El mes de mayo es de Roque Dalton. Siempre lo será, porque nació un 14 de este mes en San Salvador y murió asesinado el 10 de mayo de 1975, con 40 años de diferencia en Quezaltepeque. Dalton revive en la memoria de los latinoamericanos como el revolucionario comprometido con su tiempo histórico que cayó en un fusilamiento perpetrado por integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, delito que prescribió sin justicia. De esa muerte, Joaquin Villalobos dijo “que fue el error más grande de su vida”. El cuerpo de Dalton nunca apareció, pero su figura pervive en la evocación de escritores y poetas contemporáneos suyos. Eduardo Galeano dice de él: “Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad de enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana”.
Conocimos la obra de Roque Dalton en Santiago, cuando su poesía se paseaba por las calles y cafetines universitarios. Roque había estudiado en la casona de la Universidad de Chile y su muerte la comentamos en voz baja en un mes de mayo, en los años setenta de la dictadura pinochetista. Entrados los años ochenta, el músico chileno Mauricio Redolés en su exilio en Inglaterra puso bellísima música a Epitafio, los versos de Dalton que narran la historia de “Phillips O’Mannion los ojos y el recuerdo llenos de su Irlanda natal / murió ayer en la calle las manos crispadas junto al pecho / sin pronunciar una palabra / sin alarmar a nadie / como quien paga por la vida poco precio”
Para nosotros, jóvenes universitarios, Roque era un icono rojinegro como los colores de la Revolución Cubana que Dalton celebró tantas veces, como la noche de rones, habanos y fusiles que compartió junto a Fidel. De ese encuentro evoca Cortázar: “Era en el año 62, al comienzo de la Revolución. La reunión tenía que durar una hora a partir de las diez de la noche y duró exactamente hasta las seis de la mañana, como sucede casi siempre con esas entrevistas de Fidel Castro que se prolongan interminablemente porque él no conoce el cansancio y sus interlocutores tampoco en esos casos. Nunca me voy a olvidar de que hacia el alba, cuando yo estaba realmente medio dormido porque no aguantaba más de fatiga y de cansancio, recuerdo a Roque Dalton, flaco, muy flaco y no muy alto, al lado de Fidel, nada flaco y muy alto, discutiendo empecinadamente la manera de utilizar un cierto tipo de arma de la que no me enteré demasiado, un cierto tipo de fusil; cada uno de los dos tratando de convencer al otro de que tenía razón con toda clase de argumentos y además con demostraciones físicas: tirándose al suelo, levantándose y haciendo toda clase de demostraciones bélicas que nos dejaban bastante estupefactos”.
Roberto Fernández Retamar evoca a Roque Dalton a su paso victorioso por Casa de las Américas: “Yo era jurado del Premio en 1962 y me hallaba entregado a la ruda tarea de devorar la gigantesca papelería poética que nuestro Continente pare cada año, y deposita, esperanzado, a las puertas de la Casa (…) asomó de pronto su rostro, abriéndose paso como un rayo por entre los metros de papel, alas olvidadas, suspiros, el estruendo y la ultimilla, un libro en forma de bofetada: El turno del ofendido, que obtendría mención en ese Premio (otro libro suyo, maduro, Taberna y otros lugares, recibiría el Premio años después). Pero sobre todo me revelaría a uno de los más originales y fuertes entre los poetas entonces jóvenes de nuestra América: su autor, Roque Dalton, no había cumplido aún 27 años”.
Ernesto Cardenal, el poeta de Solentiname, reconstruye las imágenes de sus encuentros junto al lago nicaragüense: “A Roque Dalton yo lo recuerdo riendo. Flaco, de un blanco pálido, huesudo, narizón como yo, y siempre riendo. No sé por qué siempre te recuerdo riendo, Roque Dalton. Un revolucionario reidor. No es que los revolucionarios sean especialmente serios ni mucho menos, pero es que él era un revolucionario especialmente reidor. Se reía en primer lugar de él mismo. Se reía de cosas ridículas de El Salvador, y siempre estaba hablando de El Salvador y es que quería muchísimo a su país “Pulgarcito” El Salvador. Se reía de la burguesía salvadoreña naturalmente, y nos hacía reír a todos. Se reía de los jesuitas con los que se había educado y en cuyo colegio había “perdido la fe” también se reía de esta expresión para entrar al Partido Comunista y también se reía de cosas de su partido comunista. Pero de todos modos era su partido.
De poeta a poeta, Mario Benedetti, en lenguaje tan suyo canta a Roque Dalton en ese idioma que no precisa traducción:
el hecho es que llegaste
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con
tanta
vida.
VERSOS DE ROQUE DALTON CON MUSICA DE MAURICIO REDOLÉS