Una idea ampliamente difundida es que la crisis la pagan los pobres, y también se dice que cuando los gobiernos se quedan chiros, sin recursos, echan mano al bolsillo de los ricos. Pago de impuestos anticipados, tributaciones indirectas, cuotas de colaboración humanitaria, créditos onerosos, entre otras medidas, son las figuras que adopta la política oficial para hacer pagar la crisis a la ciudadanía.
Crece la protesta generalizada en rechazo a la política de apelar al bolsillo ajeno para financiar la emergencia, apelando a los que más o menos tienen. Los pobres denuncian la falta de apoyo y el esquilmar sus escasos recursos en función de las arcas de un Estado quebrado. Los ricos, por su parte, reclaman que el régimen apela a sus recursos empresariales para financiar déficit fiscales o endeudamientos públicos. Y ambos sectores coinciden en criticar la política de “pan de hoy hambre de mañana” que practica el gobierno comprometiendo recursos futuros para sobrevivir en el presente. Un caso ilustrativo es comprometer futuras reservas de petróleo a cambio de préstamos chinos.
La otra cara de la desinteligencia en las políticas económicas del régimen es hablar de un supuesto fomento a los emprendedores. Ese grupo de ecuatorianos híbridos que no son tan pobres como para acceder a los beneficios de la beneficencia oficial o muy favorecidos para merecerlos. Lo cierto es que bajo el eufemismo de emprendedores se camufla la pobreza. Y a veces ni siquiera eso. Un despistado presidente Moreno dijo que un niño lustrabotas que se gana unos centavos en una plaza porteña es un “monito emprendedor”. !Vaya percepción!
El rico, en su paternalismo de clase, cree que por ser emprendedor se sale del segmento de pobres y se accede a una clase media en la realidad inexistente, metafórica, una clase imaginaria que en la realidad dista mucho de la idea exitista planteada por un modelo neoliberal y precarizador desde hace décadas. Esa clase media para la que se gobierna enviándole salvavidas. Una política recurrente de una clase gobernante que ha vivido escapsulada y a espadas del país popular, lo que Robert Michels describe como “la ley de hierro de las oligarquías”. Esa soberbia económica explica las fallidas políticas de protección social.
¿En definitiva, quién paga la crisis? Será esa eufemística clase media, serán los pobres más pobres o los ricachones atrincherados en sus bancos y empresas.
En la medida que se sigue midiendo la miseria según ingresos, niveles y quintiles los sectores más humildes siguen deteriorándose en términos no sólo económicos, sino culturales. La única diferencia que los distingue es la capacidad de poder endeudarse. Y todos perviven camuflados en las apariencias. Algunas personas fueron convencidas de que poner un pequeño negocio los transforma, automáticamente, en capitalistas y su identificación arribista los alinea con los ricos y no con la mayoría a la que siguen perteneciendo. Y la sociedad ecuatoriana es sensible a esa mímesis. Una sociedad de apariencias míticas en la que los privilegios tienen mucho que ver con las redes familiares, donde se nació, en qué colegio se estudió y las oportunidades que tuvo en su élite familiar.
Mientras sigamos viviendo en la ambigüedad de clase, sin reconocer quién es quien, nos harán pagar la crisis con anestesia política, imperceptiblemente.