No sé si se hayan dado cuenta de que juegan con nosotros. Y no precisamente los reptilianos, ni los annunaki, ni el nuevo orden mundial. No. Los de aquí. Los mismos que nos ofrecieron un plan de gobierno hasta ganar, y luego aplicaron otro. Los mismos que plantearon una pregunta cuatro en una consulta popular absolutamente traída de los pelos y luego incumplieron lo ‘ganado’ en esa pregunta y cumplieron solamente lo que a ellos les convino (igual lo habrían aplicado si perdía). Los mismos que nos emplazaron a elegir un Consejo de Participación Ciudadana y cuando ganaron quienes ellos no querían usaron leguleyadas baratas para destituirlos y pusieron a su gente. Los mismos que nos pusieron un alcalde en lugar de una alcaldesa elegida legítimamente en las urnas. Los mismos que vienen soltando noticias falsas en su prensa cómplice desde el año 2017 pero acusan a otros de hacerlo.
Juegan con nosotros los mismos que nos cuentan historias que saben que no creemos pero también saben que no nos atreveremos a desmentir unos por arribismo, otros por temor y otros porque no les importa nada.
Y precisamente por eso juegan con nosotros. En octubre pasado, por ejemplo, jugaron a la guerra: una guerra en donde había que matarnos, y si no por lo menos sacarnos los ojos. Una guerra que inventó cuentos coprológicos sobre Julian Assange para hacer la perversa trampa de propiciar su martirio. Así como jugaron a contarnos el cuento de la corrupción de Jorge Glas para también excusar su martirio mientras los mayores corruptos quedaban libres para seguir haciendo de las suyas en toda Latinoamérica.
Ahora juegan al doctor, a las adivinianzas, al chiste grosero y a verdad o desafío, o mentira o desafío. Juegan a sacarnos a la calle como experimento para ver qué ciudad gana en número de muertos. Juegan a trivializar la muerte entre cifras y absurdos promocionales de un cementerio bien bonito donde podremos ir a dejar flores a nuestros familiares fallecidos en la pandemia. Juegan a pelearse entre ellos y a no dejar jamás la bola en la cancha de la gente. Juegan a no soltar la teta aunque saben muy bien que no les pertenece, y que es necesaria para salvaguardar la vida de todos. Juegan a vender nuestro partrimonio, a regalar la obra de nuestros sectores estratégicos, a ampararse en el ‘matón del barrio’ de este lado del mundo aunque hayan acusado de serlo a otro que nada tenía que ver en el latrocinio y la estafa.
Lo triste es que lo soportamos. Es que seguimos buscando información en sus medios, retuiteando las disputas banales de sus esbirros, siguiendo sus movimientos.
¿No será de dejar de seguir permitiendo que jueguen con nosotros? ¿No será de hacerles saber que ya no les creemos sus fábulas porque algo tenemos de sentido de la lógica a pesar de todo el absurdo de sus falsedades? ¿No será de ir pensando en que ya está bien de que nos hagan y deshagan como a las muñecas barbie, de que dejen de pelotearnos porque no somos sus balones, ni sus baleros, ni sus canicas, ni ningún otro juguete parecido?
¿No será el momento de ver cómo nos arreglamos para marcar la cancha y comenzar por fin un juego justo, sin trampas ni mentiras, de una vez y para siempre?