Lo decimos una vez más, la pandemia cambiará la vida a muchas personas y a otras se la quitará de un capotazo. Los primeros tendrán la oportunidad de asumir una nueva normalidad que deberá ser expresión de ese cambio. ¿Cuánto de la antigua normalidad podrá ser reeditada, cuántos hábitos, saberes y quereres servirán para asumir la nueva normalidad? ¿Será normal cambiar de normalidad, en qué consistirá dicho cambio?
¿Antes del virus vivíamos la normalidad?
Así como la pandemia nos exige hacer pruebas de diagnóstico para determinar quiénes están contaminados, o pruebas rápidas para ver si alguien estuvo en proximidad con infectados. De igual modo, esa misma pandemia nos exige hacernos pruebas de conciencia para determinar si estamos contagiados de “mala leche”, de premonición negativa, o si hemos generado anticuerpos de autocrítica y de positivismo sensato que nos permita visualizar qué hacer y hacer posible en esa nueva normalidad para dar una salida política a la crisis. Es fácil frotar la bola de cristal para ver el futuro cuando se trata del futuro del otro. Para el devenir nuestro nos reservamos el derecho a ser conservadores, a no arriesgar ni aceptar el cambio, peor una nueva normalidad.
¿Quién tiene el parámetro de lo normal? Fácil es constatar que normalidad es esa condición que se ajusta a las normas o que se haya en su estado natural. En un sentido general, la normalidad hace referencia a aquello que se rige por valores medios. En teoría, la normalidad de un comportamiento está vinculada a la conducta de un sujeto que no muestra diferencias significativas respecto a la conducta del resto de su comunidad.
La nueva normalidad será para unos recuperar la zona de confort, la comodidad, los privilegios. Para otros, la nueva normalidad es volver a su miseria, exclusión, a la sin esperanza. ¿En ambos casos, aquello corresponde a un “estado natural”? Cierto es, la vida cambió para siempre, pero no cambió para muchos. Son millones los que no han experimentado ni experimentarán un cambio de condición, situación o hábitos. Para miles de personas la vida no ha cambiado porque prevalecen en la pobreza, sin trabajo, sin derecho a la salud, a la educación, al esparcimiento, y largos y tristes etcéteras.
Se dice que la nueva normalidad todavía demora en llegar entre 18 y 24 meses. Que hasta fines de abril todo sigue igual, con el país con semáforo en rojo, bajo la alerta del miedo. Mientras tanto seguimos manejando cifras necrológicas, esperando respuestas políticas, técnicas y, sobre todo, sociales, y una palabra de esperanza, aunque suene cursi y utópico.
¿Que no hay una salida viable? Bueno pues, si la Asamblea Nacional tiene una mejor alternativa al régimen, hay que escucharla. Si el gobierno tiene un plan de recuperación, hay que conocerlo. El Presidente no puede seguir hablando de un futuro condicional, ni de un pasado imperfecto. Que ningún gobierno ha enfrentado lo que le ha tocado enfrentar a este, seguramente sí. Seguramente está pagando lo que ningún gobierno ha hecho al país, como lo que le ha hecho este gobierno. Está pagando la traición, el juego sucio, la venganza indiscriminada, el odio pandémico.
Ya habrá tiempo del ajuste de cuentas, de exigir respuestas a los responsables de la tragedia en Guayas, con cadáveres insepultos apilados en las calles, de la corrupción en la compra de implementos médicos y del perdón a los responsables, del desembolso de un tercio de los recursos del Estado para pagar deudas oprobiosas en medio de la escases de la crisis. Hechas esas aclaraciones, podemos hablar de la nueva normalidad que deberá reflejar el esfuerzo transformacional de la sociedad en busca de una nueva forma de vida, de un mundo nuevo con mayor dignidad.
La crisis provocada por el virus, en la magnitud que la estamos viviendo en Ecuador, no es causa de la crisis histórica del país, es producto y reflejo de su descomposición. Es la falta de previsión, la tozudez de debilitar al Estado y sus instituciones, a cambio de dejar engordar a los actores privados y permitir que metan mano en todos los resquicios de la sociedad. Hoy, y es de esperar que no sea solo novelería y no sea demasiado tarde, todos los países, incluso los más privatizadores y privatizados, están echando mano del Estado, porque cayeron en cuenta de que es la única forma de organización social en capacidad de enfrentar una catástrofe colectiva y dar soluciones en plural. Que necesitamos unidad social, es cierto; que necesitamos perdonarnos unos a todos, también es cierto. Que debemos aprender a conjugar los verbos en plural y superar tan miserable individualismo, cierto es también. Ojala hayamos aprendido de los rasgos de la nueva normalidad. Esa es la lección.