La actual crisis nacional se compara con un túnel oscuro, en cuyo final no se ve la luz. Y ese túnel es más o menos largo, según de qué generación se trate. Para los más longevos la expectativa siempre será más corta, y su larga vida pretérita muestra que frente a esta crisis que rebasa su generación, en buena medida son responsables del estado actual de cosas. Un amargo artículo de Xavier Lasso pone el dedo acusador en Julio César Trujillo, ex presidente del CPCCS, un anciano de la tribu al que le atribuye los más terribles males del país: “Nos legó esa Fiscalía, esa Contraloría, ese Consejo de Participación, ese Tribunal Electoral, esas herencias que hubiese sido bueno poder rechazar. Trujillo, el ecuatoriano, le ha dado el miserable sentido que hoy tiene el Ecuador de la pandemia”, afirma Lasso. Ancianos como Trujillo son inamovibles en lo que creen ser, aun sin nada que perder niegan aprovechar el privilegio de actuar impunemente ante el juicio de la historia. Una historia que pertenece a los jóvenes, que frente a un Presidente que no oye a su pueblo, sino al anciano de marras, tienen la alternativa que reclamaba Montalvo: “Desgraciado el pueblo donde la juventud no haga temblar al tirano».
La expectativa montalvina en la juventud cobra hoy más sentido que nunca, a ver si de tal modo cambia el sentido que han tomado las circunstancias políticas. Mientras eso no se cumpla, la iniciativa de hacer que las cosas sucedan está en manos del gobierno. Prueba de ello es que el régimen logró hacer que sucedan cosas conforme sus propósitos, y los acontecimientos de la últimas horas sucedieron tal cual fueron concebidos en las oficinas del FMI.
Luego del distanciamiento popular por la desmovilización en cuarentena, el pueblo enfrenta la grave situación socioeconómica pospandémica, y que el propio Lenin Moreno reconoce en su declaración: 150 mil ecuatorianos perdieron el trabajo. Moreno anunció una importante reducción del sector público. Cierran varias empresas públicas y fusionan o eliminan entidades ministeriales, embajadas y consulados. Se viene la precarización laboral con reducción del horario de trabajo a 6 horas y rebaja de sueldos. Se elimina subsidio de combustibles con una banda de flotación de precios. Más allá o más acá de las cifras, conceptualmente se subasta el Estado y se produce una concentración de empresas públicas en manos pivadas. Se elimina miles de contratos ocasionales y permanentes. Se justifica el pago de la deuda a los acreedores internacionales. Es decir, sucede en los hechos la receta fondomonetarista.
La política es el arte de hacer que las cosas sucedan. Para hacer “temblar” al régimen, la respuesta está en las calles. Y no es una repuesta generacional, de género o étnica. Es todo junto, en unidad con una respuesta de clase. Los nuevos liderazgos se foguearán en las calles del país, las soluciones surgirán al calor de los propios problemas populares en su necesaria respuesta. Los cambios sociales no surgen en tertulias intelectuales, consejo de ancianos o comunidades cibernéticas. Todo cambio histórico nació en el descontento del asfalto. Toda transformación estructural se relaciona con la condición material de la sociedad y, en particular, con los trabajadores que crean esa riqueza.
Los pueblos, históricamente, han identificado, y se han identificado, con sus líderes en la barricada. La trinchera es prueba de credibilidad. Referente de consecuencia política. La protesta como leitmotiv político para hacer que las cosas sucedan. El liderazgo, no obstante, es incompatible con la falta de autocrítica. Otra cosa hubiere ocurrido si los líderes del correismo reconocieran errores y fealdades políticas, la corrupción. Tendrían en sus manos toda la legitimidad política y moral que otorga la entereza ideológica. No son los únicos, ni fueron los primeros, ese mal es contagiable.
La política es el arte de hacer que las cosas sucedan: sucedió que el gobierno logró aprobar las leyes que le dictó el FMI. Y para hacer que eso suceda, el régimen mostró que -sin capital político- aún tiene capacidad de movilidad política, es decir de negociación. M. P. Romo dijo que el gobierno había hecho una “alianza política” con CREO y otros legisladores para aprobar las leyes.
Con lo sucedido en la Asamblea Nacional la posibilidad de “muerte cruzada” se ha ido diluyendo como una alternativa descartada por la embajada, porque los asesores yanquis consideran necesario un régimen legítimo para llevar adelante, sin cuestionamientos, el guión de monetizar al Estado, subastándolo. El rumor de una asonada militar no cobró la fuerza necesaria por similar razón. En política se necesita un mínimo tufillo de legitimidad en todo lo que suceda. Según el curso de los acontecimientos tendremos elecciones en febrero, y si nadie hace que suceda lo contrario, el candidato oficial ganará los comicios. La respuesta está en las calles. La movilización popular, para algunos, hará posible que surja un liderazgo en capacidad de plantear una propuesta electoral y que el país elija.
La luz al final del túnel brilla por su ausencia.