en pantalla, lo único importante parece ser la rentabilidad. Se han encendido las redes sociales con comentarios de todo tipo. Me causa risa. Esa publicidad nos ha ayudado a que se difunda más este estreno, dijo el empresario representante de Bayly. Total el formato desfachatado del talk show lo permite, si se trata de ganar dinero, business is business and time is money.
Bayly en la primera aparición de estreno buscó mostrar su lado encantador, provocar un estado semihipnótico en el telespectador ecuatoriano, embelesado por los epítetos del anchor. Un público que no lo mira conscientemente, con una actitud en la que se busca ser fácilmente influido por una clara tendencia ideológica. El esfuerzo de producción se concentra en activar sentimientos, ni siquiera eso, despertar pasiones e instintos muy por debajo de los sentimientos.
No deja de ser extraño que a estas alturas la televisión se convierta en cosa de tontos, de quienes se dejan engañar por programas orquestados, cuando tantas mentiras ya han pasado bajo el puente en el formato de un subgénero televisivo que muestra sin pudor y con exageración el lado obsceno de la esfera mental del presentador, incluida su ideología reaccionaria. Esa suerte de streaptease ideológico deja al descubierto pasiones y prejuicios políticos frente a la cámara. Este formato requiere de una nueva forma de teleaudiencia que se la proporciona el Ecuador descompuesto. Frente al que hay que provocar efectos de irracionalidad generando conocidas expectativas electorales. No importa si los análisis no son en realidad análisis, la información no es en realidad información. Poca innovación nos muestra el irresistible Bayly, antes su programa era una especie de talk show con personajes que trataban diferentes temas en total coincidencia con el entrevistador, ahora es un patético esfuerzo de desembozada propaganda con inclinados fines electorales.