Un pueblo sin educación es un pueblo destinado a hundirse en la tragedia de la codicia de quienes pretenden gobernar a partir de su ignorancia. Un pueblo que cree las ofertas electoreras de los que pretenden ser ‘padres de la patria’, después de haber exhibido durante lustros y décadas una codicia y una estulticia más allá de perversas está casi casi destinado al exterminio. Un pueblo que no lee entre líneas del discurso político de quienes pretenden hacerse con el poder para seguir sirviendo a los poderes fácticos a través de mentiras y falacias, un pueblo que comulga con las ruedas de molino de las acusaciones a medias, de las verdades incompletas y las dobles mentiras es un pueblo que juega a los dados, y mal, con las posibilidades de un mejor futuro.
Nuestro espectro político está repleto de falsos profetas y sepulcros blanqueados. Gente que predica lo que no practica y que, muy suelta de huesos, lanza cualquier bulo convencido de que la población se lo va a tragar tal cual un perro haría con un hueso bañado en Racumín.
El aparato sostenido por los poderes que desean mantener el statu quo para seguir medrando del caos y la desigualdad es tan complejo y variopinto como perverso. Se infiltra tal cual ácaro de sarna en cualquier piel medio desprotegida. No dan puntada sin dedal ni se mueven medio centímetro sin malicia.
Sus medios de comunicación son el ejemplo más patético: telenovelas para mantener los estereotipos, programas de farándula para anular cualquier exceso de neuronas en los cerebros domesticados, noticieros cuyo sesgo no es mayor porque ya no hay dónde más. Opinólogos que no se sabe quién los eligió ni con qué derecho hablan golpeado, señalan con el dedo y azotan la mesa, aparte de que exhiben sus complejos de todo tipo porque aparte de todo piensan que son el ombligo del mundo, y como si eso fuera poco diferencian injustamente el trato que dan a sus invitados.
Y los inefables operadores de la justicia y de la Asamblea Nacional, que con una imperturbable cara de palo afirman sin que les tiemble ni siquiera un poquito el labio lo que todo el mundo sabe que es mentira. El mismo ‘presidente’ que cada vez que habla la embarra concienzudamente y al que jamás se le ha ‘trincado’ en una fracción de verdad.
Pero lo triste de todo esto es que su mejor aliado es la gente que continúa, por un lado, tragándose sus mentiras, bulos y argumentos dolosos, y que, por otro, poco se deja afectar por la sistemática destrucción de la soberanía nacional, la delincuencial venta de los bienes públicos y el destino de todas a y cada una de las instituciones que se constituyeron con miras a un bien común.
Es triste constatar la pereza mental de quien repite asertos como «él también ha de haber robado, igual que los otros, todos los políticos roban y además salió en la tele»… Es trágico mirar cómo la mayoría de la gente acepta una noticia (comprobada a medias o de plano nunca demostrada) de cualquier medio como prueba de un delito, cómo no solo cree, sino repite rumores que se descascaran al menor intento de descubrir su solidez. Cómo se deja guiar por la pereza mental o, lo que es peor, por el arribismo que le hace arrimarse a la mala fe de quienes defienden el sistema neofascista que compra consciencias y miente hasta la estupidez sencillamente porque, aunque no se le crea, se tolera.
Y además, ellos lo saben. Por eso ya ni siquiera se ocupan de medio disfrazar u ocultar sus acciones. Burdamente hacen y deshacen en lo que ellos llaman justicia, persiguen sin disimulo todos sus opositores políticos por el mero hecho de serlo, se inventan causas mal hilvanadas y protegen la corrupción de su entorno con leguleyadas, falacias y sobre todo con la inefable caradura con que se burlan del pueblo al que traicionaron desde el principio sin que les tiemble un párpado ni se les sonroje una mejilla.
El mejor cómplice de un sistema perverso es el pueblo, la colectividad que lo permite. Y generalmente lo permite porque no cuenta con las herramientas intelectuales como para detectar de qué van los engaños y manipulaciones. Pero tal vez ya vaya siendo tiempo de impedir que nos sigan ‘viendo la cara’…