Suena paradójico, pero hay silencios que hacen ruido. El silencio de Otto Sonnenholzner suena a fracaso anticipado, el precandidato presidencial oficial no dice esta boca es mía luego de que renunciara a la Vicepresidencia y fuera sometido a un tratamiento por hepatitis A. El aspirante a representar los intereses del gobierno de Lenin Moreno en las próximas elecciones presidenciales de febrero la tiene difícil, luego de que una encuesta de opinión ciudadana que midió la aprobación y credibilidad de Moreno arroja un resultado desalentador: 9% y 8%, respectivamente. Se trata del peor escenario de popularidad que ha enfrentado un presidente en el cargo, superando a Bucaram, Mahuad y Gutiérrez que, repudiados por el pueblo, fueron derrocados al poco tiempo de iniciar sus mandatos. ¿Eso explica el silencio de Otto?
Es un silencio mediático que hace mucho ruido político. Pretender representar los intereses y el proyecto político del presidente peor catalogado por la ciudadanía, no es rentable negocio. Toda campaña necesita un buen producto, y este no es el caso. Pretender reeditar el fracaso de Moreno, con algunas variantes de imagen remozada, debe desestimular a muchos de quienes pretendían subirse al carro de la supuesta victoria oficial. Entre otros, Nebot que ya tuvo acercamientos con Otto para pactar en la segunda vuelta.
Si a la impopularidad de Moreno se suman las secuelas políticas de la peor crisis del país en su historia, la cotidiana corrupción que hace aparecer sospechosos (as) a ministros del régimen, y el funesto manejo estatal de la pandemia, el escenario es francamente desalentador.
Analistas coinciden en que fijar la atención en el gobierno no tiene electoralmente sentido. Apoyarlo o denostarlo es un disparo al aire que produce más ruido con un evidente revés en las urnas. El régimen dejó de ser un referente indispensable. Es un cadáver político ya sin velorio electoral. El debate de campaña no estará centrado entre la gestión del gobierno y la crítica de oposición. Existe un consenso en que este régimen hace agua por los cuatro costados. Pero sin duda es una inmejorable oportunidad de transferir el fracaso de Moreno a su delfín Sonnenholzner, quien si se presenta como candidato oficial con la pretensión de perpetuar por otros cuatro años las políticas del morenismo deberá responder por cada despropósito de este régimen que fenece sin pena ni gloria. Esa no es la mejor inversión electoral que Otto pueda hacer y contradice la inicial intención del ex vicepresidente de proyectarse como una opción nueva, fresca, con vocación de servicio e intención de hacer política de otro modo. Perfil que se puede desdibujar automáticamente el momento que Otto tome la posta de un gobierno con apenas 9% de aprobación popular y 8% de credibilidad ciudadana. ¿Eso explica el bullicioso silencio de Otto?
La pretensión de Otto de ser la alternativa que pudiera enfrentar a las fuerzas progresistas en una eventual segunda vuelta, parece diluirse. Al menos se debilita si lo hace con el estandarte de un gobierno fracasado e impopular. Y en ese mismo sentido guardar un prolongado silencio no es saludable, más aun cuando todos los días ocurren situaciones en la política que requieren de pronunciamientos mediáticos. El silencio otorga. El silencio de Otto no es el de un poderoso animal al acecho, sino el de un político debilitado que hace cuentas con los dedos de la mano y las cifras no cuadran con sus propósitos. Asumir, explicar y convencer sobre ese 8 y 9 por ciento es como apostar a perdedor. En ese sentido -no Cedatos que realizó la encuesta- sino el propio país que repudia al gobierno de Moreno que Otto pretendía representar, ha sepultado la candidatura del ex vicepresidente que aspiraba convertirse en aglutinador de las esperanzas electorales de la derecha ecuatoriana.
El país reclama certezas y los prolongados silencios solo generan dudas y sospechas. Ante ese escenario crecerían las condiciones para que las fuerzas progresistas amplíen sus bases de apoyo convocando -además de sus adeptos duros- a los indecisos que definen las elecciones en último momento y que, en lugar de silencios, requieren de una palabra de orientación política clara.