Llevo treinta y ocho noches de sentarme aquí a conversar con mis amigos de Facebook. Treinta y ocho noches en que algún rato digo… «chuta, qué pereza», pero después pienso en que tal vez alguien está buscando mis palabras en las redes. Tal vez para refutarlas (en realidad nadie lo ha hecho). Tal vez para identificarse. Tal vez para sentir que compartimos la indignación, la rabia, el dolor, la emoción de los libros, la gratitud de estar sanas y vivas. Y entonces, entre que bajo a ver si el gato no ha salido de la casa y a cepillarme los dientes antes de dormir, me siento a escribir la crónica de hoy.
Ahora bien, según yo estábamos todavía en el maremágnum de los contagios, seguía cayéndose muerta la gente en las calles de Guayaquil, es más: están llegando cargamentos de ataúdes de cartón para Quito. Pero desde las altas cumbres resulta que ya vamos a prepararnos para ir terminando la cuarentena.
¿Cómo es esto? Se acaba de transparentar la cifra de muertos, a la cansada: más de veinte mil. Es decir, es una mortandad solamente superada tal vez por el terremoto de Pelileo en 1949. Ningún otro evento ha resultado tan letal para el país. La prensa de otros lares, sin que importe su tendencia (incluso la CNN que mimaba a Moreno hasta el punto de darle disimuladamente los pies de las respuestas en cada pregunta) nos han puesto como ejemplo de lo que no se debe hacer en casos como estos. Y aunque el mismo Moreno comienza y termina cada intervención suya recordándonos que quiere que sigamos pensando que todo daño pasado, presente, por venir, probable e hipotético, real o virtual es culpa de Correa, sabemos bien que no es así. Y no solo eso: que si Correa hubiera estado ocupando su lugar, otra historia estaríamos contando.
Pero ahora la gente se está preparando para enfrentar una nueva etapa de la pandemia en Ecuador. Con dudas, con temor, con rabia porque estábamos en lo peor y de repente resulta que vamos nomás a salir a la calle a ver qué pasa. Y resulta que los primeros que saldrán será esa sufrida clase de los obreros de la construcción. Como siempre, los pobres son la carne de cañón, el canario que se asfixiará primero a la entrada de la mina para ver si el aire se ha envenenado, el señuelo de los otros.
La incertidumbre sigue campeando por nuestras calles y por nuestras venas. Si lo hicieron tan mal, ¿qué garantiza que en esta segunda etapa cambie algo? Si, como dice alguien, nuestras autoridades se portaron tal cual esas personas que ante un accidente de tránsito no auxilian a las víctimas sino que les asaltan, ¿qué nos queda esperar ahora?
Digo, tan solamente como ilusión incluso más que como sugerencia, que tal vez nos toca comenzar a cuidarnos entre nosotros. La etapa de saber que estamos a merced de una adversidad que nunca imaginamos. Estamos convencidos de que esta epidemia nos tocó en la peor situación imaginable. Pero también debemos saber que es necesario que crezcamos como personas, como comunidad, como pueblo organizado. Ya no podemos caernos de ingenuos. No tenemos a nadie más que a nosotros, haciendo pinitos en el incierto despertar de la consciencia. Pero tal vez con eso es suficiente.
Gracias a Orlando Pérez y los amigos de #RutaKritica, y a Leonardo Parrini y Lapalabrabierta, por publicar en sus medios las imperfectas palabras y las atropelladas ideas de estos días.
Gracias por leerme. Gracias por compartir. Gracias por valorar estas palabras que a veces me pregunto si realmente sirven de algo entre tanto desastre.
Gracias por ayudarme a ser, siendo ustedes también. No estamos solos, y creceremos.