Qué notorio es el bajo perfil que los estrategas de comunicación del gobierno han decidido para sí mismos. Desde la salida de Gustavo Isch de la Secretaria General de Comunicación de la Presidencia da la impresión que la comunicación de la presidencia es un hecho fantasmal. Tal vez porque los cinco secretarios – Alex Mora, Andrés Michelena, Eduardo Khalifé, Gabriel Arroba y Gustavo Isch- han salido del cargo sigilosamente. Isch duró lo que tenía que durar un funcionario que tiene que tener harta imaginación para mantener la imagen de un régimen en franco deterioro, según sondeos de opinión que dan un 8% de aceptación a Moreno y su gobierno. Pero Isch sale del régimen el 7 de julio después de dos meses y medio de haber ingresado en abril, con una declaración fantasiosa: «Acepté la invitación del Primer Mandatario a formar parte de su equipo de Gobierno, en el momento más crítico del país, y lo dejo, cuando de algún modo se avizoran días quizá algo mejores en el futuro, aún en medio de la incertidumbre marcada por la crisis».
Afirmar aquello en medio de la pandemia descontrolada es un despropósito, sin duda. Los estrategas y asesores comunicacionales del gobierno llegaron a la conclusión de que los informes confusos del Ministerio de Salud sobre el avance y desarrollo de la pandemia terminaron por ser indiferentes a la opinión pública con las cifras y la reiteración de mensajes obvios que desperfilaban el propósito inicial de la entrega periódica de información fidedigna sobre el coronavirus en el país.
Resulta obvio que a estas alturas del tema no basta con llamar a lavarse las manos, mantener la distancia física, usar mascarillas y evitar aglomeraciones, tampoco con conocer la cantidad de ventiladores mecánicos, ni los cupos en las residencias sanitarias, ni tampoco los confusos datos de enfermos recuperados y la polémica cifra real de fallecidos. Las imprecisiones, ambigüedades y errores forzados y falsedades comenzaron con las ministras de Salud precedentes y cuando asumió J.C. Zevallos se pensó que la información sería más fidedigna y responsable, pero al final el actual ministro continúa balbuceando inexactitudes en los medios obsecuentes.
En el COE central no existe un vocero médico que dé cuenta de la realidad de la crisis, se alternan funcionarios políticos para maquillar la información en un acto de irrespeto a la comunidad. Sus intervenciones no dan lugar a repreguntar cuando no se aclaran determinadas situaciones. Cada declaración oficial se contradice con las versiones de alcaldes y miembros de la comunidad académica, dirigentes de sociedades médicas y científicas. Se terminó por imponer un formato comunicacional con la presencia del ministro de la Salud y algunos funcionarios del frente político y, de ese modo, se soslaya temas como la corrupción en el área de la salud por inconveniencia oficial y en el manejo de escandalosas cifras fuera de la realidad sobre el impacto de la pandemia. Las respuestas ambiguas ante denuncias concretas de irregularidades comenzaron a reiterarse sin que las autoridades dieran respuestas claras y convincentes, más bien eludiendo los temas de fondo. Para el ministro de Salud y sus asesores, como para los estrategas de comunicación de la presidencia parecería que todo camina miel sobre hojuelas. Cero autocrítica.
El ministro J.C. Zevallos convertido en un comentarista misceláneo sobre una realidad que no asume desde sus responsabilidades ministeriales está pasando de agache sin que sea interpelado en la Asamblea Nacional, donde existe la obligación de fiscalizar la acción y omisión de los funcionarios públicos. Zevallos se siente inmune a las críticas y recomendaciones de expertos; qué vacuna oficial se habrá inyectado para dicha inmunidad. El ministro inmune actúa como si no fuera una obligación constitucional de las instituciones públicas y sus funcionarios de desarrollar sus labores en estado de excepción por catástrofe nacional.
Así las cosas, los especialistas en comunicaciones, amparados en sus bajos perfiles, han concluido en que son suficiente las cadenas impertinentes con que el gobierno manda al aire pastillas publicitarias como aquella que nos trata de convencer sobre los inconvenientes costos del servicio eléctrico en medio de la pandemia. Las otras cadenas difunden con total falta de convicción frases descontextualizadas del Presidente Moreno sobre esto y aquello. Todo como si no hubiera noticias relevantes e indispensables para la ciudadanía. Se redujo la comunicación a pastillas publicitarias a falta de una real estrategia de comunicación que respete el derecho de la ciudadanía a la comunicación efectiva y a estar debidamente informada. Curiosa disposición que, de algún modo, lesiona una vez más el maltratado derecho a la comunicación que tienen el ecuatoriano y ecuatoriana, que deben ser oportuna, veraz y convenientemente informados.