Una de las realidades históricas muchas veces difícil de reconocer es que Ecuador no ha concluido, debidamente, un proceso de integración nacional. Realidad evidente que se expresa en el regionalismo existente entre ciudades de la costa y de la sierra, falta de objetivos nacionales en proyecto de largo alcance y desintegración del movimiento indígena en diversos planes y políticas de desarrollo que emprende la sociedad mestiza.
No obstante, la Constitución es tajante en declarar que Ecuador es un país plurinacional, es decir, acepta la existencia y convivencia con otras nacionalidades diversas, cuya base étnica ancestral es reconocida en el enunciado constitucional. Además la Carta fundamental establece que Ecuador es un país multiétnico, pero dicho reconocimiento muchas veces se queda en la declaración constitucional, pero en la práctica no se verifica a cabalidad.
Son diversas las manifestaciones que confirman que la sociedad mestiza, por motivaciones racistas y taras culturales, no integra en igualdad de condiciones a los ecuatorianos de origen indígena o afrodescendiente. Por su parte, el movimiento indígena ha respondido con sectarismo étnico y racismo, y en sus luchas ancestrales solo contempla esencialmente reivindicaciones étnicas, sectoriales de derecho a la territorialidad, lengua, cultura y tradiciones ancestrales.
Durante los años de la década de los noventa los levantamientos indígenas en Ecuador que algunas veces condujeron al derrocamiento de gobiernos, estuvieron inspirados en las luchas históricas que libró el movimiento indígena por conseguir reconocimiento a la autonomía y potestad sobre su territorio, educación bilingüe, reconocimiento de lengua y culturas ancestrales, derechos que quedaron enunciados en la Constitución del 2008. El Estado, a partir de entonces, se declaró plurinacional y multiétnico, pero en la práctica no se verifica la inclusión real de estas categorías en un proceso de integración nacional. El movimiento indígena tiene divisiones en su interior y contradicciones con la sociedad mestiza que a pesar de su representatividad política y cultural, no logra un liderazgo de alcance y proyecciones nacionales.
La declinación a la candidatura a la vicepresidencia de Larissa Marangoni, guayaquileña, que había integrado el binomio con Yaku Pérez, es otro síntoma de las “diferencias irreconciliables” que existen entre miembros de las nacionalidades ancestrales y la sociedad mestiza. Marangoni dijo en su cuenta de Twitter que desistió de la precandidatura luego de reuniones de trabajo que mantuvo con dirigentes indígenas. »Hemos encontrado diferencias irreconciliables en la visión de futuro para nuestro país. Así, los dejo en libertad de escoger un binomio de consenso. Deseo lo mejor para Yaku y sobre todo para el Ecuador», expresó Marangoni.
El tan anunciado plurinacionalismo no se verificará hasta no alcanzar la visión integradora real en un proyecto político que, reconociendo los intereses indígenas, proyecte la construcción de un país con planes de alcance nacional realmente mutiétnicos y plurinacionales como reza la Constitución. Proceso que pasa por la integración política, cultural y económica de regiones diversas que son cuna y domicilio de también diversas ancestralidades.
Mientras aquello no ocurra el romanticismo mestizo seguirá enredado en declaraciones líricas y la respuesta indígena, sectaria y desintegradora, tampoco permitirá la existencia real de ese Estado plurinacional y multiétnico del que nos ufanamos los ecuatorianos.