Los epidemiólogos todavía discuten si el Covid, una vez que contamina a un individuo, genera o no una repuesta inmunológica en el organismo creando anticuerpos y el paciente termina inmunizado. Analógicamente, los cientistas sociales sostienen la misma discusión, pero en su caso frente a un distinto objeto de estudio: la sociedad. En otras palabras, se trata de saber qué aprendió nuestro cuerpo individual y social de la pandemia.
Epidemiólogos y sociólogos tratan de establecer quién estuvo mejor preparado para recibir el ataque y, una vez impactado, quién dio mejor respuesta. Preocupados por saber si esa experiencia creó ciencia, especulan si la pandemia deja alguna sabiduría para el futuro. El Covid zarandeó a todos los sistemas de organización social y mostró su vulnerabilidad. Hombre y sociedad responden a las vicisitudes de la vida, conforme sus elementos constituyentes. Países organizados con sistemas estatales fortalecidos, instituciones consolidadas y políticas públicas definidas, debieron enfrentar mejor la pandemia. Culturas arraigadas en formas de vida individualistas, débiles estructuras estatales y poder concentrado en grupos hegemónicos, presentan hoy una abultada estadística de contagio y una mortalidad porcentualmente elevada.
EE.UU tiene un mandatario que accedió al poder con apoyo de grupos económicos y secundado por clanes racistas, xenófobos y sexistas; poco o nada ha demostrado Donald Trump importarle la vida de los mexicanos migrantes que en mayor cantidad fallecen por la epidemia en New York, ciudad que se convirtió en el epicentro de la crisis sanitaria de EE.UU. Preocupado por reactivar el aparato productivo norteamericano para no dar ventaja económica a sus competidores comerciales, no dudó en abrir el país al contagio viral masivo. Abocado a la campaña por la reelección, Trump, usa la pandemia como un pretexto electoral y cuando tarde reaccionó a la emergencia, encontró un insuficiente sistema de salud pública y la atención sanitaria del pueblo norteamericano en manos privadas. In God we trust -en Dios confiamos- dice una slogan acuñado en la moneda de un centavo de dólar, que no deja dudas de la sacralización mercantilista de la potencia del norte.
Bolsonaro, el remedo carioca de Trump, mostró similar arrogancia frente a la emergencia y postergó medidas de control sanitario, con la misma inspiración de privilegiar la economía por sobre la vida de millones de habitantes del país, especialmente del nordeste brasilero y de las favelas urbanas, focos de miseria endémica. Brasil hoy es el país de Latinoamérica más impactado por la pandemia.
China, que se inspira en el capitalismo para organizar su economía y en el socialismo maoísta para organizar la sociedad, recibió al virus con un buen sistema estatal de salud pública y su población disciplinada bajo una cultura habituada a dar respuesta colectiva a problemas sociales. El resultado es que después de haber sido el país donde comenzó la pandemia, China controló mejor la situación.
Suecia apeló al civismo y no impuso restricciones. Las cifras de contagios y fallecimientos ponen en cuestión si la decisión del gobierno de Stefan Löfven fue la correcta. La tasa de mortalidad de Covid es nueve veces mayor que en Finlandia, casi cinco veces mayor que en Noruega y más del doble que en Dinamarca. En Suecia las personas contagiadas llegaron a 15.000, y las muertes superan los 1.400 fallecimientos. La tasa de mortalidad se sitúa en el 5,1% con 15 muertes por 100.000 habitantes. Después de que el gobierno sueco se planteó la estrategia de “inmunidad del rebaño”, la economía podría estar mejor posicionada para recuperarse, se dijo oficialmente.
¿Hemos aprendido algo de estas experiencias para el futuro?
Es probable, pero no nos volveremos ni más ni menos humanistas. Hombre y sociedad responden a las vicisitudes de la vida, conforme sus elementos constituyentes. No podremos esperar milagros. Ha comenzado la nueva desconocida “normalidad”. El futuro dependerá del grado de descomposición social en que la pandemia deje a Ecuador. Y nuestras decisiones como país acaso dependan de las variaciones geopolíticas mundiales. Todo es posible. Surgirán nuevas formas de sobrevivencia humana, pero será suficiente que cada quien sueñe con la posibilidad de un mundo mejor. La alarma está encendida.