Decir que el virus pandémico no distingue género, raza, edad o condición social es una forma de encubrir las injustas diferencias que existen y que provocan que haya unos grupos sociales más vulnerables que otros. Las mujeres, y por tanto los menores dependientes de ellas, son los más frágiles ante todo tipo de eventualidades catastróficas como una pandemia provocada por un virus frente al cual están en evidente desventaja. Si el virus no distingue entre unos y otras, entonces es la sociedad, con los responsables de administrarla a la cabeza, los encargados de definir los grupos de atención prioritaria en los planes de manejo de la emergencia.
La simultaneidad de la mujer en capacidad, y mucha veces en la obligatoriedad de hacer varias cosas al mismo tiempo, la vuelve más expuesta a males físicos y espirituales. Ecuador es un país severamente golpeado por la pandemia, especialmente en la región costa. Y ante esa realidad son millones de mujeres expuestas al exterminio por el simple hecho de ser mujer y mostrar las endémicas desventajas de género que caracterizan al país.
Ecuador al 2020 tiene 17.387.453 habitantes, de los cuales 8.706.401 son hombres (50.1%), y 8.681.052 son mujeres (49,9%). Pero estas cifras netas y porcentuales no reflejan la realidad de hombres y mujeres en el país. Cada grupo de género tiene sus particularidades y la mujer aparece con una condición en evidente desventaja frente al hombre.
La simultaneidad de la mujer habla de su “empoderamiento” y capacidad para realizar muchas actividades a la vez, pero es también su principal debilidad y factor de vulnerabilidad humana y social. La mujer es ama de casa, trabajadora, madre, esposa, y ahora en la emergencia sanitaria, enfermeras y doctoras convertidas en una legión de auténticas heroínas que luchan en la primera línea de batalla contra el virus mortal. Y esa tarea la realiza como vanguardia laboral para luego ser retaguardia de su familia al retorno a su hogar. No son pocas las mujeres que en riesgo, sin los implementos necesarios como han denunciado los gremios del sector de la salud en Guayaquil, como guadianas de la vida y de la salud de miles de ecuatorianos y ecuatorianas amenazados por un enemigo común, se enfrentan a la muerte: “Vamos a la guerra sin armas”, dijo una enfermera guayaquileña y esa frase resume su condición frente a la tragedia de la emergencia. Hay 1.600 médicos, enfermeras y trabajadores del aparato sanitario contagiados que están en cuarentena, según el viceministro de Salud, Ernesto Carrasco. Una decena falleció.
La especificidad de la situación de la mujer refleja con mayor nitidez su desigualdad frente al hombre. Según el censo de 2010 realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos INEC, cuando Ecuador tenía 15 millones cuatrocientos mil habitantes, de ese universo 7,8 millones eran mujeres y 7.6 millones hombres.
De la totalidad de las mujeres en el país hay 3.735.915 madres, cuyas edades están entre los 15 y 85 años y más. En cuanto a la edad que se llega a la maternidad en el país, 21 años es la edad media en las que ellas tienen su primer hijo, no obstante, 3 de cada 100 niños que nacen en Ecuador son de madres cuyas edades están entre 40 y 49 años. Del total de las progenitoras, 177.314 mujeres fueron madres a los 15 años y 13.906 mujeres llegaron a la maternidad por primera vez luego de los 40 años. Además, el 26,1% de ellas son jefas de hogar, es decir, 952.677 mujeres tienen esa condición. En cuanto a su estado civil, la mayoría de las madres están casadas y unidas, es decir, ocupan 44,77% y 26,36%, respectivamente. Un 9,32% es madre soltera; el 8,36% de las madres está separada de su pareja, el 8% ha quedado viuda y un 3,19% se ha divorciado. Esas son la cifras que confirman la diversidad de la mujer frente al hombre.
Detallando las estadísticas, diremos que madres solteras había 339. 656 el 4.7% de la población femenina registrada en el último censo. El 51,3% de las madres solteras tiene un hijo, el 20,6% dos hijos, el 7,1% tiene más de 6 hijos.
Al interior de los hogares las cifras siguen mostrando la condición femenina. Según el INEC, la tasa de separación, asciende a 15,78%, asimismo, el 30% de las madres están separadas, divorciadas, viudas o son solteras. El promedio de hijos de ellas asciende al 2,6%. El 76% de los niños pequeños pasa más tiempo entre semana con su madre. En Ecuador del total de madres el 32% están divorciadas, separadas, viudas o son madres solteras.
Una encuesta a las condiciones de vida realizada por el INEC, en el 2015, de 4,3 millones de hogares el 26,4% corresponde a jefas de hogar, es decir 1,1 millón de hogares. El 37% de esas mujeres tiene un negocio en casa. Según la Asociación de Empresas de Venta directa más de 750 mil personas trabajan, de esa cantidad el 95% son mujeres.
Observado las cifras actuales y de los últimos estudios, podemos tener una visión de la realidad que enfrenta la mujer ecuatoriana en estos momentos de tragedia nacional por una pandemia que la descubre como un ser vulnerable.
A esta realidad hay que sumar la violencia machista intrafamiliar acentuada por el confinamiento, y muchas veces el hacinamiento de grupos familiares, que atenta contra una normal convivencia doméstica.
En los últimos días hay cifras que están dando cuenta de que si bien quedarse en casa evita el contagio del virus, muchas veces el hogar para la mujer es otro campo de batalla donde libra una guerra cotidiana a la que va sin armas. Condenada al encierro no puede denunciar a sus agresores que están en el mismo núcleo familiar, conyugal o parental. Así es que entre los meses de marzo y abril, periodo de cuarentena, los organismos de ayuda han recibido 680 llamadas de auxilio de mujeres que estaban siendo agredidas en su hogar, de las cuales fueron atendida 235 emergencias. Esos casos tienen una mayor expresión en las provincias del Guayas y Pichincha con el 55% de los casos del total nacional. Según la ONU el 81% de los casos de violencia de género ocurre en el propio hogar, más del 50% de estos crímenes (registrados durante la última década) sucedió en la casa de las víctimas o en los sitios en los que vivían con los agresores. La violencia intrafamiliar indica que 8 de cada 10 mujeres asesinadas en casos de feminicidio se dieron bajo el contexto de pareja, convivencia, enamorados, novios, ex-enamorados o ex-esposos.
Es decir que a la multiplicidad de tareas que la mujer enfrenta en la casa atendiendo al marido, cocinando, lavando ropa, haciendo aseo, yendo a las compras, y ahora como profesora de sus hijos en las llamadas clases virtuales, tiene que enfrentar también la violencia de su pareja o pariente. Es absolutamente aberrante que en el confinamiento por cuarentena, la mujer deba estar encarcelada a domicilio con su enemigo. Las autoridades deben establecer protocolos urgentes para ir en defensa y ayuda de un grupo altamente vulnerable: la mujer y sus hijos menores que dependen de ella.
El virus no discrimina, ataca a todos por igual pero impacta de manera distinta, según los grupos de mayor o menor vulnerabilidad. Es hora de que las organizaciones de defensa de los derechos femeninos levanten su voz frente al gobierno y señalen las necesidades específicas y concretas de género. No habrá cabal respuesta a la emergencia pandémica si el Estado y sus instituciones no despliegan nuevos recursos y acciones para proteger a la mujer, que por su condición y capacidad de estar en mil cosas a la vez, se convierte por su simultaneidad en la heroína que nunca dejará de merecer con privilegio el reconocimiento social y atención prioritaria.