Resultan por decir lo menos, patéticos, los intentos del gobierno de proyectar la imagen de un país normal. La nueva normalidad por decreto es un engaño mayúsculo en Ecuador que sobrepasó los cien mil infectados por coronavirus y donde no existe ninguna estadística seria sobre la pandemia. La única explicación posible para tamaño despropósito es la presión electoral que tiene sobre su cabeza el Ejecutivo, en la necesidad de mostrar un país viviendo en aparente normalidad ya que por cada nuevo cadáver por Covid que se levanta de las calles de la capital, cada enfermo que no puede ser atendido en los hospitales colapsados, cada ecuatoriano que se debate entre el hambre de su familia porque forma parte del millón y más personas que sobrevive sin trabajo ni esperanza de obtenerlo, puede significar un voto de repudio al o los candidatos oficiales del gobierno en la próximas elecciones de febrero del 2021. La reactivación del país no es simplemente declarar a una ciudad en “semáforo en verde” y relajar las medidas de seguridad por presión de comerciantes, empresarios o habitantes agobiados por el encierro del aislamiento.
Abrir las playas no resultó un buen negocio para los operadores turísticos, según sus propias declaraciones, y solo aumentó el riesgo de mayores contagios, flexibilizar los horarios del toque de queda y permitir el flujo de transeúntes en las calles no hace más que exponer a los habitantes a la propagación del virus que portan personas de todas las edades, muchas de ellas asintomáticas, mientras que las mentadas pruebas Covid resultaron un fiasco a la hora de dimensionar masivamente a la población contagiada.
Ahora la disposición de aplicar “un plan piloto” con clases presenciales en el sistema educativo usando a niños y jóvenes como parte de un experimento es simplemente inaudito. Cuando no existe ninguna garantía de que en lugares de concentración poblacional existan medidas eficaces de control de la pandemia ¿cómo vamos a enviar a nuestros hijos a los establecimientos educativos a exponerlos a un seguro contagio viral? Es una tozudez incomprensible la del ministerio de Educación y su titular, insistir en la reapertura de escuelas y colegios sin que haya evidencia alguna de seguridad para las comunidades al volver a ellas. Solo se explica por un voluntarismo ideologizado e insensato, situación que da lugar a reacciones mediáticas como la de la alcaldesa de Guayaquil que se opone a la medida y entra en polémica con las ministras de Gobierno y Educación en un forcejeo por ganar notoriedad ante la ciudadanía. De este modo, reacciones predominantes de estas actrices políticas en pugna abundan en el tratamiento superficial, sensiblero o pintoresco de un problema social.
La ministra de Educación vive en una extraña dimensión, según sus declaraciones que no aluden a los problemas reales que enfrenta la comunidad educativa. Ella se refiere -en inglés- al home schooling, o algo así, en referencia a clases dictadas virtualmente y recibidas solo por aquellos que tienen acceso a la red o disponen de aparatos de recepción como celulares y computadores, que realmente no son la totalidad de los hogares ecuatorianos. El 68% de los menores no tiene acceso a dichos dispositivos. Para las autoridades educativas es más importante aceptar la presión de los colegios privados por el cobro de pensiones por un servicio que ahora brindan incompleto y no presencial en las aulas. Eso explica la obligatoriedad de que los establecimientos abran cuanto antes sus puertas y los padres envíen sus hijos a escuelas y colegios sin que ninguna autoridad haya establecido un real procedimiento de seguridad sanitaria.
La pandemia de coronavirus no solo ha hecho evidente la pobreza de muchos y el privilegio de pocos, la desigualdad, la exclusión y la hipocresía del relato oficial de decretar una “nueva normalidad” inexistente, un triste placebo para consolar a una sociedad enferma. Los fracasos del ministerio de Educación son equiparables a los del ministerio de Salud por garantizar “normalidad” a toda la población, derrotados una y otra vez por la realidad.
En el ámbito educativo la imposición de un curriculum escolar concebido como un catálogo de contenidos enciclopédicos que en estas circunstancias resultan ociosos si no son sujetos de interpretación, o resignificación de quienes los crean o reciben, las comunidades educativas conformadas por docentes, estudiantes y padres golpeados por la enfermedad, el miedo, la incertidumbre y la pobreza. En esa dinámica la educación pierde sentido, valor para el aprendizaje y la experiencia en el marco de una sociedad democrática a la que aspiramos en medio de una desigualdad que la niega cotidianamente.
Es simplemente inconcebible la tozudez del ministerio de Educación, acolitado por el ministerio de Gobierno, por reiniciar las actividades presenciales del sistema educativo, como si la pandemia fuera una circunstancia pasajera que estaríamos en vías de superar, lo que no es así en ningún rincón del mundo.
Resulta inadmisible, en la práctica, sin plantear el escenario de la escuela pos pandemia, sin evaluar su papel jugado en estos meses de confinamiento ni sobre su rol en el futuro. Qué aprender en el sistema educativo, por qué y cómo hacerlo. Las responsabilidades y el papel de la educación pública y privada y las funciones que los profesionales de la educación tendrán que asumir. Ni la sociedad ni las escuelas y colegios volverán a ser los mismos. Esperamos que la razón y la responsabilidad social y no un voluntarismo irreflexivo y torpe sean los que se hagan cargo de responder a estas inquietudes.