Una reciente publicación del periódico norteamericano The Washington Post caracteriza al modelo económico capitalista vigente como “la explotación inhumana del ser humano…un ataque violento…una explotación salvaje que causa destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta…”. No deja de llamar la atención la inusual dureza que emplea el influyente diario estadounidense para referirse a un sistema que rige en todo el mundo -salvo excepciones- y que en los EE.UU ha plasmado sus más claros exponentes. Un modelo que en Ecuador ha sido denunciado como “capitalismo salvaje”.
Ese modelo que alude The Washington Post quedó al descubierto en su descarnada realidad cuando la pandemia “le ha quitado el maquillaje hipócrita a la actual civilización”, y denuncia, como ejemplo, en Italia haber quitado los aparatos de respiración artificial a los ancianos para dar una posibilidad de vida a los más jóvenes. Ese modelo que en los EE.UU, en los primeros cien días de pandemia, dio lugar a que el presidente Trump desbarate el sistema sanitario que había dejado Obama, transformando a la salud en una mercancía al alcance de unos pocos.
“Los derechos humanos, el agua, la educación son una mercancía para una minoría voraz, insaciable y rapaz”, afirma The Washington Post y sostiene que “no es posible que sigamos viviendo en un planeta en que más del 80% de la riqueza del país queda en manos del 1% de la población”. El periódico norteamericano concluye en que “muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana”.
En otra publicación de la prensa estadounidense, el periódico Wall Street Journal sentencia que “el mundo no volverá a ser el mismo despues del coronavirus”, mientras que The New York Times da cuenta que “las recientes pérdidas de empleo son apocalípticas, casi diecisiete millones de personas” en el país del norte. Estas afirmaciones evidencian que el sistema capitalista que ha cobrado tantas vidas y ha causado la miseria de millones de seres humanos mientras favorece a unos pocos, no saldrá incólume de este inesperado episodio que el mundo vive en la actualidad.
Se trata de una visión absolutamente válida también para Ecuador, que desde las protestas de octubre pasado parece comenzar a despertar de un letargo político que debe expresarse en la indignación popular en los próximos comicios presidenciales.
Sin embargo, en política quien no aplique nuevos remedios debe esperar nuevos males, porque el tiempo es el máximo innovador. Esta verdad cuelga como un péndulo pendiente para las izquierdas y las derechas siempre enfrentadas a renovar propuestas, refrescar lenguajes y remozar apariencias.
La izquierda está convencida de que la pandemia es un fenómeno social capaz de derrumbar al capitalismo por el simple hecho de agudizar las contradicciones del sistema. En cambio la derecha considera a la crisis como un desbarajuste propio del sistema que se superaría con dosis del mismo recetario neoliberal. La crisis pandémica puso al descubierto la lógica del sistema lleno de oprobiosas desigualdades al punto de que se habla del agotamientos del modelo. Sin duda que aquello es válido como condición objetiva para un cambio social, pero queda pendiente ese factor subjetivo, organizacional de las fuerzas progresistas. Queda de tarea subrayar las condiciones específicas en el análisis concreto de la situación concreta de un país en su formación económico social específica. En otras palabras, la tarea pendiente consiste en identificar las motivaciones populares, necesidades y aspiraciones concretas e inmediatas para tratar de conectarlas con las utopías políticas que cada pueblo acuña en su devenir histórico y convertirlo en un proyecto político transformador viable. Ese y no otro podría ser el comienzo del fin del modelo inhumano.