La sucesión del poder en cualquier país del mundo debería representar un hecho trascendental, pero en Ecuador parece ser la excepción. Trascendental y decorosa, propia de una fiesta democrática que, precisamente, represente la consolidación de la democracia en la continuidad de sus prácticas, pero Ecuador, sin duda, es la excepción.
La sucesión del poder, a través de la designación de un nuevo vicepresidente (a), en su contenido y forma carece de trascendencia de no ser porque la singularidad de la política ecuatoriana la hace aparecer como la negación de la democracia, o su lado más oscuro. Todo acto democrático debe responder a la voluntad popular, y ser una forma de consagración de sus intereses y aspiraciones. Nada de eso ocurre en la elección y nombramiento del segundo mandatario (a). En Ecuador este acto cívico por naturaleza trascendente, en tanto en cuanto ratifica o rectifica los rumbos de la nación, se convierte en el guión previsible de una trama proterva, que refleja la descomposición social y moral del país. Un periodo, el más nefasto de la historia nacional para la gran mayoría de los ecuatorianos, es expresión de la degradación ideológica que dio lugar a la traición y persecución política. Una jugarreta «institucional» que, literalmente, puso fin a la democracia e instauró una dictadura encubierta por leguleyadas, maniobras políticas, cooptación de instituciones y secuestro de la justicia que es en lo que quedó reducida la práctica del poder de una coalición neoliberal que gobierna en función de los intereses de una casta privilegiada.
Moreno sabe que su gobierno ha sido la constante reiteración de gestos antidemocráticos, de ilegalidades y actos reñidos con la voluntad popular, y ahora busca cubrirse las espaldas. El tiempo que le resta al gobierno será un torbellino político por la impunidad presidencial, y para eso la sucesión del poder le cae como anillo al dedo. Si María Paula Romo, como se prevé, será la próxima vicepresidenta del gobierno por ministerio de la ley, con o sin aprobación legislativa, le cubrirá la retirada.
María Paula Romo es funcional al guión del régimen: garantizar la impunidad de Moreno ante la amplia gama de ilegalidades acometidas en el mandato. Romo, como la sucesora, cumplirá un rol politico vital para los intereses de Moreno y su familia durante los últimos meses del 2020. “Moreno necesita un vicepresidente (a) de confianza ya que Otto no lo era pues se sabe que tiene intereses políticos propios”, según constata el analista David Villamar. En uno de los escenarios posibles Moreno deja en el cargo a Romo con una agenda destinada a la impunidad de su gabinete y de su Contralor, por pedir lo menos.
El destino del gobierno marcó la suerte de Romo, ser el escudo protector de los principales exponentes del agonizante régimen morenista que muy probablemente deba enfrentar el juicio popular. Para ese rol, Romo ha mostrado tener madera y la impavidez necesaria para convertirse “en el agente político más nefasto de los últimos 20 o 30 años”. Con cuna política en el movimiento Ruptura de los 25, disidentes del progresismo que surgieron sin base alguna, lograron enquistar a varios de sus cuadros en las esferas del nuevo poder morenista. Romo -como diría el pueblo- “se chumó” con el poder al que le tomó el sabor y ahora se siente predestinada.
Nadie gana el cielo o el infierno sin haber pecado. Romo no es la excepción y carga en su conciencia los actos más polémicos o cuestionados, protagonizados por este gobierno, entre otros, haber ordenado la represión a los manifestantes de octubre, haber liderado -según denuncias parlamentarias- la entrega del sistema de salud pública como botín político, incluido el manejo económico de los hospitales de la seguridad social en Guayaquil a Abdalá Bucaram y los roldosistas, a cambio de consenso político en la Asamblea y apoyo electoral en diversos comicios, lo que hizo posible que el régimen lograra aprobar diversos proyectos de ley. Todo lo cual daría lugar a la imposición de leyes de claro tinte impopular y a la corrupción campante en el aparato del Estado en el área de la salud con la adquisición de insumos médicos públicos con sobreprecio y robo, en plena crisis sanitaria.
A los ojos de sus opositores, Moreno es huidizo y no se quedará a enfrentar el cambio de mando ni la “terrible realidad de Ecuador” a finales de año. Según proyecciones de analistas, probablemente renuncie en noviembre o diciembre. Y su renuncia está envuelta en el temor a enfrentar la justicia y el juicio popular ante la trama más grande de corrupción que haya conocido el país, así como frente a irregularidades pendientes como el caso Ina Papers y otros que lo comprometen a él y su familia.
Lejos de trascender por su brillo democrático, la sucesión del poder en Ecuador, es un acto innoble. Un contubernio para encubrir la vergüenza de la felonía y la incapacidad del peor gobierno de la historia.
Fotografía El Universo