Ya nada es igual en el mundo. El confinamiento planetario provocado por la emergencia sanitaria nos ha puesto de cabeza. Este 23 de abril, conmemoramos el Día internacional del libro y los derechos de autor, y lo hacemos en cuarentena. En esta ocasión, no habrá entrega de premios, ni ferias, ni firmas de libros, ni rosas, ni presentaciones. Aunque algunas actividades, como lecturas, recitales y charlas, se realizarán de modo virtual a través de las redes sociales.
Digo de cabeza porque el confinamiento ha generado un impresionante consumo de cultura; se han liberado conciertos de música, obras de teatro, de ópera, de títeres, películas nacionales y extranjeras, y también miles de libros de todo tipo y para a todos los gustos. La cuarentena ha generado un significativo aumento de la lectura a través de plataformas digitales. En España, por ejemplo, el uso de e-books aumentó un 140%, las descargas aumentaron un 60%, y el consumo de audiolibros aumentó un 254%. Pero, en cambio, el consumo del libro físico, al cerrarse las librerías, bibliotecas y centros culturales, se desplomó generando pérdidas enormes en el sector editorial. Los editores españolen señalan que las pérdidas sumarán 1.200 millones en el comercio exterior, y 300 millones en el interior. Lo mismo sucede en otros países con tradición editorial, como México, Argentina y Colombia. Así, la propia ministra de cultura de Colombia, Carmen Vásquez, afirmó que “este es un momento crítico para la industria editorial, la bibliodiversidad y la cadena del libro en su conjunto presentan problemas reales que necesitan la acción y voluntad política de las instituciones públicas, cámaras de comercio y cámaras gremiales que deben actuar en la inyección de recursos para aminorar la crisis.”
Sin embargo, a diferencia de otros sectores de la cultura, como la música o el teatro, los editores no son tan pesimistas respecto al futuro del libro cuando se levante la cuarentena y se reabran las librerías y empiecen a publicarse los libros que quedaron listos para imprenta. Así, el principal de la multinacional Penguin Random House, Miguel Aguilar, señaló –en entrevista para El Cultural- que “va a ser un año muy difícil pero no perdido; y no veo que haya menos lectores que antes de la pandemia, a juzgar por el eco de nuestros libros en redes sociales”. Aunque otros editores son más pesimistas y aseguran que “la situación es grave y toda la cadena del libro se va a ver afectada, por lo que ahora solo se trata de sobrevivir.” Algunas librerías españolas ya empezaron a cerrar en forma definitiva. Ante la presión del sector, el gobierno español anunció algunas medidas para paliar la crisis como la disminución del IVA para ebooks y mas soportes digitales del 21 al 4%, con lo cual se iguala al libro físico.
En el caso de Ecuador, con una producción editorial pequeña y destinada, casi en su totalidad, al consumo interno, la emergencia puede generar graves dificultades para sostener librerías pequeñas, medianas y ciertas editoriales independientes. El aumento significativo del desempleo, la baja de los salarios de empleados públicos y privados, y su consecuente disminución en el poder adquisitivo sin duda afectará a los consumos culturales. Adicionalmente, el sector editorial -sobre todo librerías y editoriales independientes que trabajan al margen de los grandes circuitos comerciales- se encuentra desprotegido y sin líneas de fomento, lo que puede complicar su sostenibilidad. El sector editorial además no tiene gremios eficientes que velen por los derechos y, sobre todo, por una normativa que permitan su desarrollo. Es más, la cadena de valor de la industria editorial no está aún configurada y menos consolidada; basta saber que no existen redes de distribución y circulación.
Ley de Cultura y Plan nacional del libro
Con la promulgación de la Ley Orgánica de Cultura -promulgada en diciembre de 2016- se derogó el capítulo II de la Ley del libro, y en su lugar se creó el “Plan nacional de promoción del libro y la lectura”. Lamentablemente la Asamblea Nacional y el Ministro de Cultura dejaron por fuera la propuesta que el ex ministro Raúl Vallejo había remitido luego de consensuar con diversos actores del sector editorial. En el artículo 120 de la Ley Orgánica de Cultura se establece el mandato para que el Ministerio de Cultura y Patrimonio genere las políticas públicas para el fomento del libro y la lectura en el Ecuador. Lamentablemente no ha sido así. Por el contrario, y a pesar de que en el 2107 se establecieron fondos económicos (23 millones de dólares para cuatro años) el Ecuador siguen sin un Plan de libro y la lectura (hay una lista de acciones) y sin políticas públicas para el sector editorial. Y lo que es peor, en este ultimo año no solo que no se ha avanzado, sino que se ha retrocedido. El ministro Juan Fernando Velasco y la gerencia del Plan del libro se dedicaron a la Feria Internacional del libro, y a pesar de que prometieron producir “la mejor feria del libro de la historia”, el resultado fue la peor feria de los últimos años, y además con un alto costo: mas de 600 mil dólares en apenas 5 días.
El Ecuador desde hace más de dos años dejó de asistir a Ferias del libro internacionales, no tiene un plan para ferias regionales o locales y apenas unos pequeños “tambos de lectura” sobreviven por la voluntad y pasión de los promotores de lectura. Desde hace varios meses, para vergüenza de todos, el Plan del libro se encuentra acéfalo, y sus presupuestos sufren recortes permanentemente.
En varias ocasiones hemos dicho que el Ministerio de Cultura y Patrimonio ha incumplido casi todos los mandatos emanados por la Ley orgánica de Cultura y también ha incumplido los deberes y atribuciones como Ente rector del Sistema Nacional de Cultura, sobre todo aquellos que tienen que ver con la “generación de políticas públicas, dictar normativas, instructivos, regulaciones, reglamentos y directrices, así como coordinar y evaluar el cumplimiento de la política pública”.
El mencionado artículo 120 de la Ley Orgánica de Cultura establece que: “el Plan nacional del libro y el IFAIC deben promover la creación de fondos editoriales privados que permitan desarrollar la industria editorial nacional.” Nada. Cero. Ni siquiera se han publicado los libros que estaban presupuestados y por los que, incluso, el Ministerio ya pagó (y renovó) derechos de autor.
Las editoriales y las librerías independientes son pequeñas empresas, en la mayoría unipersonales y familiares, que –en algunos casos- han sobrevivido a través de ciertas subvenciones del estado con fondos concursables o edición de libros por encargo para las ferias del Ministerio de Cultura. En su mayoría sobreviven con actividades vinculadas al libro; talleres, clubes de lectura, cursos; y sus gestores tienen otras actividades –la docencia, el periodismo- que les permite subvencionar -con su trabajo- a sus editoriales.
Quizá el único caso de un modelo exitoso y sostenible de gestión editorial sea la Campaña del libro Eugenio Espejo que, a través de un eficiente y novedosos sistema de circulación y cobro, publica puntualmente sus libros con un tiraje de al menos 30 mil ejemplares, además de la edición de una revista de libros, Rocinante; una revista de cine, Babieca; y la convocatoria anual al concurso de novela La Linares, con un premio económico de 5 mil dólares.
La circulación del libro está vinculada a las bibliotecas públicas –así sucede en todos los países- pero el Ecuador no tiene un Sistema nacional de bibliotecas, que es otro incumplimiento a la Ley de Cultura. A través de la compra de libros, para al menos 300 bibliotecas a nivel nacional, el Estado podría ayudar a sostener a buena parte del sector editorial. Pero en Ecuador -de Ripley- sucede lo contrario; son las editoriales quienes subvencionan al Estado a través de la obligatoriedad de entregar 5 ejemplares de sus títulos a la Biblioteca Nacional.
Precariedad del sector editorial
La precarización de la industria editorial no es de ahora, viene de mucho antes. Las editoriales tradicionales tienen un nicho de lectores en el sistema educativo y en ese campo han logrado consolidarse, incluso con mecanismos propios de circulación y comercialización. De acuerdo a cifras de la Cámara del libro, Ecuador produce algo mas de 5.200 títulos al año con 8 millones de ejemplares, incluidos los textos escolares, y se importan 53 millones en libros al año.
La cadena del libro es tan frágil que el escritor, en general, no cobra sus derechos de autor sino que recibe libros como pago. O en ocasiones es el propio autor –o el propietario del sello editorial- quien se convierte en editor, distribuidor, comunicador y cobrador. Así de precario es el sector editorial del país.
La crisis del libro se revela, entre otras formas, con los tirajes que realizan las editoriales. Por solo citar un ejemplo, en 1999, cuando nació Eskeletra Editorial, Quito tenía 1 millón 500 mil personas, publicábamos títulos de 1000 ejemplares. Hoy, cuando Quito tiene ya 3 millones de habitantes, las editoriales publican títulos de 300 ejemplares. Así pasó, por ejemplo, con la nueva novela de Alejandro Moreano, escritor, ensayista y catedrático de larga trayectoria. Sin duda, como se dice en voz baja, publicar en Ecuador es seguir inédito.
Un nicho interesante que ha tenido un crecimiento sostenido son las editoriales universitarias, sobre todo a raíz de la obligatoriedad, impuesta por SENESCYT, que tienen las universidades de contar con direcciones de publicaciones. Se ha conformado la Asociación de editoriales universitarias del Ecuador, desde donde han logrado generar espacios propios para la promoción y difusión de sus publicaciones.
Lo mismo sucede con el sector de literatura infantil y juvenil, que es el mas saludable y , por lo tanto, rentable. De acuerdo a la Cámara del libro, es el sector con el más alto número de títulos y de ejemplares publicados y comercializados.
Sector Editorial en emergencia
El cierre obligado por la cuarentena ha provocado un verdadero colapso en la economía de la cultura global, incluida la gran industria como Hollywood y Bolywood. La diferencia es que estas industrias tienen una gran capacidad para sostener la crisis y retomar, cuando corresponda, las actividades. Lo que no sucede con el sector editorial, sobre todo cuando son pequeñas y medianas empresas.
El fracaso del Plan Nacional de promoción del libro y la lectura se verá reflejado ahora, cuando el sector tenga que enfrentar la nueva realidad del país y de la cultura; y tendrá que hacerlo desprotegido y casi huérfano. El gobierno, como en todos los otros temas de la emergencia, reaccionó muy tarde; la pandemia los pilló sin planificación, sin proyectos en ejecución y con lánguidos presupuestos. Es más, y como si esto fuera poco –en plena emergencia- el gobierno acaba de emitir una lista de ítems con restricciones que incluye la compra de libros y colecciones y bienes artísticos y culturales. El Ministro Velasco lo ha justificado afirmando que “no es una prohibición, y solo será para el segundo trimestre.” (sic).
Varios editores y libreros han planteado algunas necesidades urgentes y han mantenido reuniones con el Ministerio de Cultura y Patrimonio. Uno de ellos es Germán Gacio Baquiola, director de la editorial La Caída y librero argentino residente en el Ecuador: “Ya venimos en un estado de emergencia desde hace mas de una década. Necesitamos una reestructuración profunda de las políticas públicas y de los eslabones en la cadena del libro, que incluye acciones desde el sector privado.” Y agrega: “Con esta crisis que nos golpea a todos, sean libreros, editores o impresores, es urgente pensar que hay cientos de familias involucradas que generan esta industria, y como tal necesitamos medidas que preserven ese saber hacer de las empresas. Es el momento de hacer cambios profundos y no de hacer pedidos. Debemos trabajar juntos para una reestructuración profunda, a nivel del Ministerio de cultura y del Ministerio de educación. No se trata de caridad sino de pensar cómo vamos a salir adelante en la post emergencia.”
La Asociación de editores independientes, que agrupa a cinco editoriales, han realizado varios requerimientos al Ministerio de Cultura y entidades oficiales: declarar al sector del libro en emergencia y de interés nacional; elaboración de un protocolo sanitario para retomar parcialmente la actividad editorial; tarifa especial para couriers y correos para la circulación de libros; financiamiento directo para microempresas editoriales; fondos concursables especiales para el sector editorial; fondos públicos para compras institucionales directas a librerías y editoriales; textos para el sector educativo producidos por el sector editorial nacional; subsidio –un bono-cheque- al lector; y conformación de un Comité que active al Plan Nacional del libro y la lectura.
Requerimientos concretos que buscan solventar la crisis y que, ojalá, sean recogidos por el Ministerio del Cultura, pues involucran importantes recursos económicos. El Ministro Juan Fernando Velasco ha manifestado que se está elaborando un plan de contingencia para el sector de la cultura y que para este plan se dispondrá de 1 millón de dólares del Fondo de cultura del IFAIC.
Los escritores son el eslabón más frágil en la cadena de valor del libro, a pesar de que es, sin duda, el actor imprescindible. El autor obtiene apenas un 10%, es decir, el mas bajo porcentaje en comparación con los de los distribuidores o libreros. De ahí que, en nuestro país, ningún escritor vive de lo que escribe. La escritora Lucrecia Maldonado no es nada optimista respecto a las medidas que pueda adoptar el gobierno frente a la emergencia cultural: “Yo al gobierno, en realidad, no estoy motivada a pedirle nada porque simplemente lo va ignorar. Lo que si creo es que el gobierno tiene la oportunidad de lavarse lacara, y de quedar bien frente a un pueblo atemorizado, triste y desamparado. La cultura ayuda a sanar las heridas que la muerte ha dejado en tantas ciudades del país. La gente necesita apoyos económicos, psicológicos y culturales. Si hay alguien inteligente en el gobierno debería pensar que esta es una oportunidad de oro para recuperar la aceptación que ha perdido en estos tres años.”
La escritora y promotora del libro Juana Neira, es clara respecto al papel que debe jugar el libro en la emergencia: “los libros nos salvan. Son la posibilidad hermosa de rencontrarnos. Los libros nos permiten ser libres y empáticos, y hay que comenzar con los mas pequeños, con los niños. Todos los sectores han sido afectados, pero hay que exigir al estado para que otorguen créditos flexibles para que puedan sobrevivir. Además, lanzaría una campaña importante y agresiva con la importancia de la lectura para que se entienda su verdadera dimensión. El Estado debe entender que estamos en un momento para que el mundo editorial no termine herido o desaparecido.”
Las librerías están cerradas pero no inactivas. Las grandes cadenas ya tenían servicio a domicilio, por lo que han reforzado este rubro y han podido continuar con la venta de libros en línea. Las medianas (como Rayuela) y las pequeñas, como Casa Morada (en Guayaquil) o Tolstoi, Oso Lector y Conde Mosca han implementado ahora este servicio a domicilio tratando de generar ingresos para cubrir sus costos mensuales.
Marcelo Recalde, propietario de la librería Conde Mosca, nos dice que se ha roto el principal puente entre los libros y los lectores: “los libros son como palancas del desarrollo y crecimiento de las sociedades. Lo primero que solicitamos es que se considere a la cultura y al libro como elementos de primera necesidad, solo así se podrán implementar políticas públicas inmediatas para sobrellevar esta crisis y esta angustia que como librerías independientes estamos viviendo.”
Pero también hay la otra orilla, editoriales independientes que no dependen de las subvenciones oficiales; Santiago Peña, escritor, ensayista y principal de la editorial Cactus Pink, nos dice que siempre ha trabajo sin el Estado, que ese es su modelo de gestión: “no estoy acostumbrado a que el gobierno favorezca lo que hago como editor. Cactus esta por cumplir 4 años y no nos hemos beneficiado del gobierno; no se si esto es aplicable a otras editoriales. Pero de reojo veo lo que sucede en otras latitudes: subsidios para el papel o para insumos, compra de ejemplares para bibliotecas, que es obvio pero no se realiza en este país. Por otra lado, el del libro no es el único sector afectado y no creo que ahora se le vaya a dar prioridad. Si al el Estado, al menos, nos aseguraría la compra de un mínimo de libros podríamos seguir con nuestra labor editorial.”
Nueva Ley del libro
El Ecuador no tiene una Ley de fomento al libro que lo ampare y que posibilite el desarrollo del sector editorial. Aunque está vigente La Ley del libro que fue promulgada en agosto de 1987, pero que es ya totalmente obsoleta y caduca. De ahí que la mejor forma de aprovechar este contexto de crisis es encontrar nuevas formas, nuevos mecanismos, ideas innovadoras y, por supuesto, una renovada normativa que responda a la nueva realidad que el mundo y el Ecuador viven. Esta nueva Ley del libro debe ser formulada a través de un proceso, ágil, plural y participativo. Proceso que debe recoger las demandas de todos los actores en la cadena productiva del libro. Solo así, en el mediano plazo, se podrá desarrollar una verdadera industria del libro y generar líneas de política pública que permitan, al fin, avanzar en el fomento del libro y la lectura, y transformar al Ecuador en un país de lectores.
Por ahora, en cuarentena, sigamos disfrutando y acompañándonos de un buen libro.