Unas de las características de los políticos de «nuevo cuño» que acompañan al gobierno de Lenin Moreno -algunos salidos de Ruptura 25- es haberse mostrado audaces y astutos, además de sedientos de poder, hambrientos de escalamiento social y político. Con esa audacia Otto Sonnenholzner renunció a la Vicepresidencia de la República con el ánimo de candidatizarse a la Presidencia del país, y con esa misma astucia hoy depone esa pretensión y anuncia que no postulará como candidato y frustra así su meteórico ascenso al poder que lo encumbraría a la cúspide de una actividad concebida de manera oportunista y desleal.
Las razones de su renuncia son evidentes. Otto no quiere cargar, además de su propia cruz, con cruces ajenas y demasiado pesadas. Ya lo dijimos hace algún corto tiempo: Otto es impresentable por sus propios méritos y por el fracaso del gobierno que representa, que lo convierte doblemente inviable como candidato a dirigir los destinos del país. Su agenciosa labor como Vicepresidente que se puso a la cabeza del manejo de la crisis sanitaria, visitando hospitales, contando cadáveres, controlando abastecimientos médicos con sobreprecio y posando para la foto como el redentor de la crisis se le regresó con la fuerza de un bumerang, por la sencilla razón de que lo hizo mal, porque la suya fue pura apariencia mediática, simulacro de funciones ineficaces que convierten a Ecuador en uno de los países más afectados por la pandemia, que no se sabe siquiera con exactitud cuántos muertos deja la epidemia, con un número incontrolado de casos de contagios que crece día a día, con escandalosa corrupción en la adquisición de insumos médicos, con profesionales de la salud impagos desde hace meses, y ahora con el drama de familiares de 70 ecuatorianos que murieron por Covid y cuyos cadáveres desaparecieron. Eso se llama lisa y llanamente fracaso rotundo. Esa es la cruz propia de Otto que hoy no tiene la cara ni las fuerzas de cargar. Y la cruz ajena, tanto o más pesada, es el 8% de aceptación y 9% de credibilidad ciudadana que ostenta el Gobierno que él representa y el presidente Moreno que él acolitó. También lo dijimos: no fue Cedatos que realizó la encuesta y la publicó, sino el pueblo que la respondió en esos términos quien sepultó la candidatura de Otto a la Presidencia. Toda campaña necesita un buen producto y Otto nunca lo fue porque estuvo siempre marcado por el fracaso. Por eso guardó un ruidoso silencio todo este tiempo.
Es entonces cuando entra en acción la astucia de Otto y se baja de la papeleta electoral, porque le permite de antemano intuir su segura derrota en las urnas, porque además tiene vergüenza de asumir su fracaso propio y el de un régimen repudiado. En eso se asemejan con Nebot que ante las encuestas reales y lapidarias, también renuncia a su postulación electoral sabiendo por anticipado que jamás sería Presidente del país.
El fracaso es el gran fantasma que pulula en las tiendas de la derecha política. Los únicos que no lo perciben así, porque solo les funciona la audacia y poco la astucia, son los políticos de nuevo cuño de Ruptura 25: María Paula Romo, ministra de Gobierno que, como ella mismo dice, “frentea” todos los desajustes y despropósitos del régimen, Richard Martínez Alvarado, ministro de Economía y Finanzas que se regocija de haberse entendido con los chulqueros del FMI para seguir endeudando al país y Juan Sebastian Roldán Proaño, ex Consejero de Gobierno y actual Secretario General de Gabinete de la Presidencia, que como tal, es el vocero que da la cara y enfrenta el revolcón mediático, cuando sale mal parado ante la prensa internacional -CNN-, eludiendo repuestas y queriendo pintar una realidad simulada e inexistente del país.
Dicen los expertos analistas que con la declinación de Otto se mueve el tablero electoral. Que dejó sin candidato a la juventud y que esa vacante la podría capitalizar Andrés Arauz. Y que también dejó sin candidato a la derecha y que esa plaza la podría capitalizar Lasso o Alvarito. El pueblo, en febrero del 2021, tiene la última palabra.