Se nos quiere imponer un modo de pensar para el cual la muerte es un paisaje. Un paisaje cotidiano que estimula el miedo a morir. Se ha vuelto necrófila rutina observar gráficos oficiales -nada confiables- en los cuales la curva de contagios y muertes no se aplana en ningún rincón del territorio nacional. Con la proximidad cotidiana de escenas fúnebres, el miedo a la muerte se ha vuelto el sentimiento más recurrente en estos tiempos. Y bajo manifestaciones de miedo surgen nuevas formas de dominio.
El analista surcoreano, Byung Chul Han, considera que “sobrevivir se convertirá en algo absoluto como si estuviéramos en un estado de guerra permanente”. El analista teme que la pandemia sea un arma política que imponga regímenes de vigilancia y cuarentenas biopolíticas, pérdida de libertad, fin del buen vivir o una falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo a la muerte.
La biopolítica se relaciona con “la consideración de la vida por parte del poder; por decirlo de algún modo, un ejercicio del poder sobre el hombre en cuanto ser viviente, una especie de estatización de lo biológico». (Focault). Los gobiernos están obligados a realizar una adecuada gestión de la salud, en última instancia, una adecuada gestión de la vida, este mismo deber facilita el control social que para Chul Han representa una merma de la democracia. Con la aparición de la dominada Biopolítica, el poder comienza a mirar la vida como un terreno colonizable que es preciso gestionar para aumentar la supervisión social. Interesa controlar más el conjunto que al individuo. Es el gobierno de las nuevas políticas que tratan de normalizar las poblaciones -la demografía, la salud, el trabajo o las emociones, entre ellas el miedo a la muerte- para que produzcan más.
La preocupación de Chul Han es que “el Covid no sustenta la democracia”. Del miedo se alimentan los autócratas y las crisis hacen que las personas vuelvan a buscar líderes. El clima de inseguridad hace que el estado de emergencia se convierta en una situación normal. Eso marca el fin de la democracia formal. Los Estados encuentran, según la realidad de sus países, nuevas formas de control ciudadano, no precisamente justificadas en el consenso sino en el afinamiento de nuevas modalidades de vigilancia social. La pandemia de Covid enseñó a los Estados que no solo es un problema médico, sino de hegemonía.
El analista surcoreano manifiesta que “con la pandemia nos dirigimos a un régimen de vigilancia biopolítica. Todo es motivo de monitoreo digital. La pandemia hará que la biopolítica digital se apodere de nuestra vida. Una sociedad constantemente monitorizada en sus detalles cotidianos”. La necesidad de hacer pruebas médicas masivas para confirmar o descartar los contagios, da la oportunidad al Estado de actualizar bases de datos ciudadanas y de mejorar los mecanismos de vigilancia colectiva y el ciudadano lo acepta como una forma de protección estatal.
El coronavirus es un espejo que refleja la sociedad en la que vivimos. Vivimos en la sociedad de la supervivencia que se basa, en última instancia, en el miedo a la muerte. Sobrevivir es un absoluto como prioridad. De la noche a la mañana todas las fuerzas sociales se usan para prolongar la vida y en una sociedad de la sobrevivencia se pierde todo sentido del buen vivir. El placer es remplazado por un elemental estado de salud. Nadie pedirá más. Ese solo sentimiento facilita el control social.
La pandemia vuelve paisaje cotidiano a la muerte que habíamos suprimido y subcontrolado cuidadosamente. Ahora como escena diaria de la televisión, la muerte pone nerviosa a la gente. Y el miedo sube como espuma, todos son sospechosos de ser portadores del virus, cualquiera nos puede contagiar y hay que mantener distancia. La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea más inhumana. La histeria por sobrevivir nos hace olvidar por completo el verdadero sentido de la vida. Curiosamente, por el miedo a la muerte, vista tan de cerca, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir. La sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía se pierden para siempre. Se nos quiere imponer una ideología sin derechos. El Covid dio paso a la ideología de la supervivencia amparada en el miedo a la muerte. La pandemia -dice Chul Han- “es una prueba para el sistema”, porque le plantea el desafío, sin prisa y sin pausa, de imponer inéditas vigilancias desde una nueva estrategia biopolítica.
La pandemia nos enseña que el Estado es el único soberano y que la vida es posibilidad mínima. Nuestra propia vulnerabilidad nos dice que la política funciona en simetría con lo excepcional, cuando la excepción y la emergencia se convierten en norma. El poder tiene de su lado a la pandemia para su vocación represiva, porque el virus nos enfrenta de cara a la muerte con sus sensaciones y miedos. Quien domina sin miedo pierde poder, por tanto los gobernantes trasladan el miedo a la sociedad civil, de lo contrario no habría biopoder ni biopolítica. La pandemia ve nacer un nuevo totalitarismo.
Tal vez sea más necesario que nunca buscar, sin miedo a la muerte, nuevas utopías personales y refugiarse en ellas. Como sabiamente nos decía el poeta Fernando Pessoa: «Llega un momento que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos«