“La pandemia del coronavirus sigue fuera de control”, anunció Tedros Adhamon Ghebreyeus, director de la Organización Mundial de la Salud. La categórica afirmación no es más que el reconocimiento explícito de las incapacidades gubernamentales en el manejo de la emergencia sanitaria, así como de la falta de liderazgo ode la propia entidad internacional para conducir la crisis y hacer cumplir sus disposiciones. Una muestra de la magnitud del problema es el rebrote de la pandemia a nivel mundial, y la irresponsabilidad gubernamental de algunos países como EE.UU que contribuye con el 40% del financiamiento de la OMS y que anunció su retiro de la organización.
El descontrol de la pandemia, que aún está “lejos de remitir”, puede significar que no se cumplen las medidas de bioseguridad de distanciamiento social, higiene personal y colectiva, y la estadística de casos confirmados por pruebas confiables, registro de enfermos y seguimiento, mortalidad provocada por la enfermedad, etc, no refleja la realidad en los hechos o en el manejo de la información. La pandemia se ha vuelto un tema recurrente con variaciones sobre las mismas falencias: incremento de contagios, muertes e inexistencia de tratamientos específicos, indisciplina social, agotamiento de recursos, estrés colectivo, e intereses políticos y sociales que distorsionan la realidad. Las estadísticas no establecen con claridad quiénes mueren con Covid y quien muere por Covid. Persiste la duda ciudadana sobre la deficiente comunicación oficial acerca de la pandemia, porque se ha mezclado la política a la respuesta médica. Se ocultan datos técnicos por desconocimento o porque son perjudiciales para las agendas de presidentes, ministros, alcaldes, prefectos y burócratas. La población vive en la desinformación diaria por los patéticos subregistros y ocultamientos estadísticos.
A nivel local, un caso paradigmático de la crisis es la ciudad de Quito que, según cifras oficiales, reporta 540 nuevos contagios diarios con un total de 10 mil casos acumulados de coronavirus. El sistema de salud de la capital está saturado y agotado; en tanto, la pandemia en la provincia muestra una tendencia a repuntar en los próximos días, según observaciones de la Federación Médica de Pichincha que ha criticado la apertura oficial, con aflojamiento de las medidas de bioseguridad, sugerida por autoridades locales y nacionales.
El país vive dos realidades sobre la situación de la pandemia: una es la verdad cotidiana que se padece en hospitales, centros de salud y dispensarios médicos, y otro es el relato de la prensa y las cadenas informativas del gobierno. La población carece evidentemente de una idea que le permita dimensionar la tragedia. No conoce o no acata las medidas de seguridad, no sabe bien cuáles son los síntomas y su intensidad; y producto de la ignorancia se sugieren diversos “tratamientos” para la enfermedad no sustentados en evidencias científico-técnicas.
De manera presencial constatamos en el Hospital Carlos Andrade Marín del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, el día a día de una enfermedad inédita, agresiva y de efectos catastróficos. El HCAM es un hospital de especialidades de tercer nivel que en tiempos normales cuenta con personal médico y auxiliar altamente calificado, sofisticada infraestructura y equipamiento técnico en equipos médicos y aproximadamente 600 camas, según requerimientos. Para enfrentar la emergencia sanitaria el HCAM habilitó tres áreas exclusivamente para tratar pacientes Covid: Unidad de Atención Crítica, Terapia Intensiva y Hospitalización, y ha destinado más del 90% de su capacidad para atender la pandemia.
El procoloco establece que el paciente sospechoso de Covid ingrese al servicio de Urgencias donde se le realiza un Triaje especial con chequeo de signos vitales -temperatura corporal, presión arterial, saturación de oxígeno- y síntomas del virus. Según los indicadores del Triaje el paciente es ingresado al hospital o reintegrado a su domicilio a un periodo de aislamiento en cuarentena de dos a tres semanas.
Los pacientes con claros síntomas de fiebre alta, insuficiencia respiratoria, dolores generalizados, diarreas y debilitamiento son ingresados directamente a la Unidad de Cuidados Críticos para ser estabilizados ante la gravedad del cuadro. Esta unidad es un área dotada con todos los equipos de atención clínica y monitoreo de los enfermos. Allí un experimentado equipo médico ejecuta vertiginosamente una rutina que decide en cada instante la vida o la muerte inminente del paciente. Por lo general en esta área ingresan hombres y mujeres de diversa edad y condición social, en estado de coma o en crítica condición respiratoria. Los pacientes más graves son intubados vía traqueal, y todos son conectados a equipos de monitoreo y suministro de medicamentos en medio de un enjambre de tubos, cables y jeringuillas. Aquí no existe medida de espacio ni tiempo, el cambio de atmósfera de luz a oscuridad marca los días hacia un mañana impredecible.
Pedro es un paciente que fue trasladado al área de Cuidados Intermedios en la Unidad de Terapia Intensiva UCI del hospital. Lleva algunas horas desde que ingresó a las 2 de la madrugada. Esta mañana soleada nada hace prever el desenlace de la gravedad de su estado. Pedro permanece sedado y en la quietud de su cuerpo, a ratos, es sacudido por intermitentes convulciones corporales. En un instante inesperado el hombre de unos 45 años se estremece con un extraño ronquido gutural en su garganta. El equipo de monitoreo emite un pitito constante registrando la ausencia de latido. Una enfermera se acerca al paciente y constata su muerte. Ahora Pedro es una cifra más, otra víctima de la pandemia. Un cuerpo que minutos más tarde es enfundado en una bolsa de plástico negra que lleva impreso el logotipo del IESS, hacia su destino final.
En el área de cuidados intensivos la atención a los paciente se desarrolla bajo estrictas medidas de bioseguridad, en un constante ir y venir, monitoreo de signos vitales, asistencia a cada enfermo, que todo ocurra conforme lo previsto por una esperada normalidad y recuperación: frecuencia cardiaca, tensión arterial, saturación de oxígeno, nutrición, aseo, suministro de medicamentos, etc. En este lugar una despiadada didáctica enseña a conocer porqué se vive y porqué se muere de coronavirus. Afuera el país solo presume saberlo. La muerte de Pedro -por una elemental lucidez- permite concluir en que la rigidez de los protocolos médicos no siempre son suficientes para salvar una vida. El paciente ha muerto estando intubado porque la intubación envia, mecánicamente, aire a bronquios inflamados por la respuesta al virus y a unos pulmones colapsados en total incapacidad de realizar su tarea respiratoria. El paciente pasivo tiene más probabilidades de morir, el paciente activo que intenta respirar estimulando sus pulmones con ejercicios respiratorios y apoyo de un fisoterapeuta es aquel que sobrevive, pero ese paciente debe ser físicamente dotado, conocer algo del tema y contar con una ferra voluntad de vivir.
Los enfermos que muestran signos de mejoría son trasladados desde la zona de cuidados críticos a cuidados intermedios, en el área de Terapia Intensiva. Aquí el protocolo establece tratamiento médico para el coronavirus, específicamente, con antirretrovirales, anticoagulantes, sedantes, antibióticos y analgésicos. Es una lucha que tiene mucho de experimental: nadie puede garantizar resultados con absoluta certeza, el pronóstico depende del estado previo y actual del paciente. La otra parte del protocolo establece tratamiento paralelo de las enfermedades prexistentes que pueda presentar el paciente, o de aquellas que desencadene el Covid como cardiopatías, diabetes, insuficiencias renales o hepáticas, infecciones colaterales de vías digestivas u orinarias, etc. En esta área intensiva los pacientes, aun en estado de gravedad, suelen presentar diversos síntomas con distinta intensidad y duración. Se ha dado a conocer algunos más comunes como fiebre, tos seca, malestar general, entre otros. Pero en el epicentro de drama los pacientes se quejan -muchas veces a gritos- de insoportables dolores bronquiales y pulmonares, diarrea, elevada temperatura que los hace convulsionar, alteración del sentido del gusto y del olfato, falta de apetito. En los casos de extrema gravedad se suma la insuficiecia repiratoria con asfixia, arritmias cardiacas, trombosis cerebrales, embolias pulmonares, anginas de pecho, alucinaciones febriles con sensaciones de muerte inminente.
Al área de Hospitalización ingresan los enfermos que muestran evidente recuperación, pero nada está garantizado, aquí también acecha la muerte. En salas bien aseadas y equipadas con capacidad para cuatro camas, los pacientes son atendidos por personal médico y auxiliares las 24 horas del día. Todo está dispuesto para un frecuente monitoreo de signos vitales, suministro de medicinas y alimentos, así como higiene del paciente. Este es el lugar donde cada cual comparte su historia personal y busca un común denominador sintomático con los otros compañeros de habitación. Don Segundo, de 90 años, no puede contar la suya porque perdió la capacidad de coordinar frases completas y extensas, permanece con sondas urinarias y no puede comer por sus propios medios. Es un ser humano físicamente fuerte, está librando una lucha cuerpo a cuerpo con la muerte. El es el héroe que nos enseña una lección sin par. Por las noches grita, literalmente aúlla para atraer la atención del personal médico, luego cuando lo asisten, agradece con un dioslepague. En un clima de solidaridad todos buscan y ofrecen la ayuda al otro, emerge la solidaridad humana, ese instinto gregario que habíamos olvidado.
El ritmo en esta área es menos intenso, todo ocurre con menor apremio. Se aprende a conocer al ser humano en su exacta dimensión. Al profesional médico con alta capacitación y sensibilidad para preservar la vida de su paciente, actitud de acompañamiento permanente, acierto en sus decisiones y estímulo constante al que lucha por sobrevivir. O aquel personal que solo cumple y trata de hacer cumplir órdenes, que no distingue el estado de cada paciente en particular para seguir los protocolos y muchas veces tiene un trato despótico al enfermo. Y está ese otro personal que asiste a su trabajo como a cualquier otro, desmotivado, con actitud indiferente, que llega a ocupar el puesto y pasa mirando el reloj esperando la hora de irse al final de su turno. Todos cumplen un rol en un equipo en cuyas manos tus familiares han depositado tu existencia.
Concluye un día más en el hospital Carlos Andrade Marín, al final de cada jornada alguien habrá ganado una nueva batalla, o se habrá perdido una vida más en una lucha sin tregua. Lo más terrible se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida, dice la canción. Pacientes y personal médico lo saben, y lo viven cotidianamente en contra de un mal muchas veces sobredimensionado o subestimado. Una epidemia que nos cambió la vida para siempre, un mal que podría no irse nunca y, según la OMS, volverse endémico.
Fotografía El Comercio