Una de las conmemoraciones míticas de la sociedad es sin duda el Día de la Madre que puede variar de fecha según el país, pero por lo general se celebra las primeras semanas de mayo.
Es una de las ocasiones de mayor dinamismo marketinero y comercial, a pretexto de vender artículos para agasajar a mamá con tarjetas, flores, chocolates, restaurantes y ventas de enceres domésticos para ella, con diferencias de precios y calidades pero con el mismo concepto de convertir la fecha en un mito de maternidad indiscriminada. Es decir, para los comerciantes madre hay una sola: aquella que lidera y organiza los quehaceres del hogar y por tanto requiere de utensilios caseros o menjunjes para acicalar su figura personal.
El origen de la tradición viene de los griegos que a inicios de la primavera festejaban a la madre de todos los dioses, Rea, con rituales y regalos. Pero la versión mercantil se inicia en los EE.UU en los albores del siglo XX, por insistencia de una mujer que nunca fue madre pero que decidió homenajear a la suya. Fue en 1905 que Anna Jarvis empezó una campaña por el Día de la Madre, cuando su progenitora, Ann Reeves Jarvis, murió. La hija, desplegó una dura batalla para institucionalizar el Día de la Madre y lo consigue en 1922, cuando todos los estados de la Unión reconocen el día festivo y tres años más tarde se instituyó que fuera la celebración el segundo domingo de mayo.
Un mito viviente
La fecha no solo se volvió comercial bajo el mito de que la madre es una sola y que hay que rendir homenaje a esa mujer como si no tuviéramos otros motivos para hacerlo durante el resto del año, o como si la madre fuera un género único, sin matices ni diferencias de todo orden. Como si la madre, incluso, tuviera un origen único, sin diferencias de clase, etnia, condición cultural, etc. ¿Acaso puede ser lo mismo una madre proletaria, de vida humilde como obrera, que una madre privilegiada por los encantos y placeres que proporciona el dinero habido en abundancia? Ambas son biológicamente madres, pero social y culturalmente viven su maternidad de distinto modo. ¿Y las otras madres? Las madres solteras, las madres campesinas, las madres estudiantes, las madres migrantes que dejan sus hijos, las madres que venden su cuerpo al peor postor, las madres militantes, la madre adoptiva, las madres negadas en su condición de madre por una sociedad deshumanizada…
Esa homogenización a tabla rasa de todas las madres en una sola, la madre doméstica, la que hace de su maternidad un apostolado familiar y redobla sus esfuerzos doblemente explotada en su condición de trabajadora y de ama de casa. Simbolizada tan nítidamente en el retrato literario del libro La Madre, de Máximo Gorki. El autor narra en esta obra el despertar de la clase obrera, luchando por aquellos derechos que son inherentes al ser humano y que, en aquél momento, se encontraban pisoteados por el zarismo en Rusia (gobierno, iglesia, judicatura, policía y ejército). En ella el autor no se limitó a hacer una descripción localista de la miseria en que se veía sumido el proletariado urbano de su país, sino que compuso un canto al anhelo humano de emancipación, por encima de las barreras levantadas por el miedo y la represión.
A diferencia, la madre burguesa que puede pagar una servidumbre, no trabajar mantenida por su marido, tan bien mistificada por la publicidad y el marketing capitalista, es el paradigma convertido en paradogma social de la condición femenina, como si la mujer no tuviera otros roles que cumplir aparte de la maternidad. La madre del consumismo, convertida en el prototipo de la transacción material, del éxito social, del mito de la abnegación por sobre su condición humana, por tanto, perfectible.
Y esa es la madre que prevalece en el imaginario colectivo, la madre dedicada al hogar, la ama de casa resignada, entregada por completo a sus hijos, y a las actividades sociales de su entorno cultural. La madre sin proyección social. Paradigma mítico de un ser idealizado e impuesto como referente de la maternidad, denostando a la mujer que en su justo derecho decide no ser madre para dedicar su vida a otras actividades profesionales o sociales. Este proceso de mitificación de un ser humano responde a los cánones culturales establecidos por la sociedad capitalista mercantilizada en todos sus aspectos.
El mito de que madre hay una sola, encubre la simultaneidad de la mujer. Es hora de reconocer la labor de todas las madres y de cada cual en su singularidad, porque madre no hay una sola, está la madre que todo lo tiene y la madre que nada tiene que dar a sus hijos. Y para eso faltan los días del calendario.