La posesión de la vicepresidenta María Alejandra Muñoz tuvo algunas características suigéneris: se trató de un evento mitad real, mitad virtual, en la que hicieron acto de presencia treinta personas entre familiares, asambleístas y funcionarios de gobierno y el resto de los interesados siguió la ceremonia por zoom. Pese a la escuálida parafernalia oficial, por razones de distanciamiento social, el discurso de la flamante vicepresidenta evidenció otro distanciamiento: con la realidad. Muñoz, con acento moralista, se refirió a lo que llamó “la crisis sanitaria del mundo y del Ecuador agravada por la globalización y otra crisis económica impredecible”. No obstante, ese fue el preámbulo para enfatizar en lo que realmente nos quiso decir, acorde con su formación ideológica y su instinto mesiánico que la hace sentirse llamada a pontificar acerca de la conducta humana, se propuso hablarnos de moral. Y como todo discurso moralista, el suyo se quedó en la opaca superficie de aguas más hondas y turbias: “Pero la crisis más profunda que vivimos es la de ausencia de referentes éticos en nuestra sociedad”, enfatizó Muñoz.
Como todo discurso moralista el suyo dejó entrever medias verdades: «El mayor daño que se le ha hecho a la concepción de la ética es haber asociado corrupción con dinero, cuando no robar es lo básico de la ética«, recalcó.
La vicepresidenta omite un hecho verídico. Ella viene siendo parte de un gobierno que empezó vulnerando la ética por felonía, por abandono de los principios básicos que deben acompañar a todo compromiso político. La falta de autocrítica luego de ser parte de una estructura de poder que gobierna en la dinámica de corrupción más miserable de la historia del país, como lucrar de la salud, la discapacidad y de la muerte de los ecuatorianos en plena emergencia médica, es otra omisión vicepresidencial.
La verdad constante y sonante es que la crisis del régimen es cada día más patente: el gobierno y los grupos de poder que lo sustentan, están cruzados por una carencia de credibilidad y de gobernabilidad. Lo que está detrás de la explosión social de octubre, y que se ha hecho más notorio con la actual debacle sanitaria-social-económica, es que en esta crisis lo primero que ha muerto es la justicia. Quienes buscan a raja tabla mantener este modelo económico y social -cuando no ético- apuestan por mantener la injusticia, y la segunda mandataria hoy cogobierna esa estructura de poder.
María Alejandra Muñoz parece olvidar que sectores amplios de la burocracia que ella representa fueron seducidos por el modelo político que impuso Moreno, el cual no únicamente actuó sobre ellos ideológicamente despojándoles de su condición de “servidores públicos,” en el sentido cabal del término, para hacerles asumirse como burócratas inmorales, sino que además les generó un status político y social que les permitiera beneficiarse.
La obsesión de arrasar con todo vestigio democrático, ha sido la motivación del régimen en su afán de acabar con el correismo. Es sobre esa ilusión de omnipotencia, de venganza y persecución política que el gobierno pretende hoy lograr el apoyo electoral de incautos sectores para su eventual candidato oficial. Y es sobre esos sectores ante los cuales insistirá el gobierno -al que pertenece Muñoz- ofertándoles una salida populista o autoritaria. Por esa razón, está por verse si la nueva vicepresidenta representa un fortalecimiento de los verdaderos valores político democráticos.
No obstante, en política nada está dicho como última palabra. A partir de la indignación de octubre, agravada hoy por el mal manejo que ha hecho el gobierno de la pandemia, es que se abre la posibilidad cierta de avanzar decididamente en la protesta callejera por una senda de mayor democracia para superar el actual sistema edulcorado hoy de moralismos.