Desde hace dos semanas que asumió el nuevo Secretario de Comunicación de la Presidencia, Gustavo Isch, el país comenzó a vivir una dualidad de dos caras, la virtual y la real. Y a esa situación los asesores oficiales califican como «una nueva etapa», con una comunicación optimizada gracias a la presencia notable, a simple vista, del nuevo funcionario experto en marketing y campañas políticas.
El resultado está a la vista en las pantallas de televisión donde podemos percibir una comunicación con nuevos mensajes que muestran un país dual, con realidades paralelas: Un Ecuador virtual en el contenido de las cadenas transmitidas, a través del espectro mediático de la información oficial. Un Ecuador real con miles de muertos inventariados por el Registro Civil. Ciudades del desempleo, hogares del hambre. Calles con desobediencia civil atestadas de una población desesperada por el confinamiento de la cuarentena. Dos países que son el reflejo de la esquizofrenia oficial y su doble realidad.
¿Cómo se construye aquello?
Con una estrategias claramente identificada que asigna a cada componente un rol específico. Un plan que define dos fases: la Propaganda institucional del gobierno con una comunicación que produce spots de corte publicitario. Valga como ejemplo el comercial de un camposanto público en Guayaquil que semeja a la publicidad de un cementerio privado, con un texto subliminal que vende la idea de paz y felicidad en medio de la tragedia de la muerte. Y la otra fase de la estrategia, la comunicación oficial del Gobierno, establecida a través de Vocerías definidas en su estilo, tono y tipo de mensajes, y con ideas-fuerza establecidas para cada uno.
Un Presidente, Lenin Moreno, que mueve los hilos desde la tramoya del poder que, lejos de ser desplazado a un segundo plano, gobierna porque decide lo que otros ejecutan. En una cadena mediática Moreno aparece enfatizando su rol de jefe y mandatario e identifica a los “héroes que se juegan la vida, médicos, enfermeras, policías y fuerzas armadas y funcionarios públicos ejemplares, mencionados con nombre y apellido, Sonnenholzner, Romo, Cevallos, Roldán, etc.”. Y lo hace en un tono amable, rostro bonachón, actitud no polémica, superando la imagen del mandatario agrio; esta vez ubicado en un entorno de despacho presidencial, con un background de la bandera nacional y una foto familiar.
Un Vicepresidente que esgrime un discurso cuidadosamente redactado y leído en un teleprompter en el que se nos dice que Otto S. no está en campaña porque “no es político, ni piensa serlo” y, en tono emotivo, el Vicepresidente nos recuerda el compromiso con el país, el trabajo abnegado en territorio, invocando a Dios y a la unidad de todos los ecuatorianos. Luego de dar el pésame a los familiares de las víctimas del coronavirus agradece al personal médico, de policía y de FF.AA. El vicemandatario señala que de la “planificación se pasó a la acción”, por ello ha recorrido más de 30 hospitales de 16 provincias, verificando que cuenten con lo necesario y diseñando proyectos de contingencia. Como resultado dice que “hay una disminución de más del 87% en las emergencias de los hospitales públicos y privados. Las cifras de fallecidos a nivel nacional están muy cerca de los indicadores normales previos a la situación actual”. Al final se quiere dar la imagen de un líder altruista, puesto por la historia en un lugar singular, en un momento no deseado de su vida.
Una ministra de Gobierno de corte práctico, con mensajes fácticos, que todo lo sabe y para todo tiene respuesta porque está en todas las competencias del gobierno que representa. Seria, circunspecta e inmutable maneja un discurso técnico-político, cuyo mensaje central dice que pasamos a una nueva etapa de “distanciamiento productivo”, identificado con los colores de un semáforo oficial que determinarán la situación de cada cantón frente a la emergencia, cuya definición final corresponde a la responsabilidad local de cada alcalde.
Un Secretario de la Administración, Juan Sebastián Roldán, que frentea a los medios internacionales de comunicación a cualquier costo, incluso a cuenta de su imagen personal luego de salir vapuleado por el anchor -Fernando del Rincón- de la cadena de televisión norteamericana, CNN. Y se la juega en un complicado ejercicio matemático de aclarar cifras de la cantidad de muertos en el país. Encargado de la parte sucia de la estrategia de comunicación, no consigue justificar los muertos insepultos ni justificar la garrafal contradicción entre las cifras que muestran sus gráficos oficiales y los inventarios fúnebres del Registro Civil, cuya diferencia matemática bordea los diez mil muertos.
Así, la comunicación oficial transcurre en las pantallas de televisión, en el audio de las emisoras de radio y en las planas de los periódicos oficiales y privados, enseñando el país dual, el Ecuador esquizofrénico. Dos países y una sola realidad innegable. La innegable realidad de una nación que salta de una emergencia sanitaria a una emergencia humanitaria, y que aun así sus autoridades pretenden mostrar lo contrario en la publicidad oficial que vende un producto falso: las condiciones para decretar nueva etapa de “distanciamiento productivo”.
Pero existe en paralelo el otro país, aquel que denuncian las organizaciones de derechos humanos, grupos académicos, profesionales médicos, rectores de universidades, en el que no se cumplen las condiciones para decir que estamos superando la pandemia, ni siquiera en un spot publicitario fantasioso. No existe la supuesta «nueva normalidad» con la que sueña la ministra de Gobierno. La falta de pruebas médicas de contagio no permiten tener un registro exacto de los muertos, produciéndose una clara distorsión en la apreciación del supuesto aplanamiento de la curva de contagio. Hay una abrupta cifra que salta a la vista del país, pero no en los gráficos oficiales: 10 mil casos de muerte por coronavirus. No existe porque el gobierno no tiene la capacidad de confirmar todos los casos sospechosos probables, ni de realizar seguimiento de los mismos. No es prueba de que la pandemia disminuye si hay una reducción de llamadas al 171 o al 911. Probablemente la disminución de llamadas en estos días refleja la desconfianza de la población en los sistemas de call center oficiales, y no llama.
La realidad del otro país, del Ecuador real, muestra algo muy grave: las autoridades no manejan con precisión ni veracidad las cifras. No sabemos cuántos contagios hay ni cuántos contactos hicieron con otros infectados, ni los cercos epidemiológicos establecidos. No tienen capacidad de establecer los casos que requiere hospitalización. Proclaman un discurso a los vientos sin saber cuál es la cantidad de muertos. El país real no puede responder a un eventual rebrote, como están insinuando las autoridades, porque tenemos un sistema de salud público insuficiente para hacerlo porque el gobierno desmanteló equipos y despidió personal médico en su obsesivo afán de reducir el presupuesto del Estado. Y para mal mayor, el sistema de asistencialismo presidencial no funciona, el plan para toda una vida del gobierno de todos colapsó en sus caritativas intenciones. Mientras unos, las empresas privadas, continúan enriqueciéndose con la pandemia; otros, millones de ecuatorianos, no tienen ya qué comer en cuarentena, y la publicidad oficial emitida por la nueva Secretaria de Comunicación la Presidencia muestra spot alegres, optimistas, de gente pobre recibiendo fundas de alimentos.
Mientras esto ocurre, la otra fase de la estrategia de comunicación oficial entra en acción y el ministro de Salud se convierte en agorero de la muerte pronosticando que existirá un 60% de infectados en el país, es decir, diez millones doscientos mil ecuatorianos y que de ellos morirá el 1%, algo si como 102 mil personas, y no tiene sustento para decirlo, pero lo dice.
Este es el país real, visto incluso por la cadena de televisión norteamericana CNN -otrora defensora del gobierno neoliberal del Ecuador- que fue la primera televisora en denunciar la tragedia de Guayaquil, rompiendo el pacto de silencio que los medios locales tienen con el gobierno. CNN mostró hospitales saturados, muertos insepultos en fundas de plásticos en las calles del puerto principal, ataúdes de cartón sobre el techo de los taxis buscando sepultura y enrostró los miles de muertos que existen en Guayaquil a los ministros de Gobierno, de Salud, de Finanzas y al Secretario de la Administración que entrevistó.
Este otro país, el Ecuador real, no puede ser maquillado por los que propiciaron la tragedia y ahora por quienes pretenden subliminar la realidad con propaganda en una campaña publicitaria super creativa, super desfachatada, super falsa. El signo de la muerte no se puede ocultar con montajes comunicacionales innobles.