Alguna vez Jorge Enrique Adoum dijo que Ecuador es un país sin vocación de futuro. Y agregó que, entre otras, era una seña particular de los ecuatorianos. Me resistí a creerlo cuando he visto cómo el país en su historia enfrentó corrientes del Niño, sequías, terremotos, erupciones volcánicas, golpes de Estado, feriados bancarios, traiciones políticas y ahora una pandemia. A pesar de todo, hemos gritado a los cuatro vientos que sí se puede, incluido aquello que parecía imposible, participar en un campeonato mundial de fútbol. Haber querido es haber podido.
Cada cierta época vivimos en Ecuador la metáfora hegeliana del prohombre que alcanza el espíritu absoluto de su tiempo. Y en el caso ecuatoriano lo hizo en brazos del populismo. No importa si el caudillo vino o no de alguna tienda política o sindical, le bastó con un balcón para llegar a presidente. Velasco Ibarra consiguió serlo en cinco oportunidades. Bucaram descendió desde los cielos, en helicóptero, para redimir a los pobres. Febres Cordero ofreció pan, techo y empleo y subió al poder para darnos hambre, desocupación y bala. Correa prometió, Ecuador ya cambió y tendremos patria para siempre. Los porfiados hechos sentenciaron lo contrario, la patria llega hoy a su descomposición extrema.
El pasado confirma que el liderazgo populista es cosa efímera y reversible. Será que entre sus señas particulares carece de vocación de futuro, como decía Adoum. Y esa vocación se fermenta en el caldo de cultivo de la ideología manifiesta. No basta con el carisma y la demagogia de balcón o de tarima. Hoy más que nunca brilla en ausencia el pensamiento social ecuatoriano propio. La falta de ideas es pragmatismo ramplón que todo lo improvisa y copia.
En eso el gobierno de Moreno lleva las de ganar. La imitación de fórmulas extrañas es el pan de cada día. Las leyes que acaba de aprobar la Asamblea Nacional son prueba de ello. Había que seguir el recetario del FMI, precarizar a los precarios, favorecer a los favorecidos. Y esto ocurre mientras los cadáveres que provoca la pandemia se pudren en las calles, y el Estado paga sobreprecio a los delincuentes por las fundas de plástico para enterrarlos. En una entrevista, Carlos Vera, preguntó a Jaime Nebot qué hacemos con este señor Moreno. Y el ex alcalde guayaquileño respondió: «aguantarlo, pedirle que cambie o botarlo». ¿Cuál es el camino? La pandemia sirve al país para recodar lo importante que es tener un gobernante que gobierne.
El libro de J. E. Adoum, Señas Particulares, nos habla de la necesidad del héroe a la destrucción del mito, que la política nos enseña la tristeza de la alegría popular y de la degradación moral de la palabra. Y nos recuerda: “Es cierto que Ecuador se ha convertido en sinónimo de vergüenza, y que hay muchos que lo niegan pero, para cambiar el mundo, para cambiar el país, el primer paso es cambiar uno mismo”.
Ser o no ser lo que somos, esa es la cuestión.