Como una forma de matar el tiempo en cuarentena pretendemos leer más. Y por extraña inercia volvemos a pretéritas lecturas como una forma de eludir el presente aciago, como si todo tiempo pasado fuese mejor, o tal vez bajo la secreta convicción de que los mejores libros nos suceden en la adolescencia. Y prevalecen en el estante con su materia sedimentada por los años para volver a ellos, a sus revelaciones que terminan por confundirse con nuestra propia vida. Y no es que hayamos leído más libros en la juventud, porque uno, al final, se queda con tres o cuatro amigos y regresa o habita en pocos libros. En el fondo es una lealtad a ciertos recuerdos que no responden a la invocación de la voluntad sino a una obsesión íntima de la memoria.
En esa búsqueda por liberarnos de esta reclusión física y espiritual, estos días releo el libro Adén Arabia, (1932), del escritor francés Paul Nizan. Es uno de los libros que sobrevive en la biblioteca que viene conmigo en cada mudanza. Hojeo el volumen de Nizan publicado en una edición argentina de 1964, y releo esa inolvidable frase con la que el autor comienza su relato: “Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”.
Con esa declaración en ristre, que es una confesión y un desafío, Nizan explica que todo amenaza a un joven, el amor, las ideas, la entrada al mundo de los adultos y le resulta difícil saber cuál es su lugar en el mundo. La crónica está más cerca de la iracundia que del diario de un viaje a Arabia, a través del cual el autor describe la geografía del capitalismo europeo en su expresión colonial. Adén Arabia es más bien el viaje hacia sí mismo. Cuánto de urgente y de vigente tiene ese relato ya mítico que narra un pasado que no fue mejor, porque la historia no reconoce buenos o malos tiempos, sino la fijación sin piedad de una realidad concreta en una geografía específica, escrita en este caso en la bitácora de un desesperanzado.
Y el libro invita a hurgar los puntos en común de ese tiempo, comienzos del siglo XX, con los inicios de este siglo XXI en que luego de cien años exactamente, una vez más, vuelve a comenzar la centuria con guerras y pandemias. ¿La historia se repite a nuestras instancias? ¡Cuánta responsabilidad tiene nuestra generación por haber permitido que este mundo girara hasta la presente tragedia! Habrá que preguntar a un muchacho si los veinte años es la edad más feliz de su vida, en este mundo amenazado por los peligros que acechan.
La afirmación de Nizan sobre la condición de la juventud a los veinte años invita a reflexionar si en todo tiempo esa edad puede o no ser la más feliz de la vida. ¿Todo tiempo pasado fue mejor? La respuesta hay que ir a buscarla entre las páginas de la conclusión desoladora de la célebre sentencia. Adén Arabia es un cuaderno autobiográfico y un reconocimiento del estado del mundo, una denuncia del capitalismo, su filosofía y su cultura que permite a su autor cuestionar también la noción de género literario: «Llega un momento en la vida de un escritor en que se siente obligado a hacer explícitos los principios que rigen su creación (…) Esta necesidad de ver claro que todo escritor experimenta, se hace singularmente imperiosa para el autor que no ve la actividad literaria como un ejercicio gratuito». El problema del escritor se plantea en el interior de un humanismo que tiene en cuenta las condiciones concretas de la vida humana y no las condiciones abstractas del pensamiento, llegó a escribir Nizan. “Necesito la virtud que más completamente nos faltó: la constancia. Pero es más fácil ser constante con la guerra que con la poesía, que con una mujer. La poesía y las mujeres pasan, la revolución no ha pasado nunca”, se lee en Adén Arabia.
Al regreso de su viaje, Paul Nizan se reencuentra en Paris con J. P. Sartre, que prologa su libro. El célebre prefacio sartreano al libro de Paul Nizan, más que un prólogo, es un réquiem a la muerte prematura del amigo ocurrida en 1940 durante un tiroteo con soldados alemanes en la resistencia francesa. Sartre saluda la inmolación de su amigo porque sabe que los héroes para serlo, deben morir jóvenes: “Cuando volvió, al año siguiente, era de noche, nadie lo esperaba, yo estaba solo en mi habitación: la inconducta de una joven provinciana me había sumido, desde la víspera, en una melancólica indignación. Entró sin golpear; estaba pálido, sin aliento, siniestro. Me dijo: ‘No pareces estar alegre’. Yo le respondí: ‘Tú tampoco’. Después nos fuimos a beber juntos y a cuestionar el mundo, felices de nuestra recuperada armonía. Pero no era más que un malentendido: mi indignación no era más que una pompa de jabón, la suya era verdadera: el horror de reencontrar su jaula y de volver desconcertado le quemaba la garganta; buscaba un socorro que nadie podía darle; sus palabras de odio eran oro puro; las mías, moneda falsa”, evoca el escritor francés.
Termino de leer Adén Arabia mientras la cuarentena sigue, ahora con expectativa de una nueva normalidad. Me pregunto qué nos habrán querido decir con eso. Será acaso la posibilidad de ser feliz, pero al caer en cuenta de que ya no tenemos veinte años, se nos antoja doblemente imposible. Más aun cuando de la relectura de Nizan nos queda un sabor de boca que nos hace degustar una verdad irredargüible: ninguna edad puede ser la más feliz de esta vida, si no estamos decididos a resignificarla.