Buenos son los ideales pero mejor son los cereales, decía mi abuelo. Así quería decir que el idealismo se acaba, precisamente, dónde comienza el materialismo, y no filosófico sino el más pragmático. Y en tiempos adversos es cuando afloran los más abstractos idealismos y los más concretos materialismos. !Si no léanse el medio centenar de denuncias de corrupción oficial en compras públicas de insumos médicos, en plena emergencia humanitaria! Averiguar por qué el ser humano pospone valores y se vuelve groseramente corrupto en tiempos de crisis, es harina de otro costal. Se requiere de un psicoanalista-político, aunque la corrupción en el país, ya hace un buen tiempo, dejó de ser un delito individual para convertirse en lacra social.
Mi abuelo tenía razón cuando insinuó que el ser humano abandona sus ideales sonantes cuando se trata de dinero contante. O les asigna un precio, porque buenos son los ideales, pero mejor son los cereales. Esa lógica se ha puesto de moda en crisis como la fórmula perfecta para seguir fungiendo de idealistas, sin ser desenmascarados en el intento. Una estrategia de nuevo cuño empresarial en boca de representantes de sectores productivos, políticos que resguardan sus honorarios burocráticos y sesudos analistas que se esfuerzan por dar un marco teórico a lo que, en pocas palabras, se estila en el más chato practicismo.
Y, como decía también mi abuelo, para muestra un botón. La política en este país de idealistas y materialistas, se la hace en dos instancias: Cámaras empresariales -de la Producción y de Comercio-, y Asamblea Nacional. Sendas instituciones sugieren recetas con las que el Gobierno cocina la política pública. Empresarios, comerciantes y financieros sugieren el menú, dictan los ingredientes; y, en seguida, políticos profesionales y burócratas aficionados a la politica, aderezan y ponen a fuego lento la legislación que resulte nutritiva y de buen sabor para los intereses de dichos sectores. Así han venido saciando sus hambres atrasadas desde el retorno a la democracia.
Y ahí va el botón de muestra que alude mi abuelo. En un editorial el economista guayaquileño Walter Spurrier B., nos recuerda que estamos en estado de excepción y que el Ejecutivo puede mandar dos proyectos de urgencia económica, como lo hizo. El primer proyecto, materialista, busca hacer reformas estructurales para sacar al país del atolladero de un déficit fiscal de cerca de diez mil millones de dólares. Una ley que permite al ministro de Finanzas reordenar las entidades del Estado; según Spurrier, es bueno que el gobierno “acoja esta disposición no dejándose llevar por los cantos de sirena de quienes sueñan a jugar a banquero con plata de otras instituciones”. El espíritu de esta parte de la ley posibilita a los empresarios entrar en “un régimen laboral más flexible para la crisis, para facilitar que patronos y trabajadores se pongan de acuerdo para impedir que la empresa quiebre y desaparezcan los empleos”. Y en caso de que la quiebra sea inevitable, se agilite un sistema para resolverla. Más claro, “si una empresa quiebra, los dueños pierden sus acciones, y los acreedores, sobre todo trabajadores, SRI, IESS y bancos, se ponen de acuerdo para sacrificar parte de lo que les deben, para mantener a la empresa funcionando bajo su propiedad o venderla, y así preservar el empleo y la producción”. Más claro todavía, los empresarios salvan los muebles con dineros que corresponden a los trabajadores, al Estado y a la seguridad social.
En el segundo caso, frente a la ley de Apoyo Humanitario con la que el gobierno dice atenderá la emergencia viral, Spurrier se apresura a oponerse porque esta propuesta, según él, atenta contra los intereses del sector empresarial. Y hasta ahí llega el idealismo de clase. Consecuentemente, se opone porque “se aumentan impuestos a personas y empresas que hoy no tienen ingresos (…) y en esa angustiosa situación el Estado engulle todos los impuestos que pagamos y encima se endeuda para gastar”. El economista guayaquileño concluye: “Es hora de frenar ese suicidio estatal por gula y obligarlo a que gaste menos en burocracia”.
Rencillas al interior de las fracciones de clase. Entre una burguesía industrial y comercial que jala para sus intereses materialistas, en contradicción con los ideales de una burguesía financiera que se opone, porque buenos son los ideales pero mejor son los cereales. Abuelo, descasa en paz, tenías harta razón.